Guía cívica para comprender el conflicto entre Rusia y Ucrania

Bandera partida por la mitad con la rusa a la izquierda y la ucraniana a la derecha

Por Miguel Candelas

El conflicto abierto entre Rusia y Ucrania no puede comprenderse ni analizarse en términos maniqueos de “buenos y malos”, sino que obedece a una combinación de factores históricos, económicos y geoestratégicos en los que colisionan los intereses de diferentes actores políticos internacionales. Para no perderse en mitad del bombardeo mediático (radio, televisión, internet, redes sociales…) y ser capaces de diferenciar entre información y propaganda, a continuación ofrecemos una decena de claves geopolíticas en la “longue durée” (larga duración) para comprender las causas profundas de este conflicto, y de este modo, disponer de un armazón contextual con el que hacer frente a la desinformación, la manipulación y la simplificación.

I – Controversia en la mitología nacional de Rusia y Ucrania

Ambos pueblos se consideran los herederos de la Rus de Kiev, un Estado medieval fundado por vikingos que progresivamente unificaría a las tribus eslavas y que finalmente se cristianizaría, convirtiéndose así en el primer Estado eslavo de religión ortodoxa. Destruido por las invasiones mongolas de Genghis Khan en el siglo XIII, de sus cenizas posteriormente nacerían los pequeños principados de Novgorod, Galitzia-Volinia y Moscovia (es decir, las futuras Bielorrusia, Ucrania y Rusia). Este último sería el único que lograría consolidarse, proclamándose el epicentro del cristianismo oriental tras la caída del Imperio Bizantino, gracias al enlace matrimonial con la derrocada dinastía de los Paleólogos.

Lo importante de estos sucesos históricos es que, para los ucranianos, ellos son los verdaderos sucesores de la Rus de Kiev, quedando los rusos de Moscovia como un ente completamente diferente, mientras que para estos últimos, tanto rusos como ucranianos forman un único pueblo como descendientes ambos de la Rus de Kiev, y por lo tanto, la supremacía le corresponde a Rusia, al ser el único principado de entre los tres sucesores que sobrevivió, prosperó y se convirtió en la gran potencia eslavo-ortodoxa del mundo (el imperio de los Zares).

En este sentido, es interesante señalar que en la actualidad, casi un 20% de la población ucraniana es de etnia rusa y más de un 35% es rusoparlante (especialmente en la península de Crimea y en la región del Donbass).

II – La URSS y la política territorial comunista

A partir de 1917, los revolucionarios bolcheviques trataron de acabar con los conflictos nacionalistas en el seno del antiguo imperio zarista, sustituyéndolos por la dialéctica de clases y la nueva solidaridad internacionalista proletaria (bases de la ideología socialista) entre todos los pueblos de la recién creada URSS. Fruto de ello, Lenin y sus camaradas crearon la república de Ucrania como un ente más dentro del nuevo Estado socialista, y tres décadas más tarde, Nikita Kruschev (ucraniano de origen) decretó la cesión de Crimea a Ucrania, en tanto que de facto no significa nada al pertenecer todos al mismo Estado (se trataba de una simple reorganización territorial entre provincias). Sin embargo, esto traería muchos problemas de cara al futuro, y en la actualidad, los nacionalistas rusos consideran que Ucrania fue una creación comunista con fronteras nominales pero en ningún caso reales.

Paralelamente, durante la II Guerra Mundial, la Alemania nazi había ya avivado interesadamente el sentimiento independentista ucraniano durante la Operación Barbarroja, con el objetivo de crear disensiones entre las filas comunistas, lo mismo que anteriormente ya había hecho al desmembrar otros países de Europa Oriental. Fruto de ello, el líder filo-nazi Stepán Bandera se convirtió en uno de los mitos del nacionalismo ucraniano, y aún en la actualidad, su figura sigue siendo reivindicada por muchos nacionalistas ucranianos (aunque obviamente también resulta controvertida).

III – El fin de la Guerra Fría y el nuevo espacio postsoviético

Ya en los últimos compases del conflicto bipolar entre EEUU y la URSS, el líder soviético Mihail Gorbachov aceptó que la Alemania Oriental fuese absorbida por la Alemania Occidental tras la caída del Muro de Berlín en 1989, y que por ende, ingresara en la OTAN. En contrapartida, exigió el compromiso estadounidense de que la organización atlántica nunca avanzaría más hacia las fronteras de la URSS. Sin embargo, el posterior golpe de Estado contra Gorbachov y la llegada al poder de Boris Yeltsin consumaron la desintegración de la URSS, provocando el ocaso de Rusia en la década de 1990 y su sumisión a la nueva recolonización unipolar estadounidense, mientras Ucrania accedía a la independencia aprovechando dicho colapso soviético.

George Bush padre y Mijail Gorvachov se dan la mano con las banderas estadoundense y soviética detrás.
El líder soviético Mihail Gorbachov se reúne con los estadounidenses (1989)

Ya en los albores del siglo XXI, en el año 2004, varios países del extinto Pacto de Varsovia e incluso de la propia antigua URSS (ahora ideológicamente europeístas y atlantistas) ingresaban en la UE y en la OTAN (Polonia, Hungría, Estonia, Letonia, Lituania…) en la conocida como “gran ampliación”, lo que (a juicio del incipiente nacionalