El fantasma de Lord Ponsonby: censura, desinformación y propaganda en la guerra de Ucrania

Hace un año, los principales medios de comunicación anunciaban el inicio de la invasión rusa de Ucrania, por lo que desde Cámara Cívica me encargaron la realización de un artículo para analizar las causas históricas, geopolíticas, geoestratégicas y geoeconómicas de dicho conflicto.

En el mencionado artículo, intenté mostrar la complejidad de este conflicto, abordando sus antecedentes históricos, la controversia en la mitología nacional de rusos y ucranianos, la URSS y la política territorial comunista, el final de la Guerra Fría y el nuevo espacio postsoviético, Putin y el retorno de Rusia al escenario geopolítico global, Ucrania y la revolución del Maidán, la anexión de Crimea y la guerra en el Donbass, el fracaso de la diplomacia en los acuerdos de Minsk, el inicio de la invasión militar, la geoeconomía del conflicto y las rutas energéticas, la geoestrategia del conflicto y el choque de potencias, y finalmente, la propaganda y la guerra psicológica (como muchos sabéis, mi área de especialización dentro de la geopolítica), en cuyo epígrafe ya advertía sobre el inminente peligro de que la información objetiva fuese sustituida por la propaganda de guerra, debido a que la OTAN y la Unión Europea (y con ellas, España) habían decidido tomar partido claramente por uno de los dos bandos en disputa.

Por desgracia, mis temores se hicieron finalmente realidad, y a lo largo del último año, los analistas geopolíticos hemos asistido atónitos a un cierre de filas del conjunto de los medios de comunicación “mainstream” en torno a las directrices de la política exterior de Estados Unidos y la línea marcada por la Comisión Europea: es decir, el relato maniqueo de que “esto es una guerra entre el bien y el mal, en la que, por lo tanto, debemos luchar al lado del bien”.

Nuestros gobiernos han decidido alinearse sin fisuras con Washington y Bruselas (renunciando incluso a sus propios intereses nacionales), entrando en lo que los politólogos conocemos como una “proxy war” (una guerra por delegación en la que se combate a través de terceros actores) contra la Federación Rusa.

Y por lo visto, parece ser que al estar en guerra debemos automáticamente imponer una férrea censura mediática y transformarnos todos en propagandistas e incluso en inquisidores (como el propio Alto Representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, reconoció hace unos meses, animando a la batalla comunicativa y sin cuartel frente a los que denomina “voceros del Kremlin”).

Lo cierto es que este fenómeno de persuasión de masas en tiempos bélicos no es nuevo en absoluto, y se remonta a la propia génesis de la guerra como fenómeno social (tal como han estudiado tanto la polemología como la irenología). A la largo de la historia, desde las guerras de aquellas primeras civilizaciones de Mesopotamia hasta los conflictos híbridos de nuestros días, líderes políticos y militares se han servido de la guerra psicológica para manipular a grupos cada vez más amplios a través de sentimientos como la ira, el miedo o la esperanza (el odio hacia los enemigos, el terror hacia sus atrocidades o los sueños de una edad dorada tras la victoria).

Sintetizando mucho, podríamos decir que si la guerra es la lucha por conquistar los territorios y los recursos, la guerra psicológica es la lucha por conquistar las mentes y los corazones. O dicho en clave politológica: si es cierto el adagio de Clausewitz según el cual la guerra es la continuación de la política por otros medios, podríamos igualmente sostener que la propaganda de guerra es la continuación de la propaganda por otros medios.

En este sentido, es muy importante tener en cuenta que las propias realidades de la guerra y de la violencia extrema (que ponen a los individuos en una situación límite) favorecen y amplifican los mecanismos de censura, desinformación y propaganda. Psicólogos sociales como Jeff Greenberg han demostrado, en sus teorías sobre el “terror management”, como la exposición de los seres humanos a situaciones de pánico, y en última instancia, ante la inminente amenaza de la muerte, favorecen el cierre de filas hacia sus líderes políticos y el apoyo a que estos adopten medidas extraordinarias (revalidación de mayorías absolutas, confinamientos durante la pandemia, aceptación del recorte de libertades, aumento del gasto militar, etc).

¿Cumple la guerra de Ucrania el decálogo de Sir Arthur Ponsonby sobre la propaganda de guerra?

Con todo, fue el político, activista y lord británico Sir Arthur Ponsonby quien, sintiéndose horrorizado por el lavado de cerebro al que habían sido sometidas las masas por sus respectivos gobiernos al son de la nueva propaganda científica (heredera del psicoanálisis freudiano) durante la I Guerra Mundial (conflicto que se había saldado con más de 10 millones de muertos), realizó una reflexión profunda sobre el fenómeno propagandístico en tiempos de guerra, concluyendo en el establecimiento de un decálogo que marcaba las consignas de dicha propaganda.

Por ello, quisiera repasar este interesantísimo decálogo (que ya forma parte de la teoría e historia de la propaganda) realizando un análisis personal sobre cada uno de sus sugerentes puntos, y seguidamente, comparándolo con la cobertura mediática de la guerra de Ucrania que han realizado los grandes medios de comunicación occidentales, con el objetivo de mostrar como estos diez puntos, por desgracia, se siguen reproduciendo con exactitud en nuestro contexto bélico actual.

I – Nosotros no queremos la guerra

Desviar toda nuestra responsabilidad en el estallido del conflicto. La población sabe que la guerra es una calamidad, y por lo tanto, debe proyectarse siempre que hemos agotado todas las vías diplomáticas posibles antes de llegar a la misma.

Trasladado al contexto de la guerra de Ucrania, el relato que se nos lleva intentando inocular desde hace un año es que los países occidentales no queremos la guerra, pero que al ser los garantes de la paz y de la seguridad internacional (como representantes del orden liberal), la conciencia nos ha obligado a intervenir en este conflicto para proteger al pueblo ucraniano de una brutal agresión totalitaria.

Por ejemplo, el presidente estadounidense Joe Biden o el ya mencionado Josep Borrell, no dejan de insistir en sus alocuciones que Occidente desea que la guerra acabe pronto (aunque obviamente, su rearme del ejército ucraniano tiene precisamente el efecto contrario), pero que nos vemos obligados a luchar para salvar la democracia.

Evidentemente, en ese “storytelling de guerra” no habrá mención alguna a la implicación estadounidense en la revolución del Maidán (que conocimos tras revelarse la conversación entre los diplomáticos Victoria Nuland y Geoffrey Pyatt), al doble juego europeo en los acuerdos de Minsk I y II (confirmado por los propios ex-mandatarios Angela Merkel y François Hollande) o al constante rearme de Ucrania durante los últimos 8 años.

Discurso de Josep Borrell en el que llama a la intervención en Ucrania para salvar a Europa. Fuente: El Periódico.

II – El enemigo es el único responsable de la guerra

La paranoia, la locura o la sed de poder del antagonista son las únicas responsables del inicio de las hostilidades. Generalmente, suelen proliferar los reportajes que analizan el perfil psicológico del líder enemigo, buscando proyectar la imagen de que se trata de un demente, ególatra y psicópata atormentado por algún tipo de trauma.

Tal vez el mantra que mejor refleje esta segunda estrategia sea “la guerra de Putin”, repetido hasta la saciedad por los líderes occidentales (y particularmente por nuestro presidente Pedro Sánchez). El presidente ruso es tanto un malvado líder como un dictador genocida que oprime a su pueblo y busca desestabilizar el mundo debido a su megalomanía y, por lo tanto, la responsabilidad del estallido de este conflicto es exclusivamente suya.

Fuera del relato quedan, lógicamente, los problemas de seguridad de Rusia, el ultranacionalismo ucraniano xenófobo o la estrategia de seguridad estadounidense (de carácter netamente ofensivo) para tratar de mantener su hegemonía global.

III – El enemigo es un ser execrable

Deshumanizar al antagonista para anular cualquier posibilidad de condescendencia, comprensión o empatía hacia su bando. Nuestras tropas matarán a soldados enemigos, y por lo tanto, debe eliminarse cualquier atisbo de piedad hacia ellos.

Continuando con el análisis del “gran villano” de nuestro relato propagandístico, Vladimir Putin es presentado como un loco y autoritario líder que no atiende a razones (equiparable incluso a Hitler) y que desea destruir la independencia del pueblo ucraniano, para después, lanzarse sobre el resto de Europa. Incluso a lo largo de los últimos meses han proliferado las entrevistas a toda una pléyade de psicólogos y psiquiatras en las que se defiende unánimemente la tesis de que Putin es un psicópata atormentado por traumas de la infancia y que ahora el mundo está pagando por ello.

Igualmente, su ejército solamente estaría formado por mercenarios sin escrúpulos del grupo de seguridad privada Wagner y por genocidas chechenos del líder feudal Ramzan Kadirov (o como mucho, por reclutas forzosos). Obviamente, del lado ucraniano, se presenta a un valeroso pueblo democrático en armas, con fines exclusivamente altruistas y extraordinariamente movilizado, mientras que se silencian la existencia de elementos nazi-fascistas en su ejército (como el Batallón Azov), vinculadas a partidos de extrema derecha como Svoboda o Pravy Sektor (y por supuesto, al hablar de Wagner no se menciona a su equivalente estadounidense Academy, la antigua empresa Blackwater acusada de crímenes de guerra durante la invasión y ocupación estadounidense de Irak).

E ntrevista a un psicólogo que especula sobre los supuestos problemas mentales de Putin. Fuente: La Vanguardia.

IV – Pretendemos nobles fines

Nuestra violencia debe ir camuflada de heroísmo y altruismo, en contraste con la brutalidad del enemigo. La tradición jurídica en el mundo cristiano era la “doctrina de la guerra justa”, pero en la actualidad, la restauración de la paz, la defensa del derecho internacional o el derrocamiento de un malvado dictador son los argumentos más utilizados.

El relato actual de la guerra viene también a confirmar esta cuarta norma. Los países occidentales únicamente estarían tratando de defender la paz y la seguridad internacional, para lo cual (paradójicamente), resulta vital aumentar los presupuestos de defensa y armar hasta los dientes al ejército ucraniano (incluyendo a las mencionadas unidades de ideología nazi-fascista), así como asumir los costes económicos y energéticos derivados de dicha política.

Del mismo modo, en el relato también se insiste siempre en que la OTAN y el gobierno ucraniano del presidente Volodimir Zelensky están defendiendo la democracia y la libertad (tanto en Ucrania como en el conjunto del mundo) frente al autoritarismo de las potencias “revisionistas” como Rusia y China. En este argumentario, se omite por ejemplo la tremenda corrupción existente dentro del ejecutivo ucraniano y el cuestionable carácter democrático de su sistema político (ocupa solamente la posición 86 en el ranking de The Economist).

Igualmente, tampoco se menciona el hecho de que no hay ningún estatuto del Tratado del Atlántico Norte en el que se estipule la obligatoriedad de ser una democracia para pertenecer a la alianza (como ha demostrado durante décadas el caso de Turquía).

V – El enemigo comete atrocidades voluntariamente. Lo nuestro son errores involuntarios

Este elemento resulta fundamental y es la base de la llamada “atrocity propaganda”. En toda guerra, se busque deliberadamente o no, se terminan cometiendo atrocidades en mayor o menor medida (“la guerra es fea eminencia, mucho más de lo que lo seré yo jamás”, le advertía el poco agraciado rey francés Carlos VIII al belicista cardenal Della Rovere, cuando este último solicitó su ayuda militar para derrocar a su archienemigo el papa Borgia). Por ello, es fundamental atribuir dichas atrocidades siempre al enemigo, incluso aunque las hayamos cometido nosotros, y cuando esto último no sea posible, achacarlas al “fuego amigo”.

Según lo que nos cuentan nuestros medios, lo cierto es que la guerra de Ucrania está resultando una guerra muy curiosa y atípica, ya que parece que se trata de un conflicto armado en el que solamente mueren civiles ucranianos. Es decir, el malvado Putin bombardea y asesina indiscriminadamente al pueblo ucraniano pero, en cambio, el ejército de Zelensky parece que va armado solamente con rosas y claveles. Obviamente, los miles de muertos que las tropas del gobierno de Kiev llevan provocando en la región del Donbass desde el año 2014 no se tienen en cuenta (y por ejemplo, el misil ucraniano que cayó en Polonia se señaló como resultado de un “error humano”).

Lo mismo sucede con las masacres, donde se airearon a bombo y platillo las perpetradas por las tropas rusas en Bucha, pero en cambio se escondieron deliberadamente las del batallón Azov en Mariupol. También aquí podrían encajar los sabotajes de los gasoductos Nord Stream I y II, cuya autoría se intentó en primer lugar atribuir al Kremlin, y al no poder hacerlo, se terminó colocando una cortina de humo, e incluso, acusando de traición a Seymour Hersh, el periodista que demostró la implicación de los servicios secretos estadounidenses en dicho sabotaje en las aguas del Mar Báltico.

Reportaje audiovisual sobre la matanza de Bucha en el que se atribuye la autoría al ejército ruso. Fuente: El País.

VI – El enemigo utiliza armas no autorizadas

La tecnología moderna ha dotado a la industria militar de toda una serie de armas de destructivo potencial (desde las bombas incendiarias hasta las bombas de racimo, llegando al paroxismo con el arsenal químico o nuclear). Por ello, resalta muy útil en términos persuasivos el denunciar constantemente al enemigo por utilizar dichas armas ilegales e inmorales (independientemente de que dicha acusación sea cierto o no).

Desde el comienzo de la invasión, nuestros medios de comunicación han lanzado feroces acusaciones contra Rusia, acusándola de utilizar armas químicas y biológicas contra la población civil ucraniana en Kiev, Kharkov y otras ciudades del país.

Sin embargo, dentro de esta guerra psicológica que esconde intereses netamente geopolíticos, Rusia también acusa a Ucrania y a sus aliados occidentales de haber cometido el mismo crimen (y de hecho, la propia ONG Amnistía Internacional ha denunciado el uso por parte del ejército ucraniano de armas no autorizadas por el derecho internacional).

Pues bien, como era previsible, nuestros medios solo nos informan de las primeras (las que comprometen a Rusia) y en ningún caso de las segundas (las que implican a Ucrania).

VII – Nosotros sufrimos pocas pérdidas. Las del enemigo son enormes

Este precepto se utiliza en clave de guerra psicológica para mostrar que vamos ganando, con el objetivo de mantener alta la moral de nuestro bando, y por contra, desmoralizar al enemigo.

Al igual que comentábamos que, atendiendo al discurso mediático, parece una extraña guerra en la que solamente mueren civiles ucranianos, también se nos muestra que es una guerra en la que solamente mueren militares rusos (esta misma semana nuestros medios, utilizando como fuente imparcial nada menos que al propio gobierno ucraniano, cifraban en más de 140.000 los militares rusos muertos).

El relato oficial es que, gracias a la determinación del pueblo ucraniano y de los países democráticos, las tropas de Zelensky están resistiendo heroicamente frente a la maquinaria bélica de Putin (en una clara evocación del mito bíblico de “David contra Goliat”), ya que Ucrania cuenta con la razón de su lado y combate por una causa noble y justa, mientras que los soldados de Rusia son, o bien sanguinarios mercenarios amorales o bien inexpertos reclutas forzosos que mueren debido a la arrogancia y a la incompetencia de sus oficiales.

Fruto de ello, en las principales ciudades rusas se estarían produciendo masivas protestas en contra del gobierno, lo que anunciaría la inminente caída del “malvado dictador” (la realidad es que ha pasado más de un año desde que comenzamos a escuchar esa conjetura y sin embargo Putin todavía continúa en el poder con un índice de aprobación en torno al 75%).

VIII – Los artistas e intelectuales apoyan nuestra causa

La vanguardia cultural generalmente es amada y respetada por nuestra población (son los llamados “líderes de opinión”), por lo que siempre resulta conveniente conseguir que sus máximos exponentes apoyen nuestra causa (un célebre escritor, un cantante de pop, un eminente científico, un ilustre filósofo, un deportista de élite, etc).

Desde el inicio de la intervención rusa en febrero de 2022 (y fruto en gran parte de los efectos de esta misma propaganda), muchos miembros del mundo de la cultura y del deporte han mostrado su apoyo al bando ucraniano, lo que ha sido ampliamente aireado por nuestros medios de comunicación. Algunos de ellos son nombres muy conocidos, como David Beckham, Lady Gaga o Bono (el mítico cantante de U2 que incluso dio un concierto sorpresa en el metro de Kiev), reforzando el mensaje de que la flor y nata de la sociedad mundial estaría del lado “correcto” del conflicto.

Particularmente significativo me pareció el caso de la artista ucraniana Jamala (ganadora del festival de Eurovisión en 2016), cuyo antiguo éxito musical “1944” fue recuperado para utilizarse con fines propagandísticos por parte del gobierno de Zelensky (ya que dicha canción denunciaba precisamente la deportación de los tártaros de Crimea en tiempos de Stalin).

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Noticia sobre el concierto sorpresa de Bono (U2) en el metro de Kiev para apoyar a Ucrania. Fuente: RTVE.

IX – Nuestra causa tiene un carácter sagrado, divino o sublime

En términos de mitología política, es muy importante que nuestra causa se apoye en argumentos de corte idealista (ya sean religiosos, ideológicos o culturales). Reconocer los mundanos intereses de la “realpolitik” (geoestratégicos, empresariales, energéticos, etc.) no suele ser muy romántico a ojos de los ciudadanos, sobre todo a la hora de que sus gobernantes les exijan grandes sacrificios.

Por ello, el mensaje unitario es que “defender a Ucrania es defender los intereses del conjunto de la humanidad”. Fuera del análisis quedan, por lo tanto, las rivalidades geopolíticas entre EEUU y Rusia, la estrategia del Pentágono de ampliar la OTAN hacia el Este como parte de su recolonización unipolar o su deseo de mantener el protectorado militar estadounidense sobre la Unión Europea.

El presidente Biden, en una comparecencia en Polonia, llegó a expresarse en los siguientes términos, rozando el lenguaje milenarista: “un dictador no podrá eliminar el amor del pueblo ucraniano por su libertad”. Este mensaje propagandístico, en clave absolutamente emocional e incluso irracional, silencia también los oscuros intereses económicos, tales como la venta de armas o la venta de gas licuado (negocios de guerra con los que muchas empresas estadounidenses se lucran cuantiosamente).

X – Los que pongan en duda la propaganda de guerra son unos traidores

A mi juicio, el más importante de todos. Para evitar disensiones internas, en tiempos de guerra hay que censurar, ya no solo las opiniones del enemigo, sino también, los análisis neutrales y equidistantes. Así, cualquier persona que dude o que trate de buscar matices, automáticamente se convertirá en un colaboracionista (o incluso espía) del enemigo. El dictador fascista Benito Mussolini clamaba: “Credere, obbedire, combattere” (creer, obedecer y combatir).

Como se observa, este último punto del decálogo es el más peligroso, ya que atenta contra los pilares básicos de la Ilustración (la libertad de expresión, el derecho a la información plural, el respeto a la opinión del adversario o el debate académico riguroso). Ya nada más comenzar el ataque ruso, y en un hecho sin precedentes en la Unión Europea, Bruselas decidió cerrar los medios de comunicación audiovisuales vinculados a Moscú (RT y Sputnik) para evitar la “propaganda enemiga”.

Asimismo, intelectuales y profesionales de prestigio como el lingüísta Noam Chomsky, el filósofo Jürgen Habermas o el anteriormente citado Seymur Hersh han sido acusados de estar “a sueldo del Kremlin” (e incluso, en el caso español, de formar un auténtico batallón al que se estaría pagando mediante bizum), únicamente por plantear análisis racionales del conflicto y de sus vectores geopolíticos, así como denunciar las estrategias hegemónicas, los discursos de doble moral o las operaciones encubiertas de la CÍA para sabotear las relaciones germano-rusas y poner fin a casi 40 años de “Ostpolitik” (la política alemana hacia el Este iniciada por Willy Brandt que permitió el deshielo de las relaciones europeas durante la Guerra Fría).

En cambio, nada se menciona sobre los 75.000 euros que la embajada de EEUU ofrece a cualquier asociación, medio de comunicación o “think tank” que promueva los valores de la OTAN y contribuya a la lucha frente a Putin en Ucrania (por no hablar de los NAFO, una legión de trolls destinada a enfrentarse en el ciberespacio a los analistas críticos que no comulgan con las tesis atlantistas).

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Portada amarillista llamando a la caza de brujas contra diversos intelectuales y periodistas críticos. Fuente: El Mundo.

Lord Ponsonby escribió su decálogo en el año 1927, es decir, hace ya casi un siglo. Pudiera pensarse que dichas consignas hoy en día están más que superadas, debido a que vivimos en democracias abiertas en donde impera el pensamiento crítico y racional, pero invito al lector simplemente a repasar uno por uno los axiomas de dicho decálogo y analizarlos en perspectiva comparada con el discurso hegemónico sobre la guerra que estamos recibiendo en nuestro país (tal como acabo de hacer yo en este artículo).

Considero importante remarcar que yo he querido realizar la crítica al relato occidental porque el país donde resido se llama España y forma parte de la OTAN y de la UE, pero obviamente, alguien que viva en Rusia podría realizar la misma crítica en el sentido inverso, cuestionando los relatos de la propaganda del Kremlin.

Como vengo sosteniendo desde hace un año, la guerra de Ucrania es una triple guerra: una guerra civil ucraniana entre nacionalistas ucranianos e independentistas rusófilos, una guerra interestatal westfaliana entre Ucrania y Rusia y una guerra “proxy” entre Rusia y Estados Unidos por la influencia en el espacio postsoviético, y en el caso de este último actor, como primer escalón en su ofensiva para tratar de mantener la hegemonía mundial frente al asenso de China, su principal competidor.

Es decir, se trata de una guerra originada por intereses geopolíticos y geoestratégicos en la que ni las élites rusas, ni las élites ucranianas ni las élites occidentales están libres de culpa, pero que al final están pagando los de siempre: el pueblo ucraniano, el pueblo ruso (y de rebote, los ciudadanos europeos, a los que nuestros irresponsables líderes nos están arrastrando a una escalada bélica que puede tener en el corto o en el medio plazo consecuencias catastróficas para el planeta).

En resumen, la propaganda de guerra y la guerra psicológica se han utilizado desde la Antigüedad para que la población aceptase las penalidades de un conflicto bélico e incluso siguiera a sus líderes de forma entusiasta en dicha espiral de violencia.

De hecho, en el contexto bélico actual, tal vez deberíamos preguntarnos si estas estrategias de propaganda no buscan en realidad que los ciudadanos españoles y europeos consintamos el aumento del precio del gas, el aumento del precio de la luz, el aumento del precio de los alimentos, el recorte de los derechos y libertades democráticas o la sumisión a los intereses imperiales estadounidenses, edulcorándolos con hermosas palabras como la democracia, la seguridad global y la ayuda a un pueblo inmaculado que lucha por su libertad e independencia contra un terrorífico invasor.

Además, habría que recordar (aún a riesgo de que terminen también incluyéndome en la categoría de “espía de Moscú”) que ese gobierno “inmaculado” ucraniano (que no lo olvidemos, llegó al poder en 2014 mediante un pseudo-golpe de Estado con participación de la diplomacia estadounidense) está igualmente detrás de siniestros episodios como la masacre de manifestantes izquierdistas en Odesa, el bombardeo indiscriminado de la población rusófona en el Donbass o la ilegalización de más de una docena de partidos políticos de la oposición y medios de comunicación críticos.

Así pues, como si estuviésemos sumergidos en las páginas de una apasionante novela victoriana de misterio sobrenatural, parece que el fantasma de Lord Ponsonby haya regresado de entre los muertos, justo un siglo después, para comunicarnos que su profecía sigue cumpliéndose en la actualidad, ya que los mecanismos de manipulación y desinformación que él teorizó continúan operando igual que en la I Guerra Mundial.

Y es que, como sentenció el senador estadounidense Hiram Johnson, justamente al iniciarse aquella terrible contienda bélica y recuperando un antiguo aforismo de la Grecia clásica: “cuando estalla una guerra, la primera víctima siempre es la verdad”.

Para saber más:

CANDELAS, Miguel. 2023: La propaganda en los conflictos geopolíticos: de la guerra psicológica a la guerra más allá de los límites. Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE).

GREENBERG, Jeff. 2016: The worm at the core: on the role of death in life. Penguin. New York.

PONSONBY, Arthur. 1991: Falsehood in wartime: propaganda lies of the First World War. Bloomfield Books. London.

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Miguel Candelas

Politólogo, experto en geopolítica y propaganda. Profesor en la Universidad de Alcalá (UAH) y en el Centro de Estudios de Geopolítica y Seguridad (CEDEGYS). Analista político e internacional en diferentes medios de comunicación y revistas especializadas. Autor de varios ensayos políticos, manuales de texto universitarios y juegos de mesa diplomáticos.

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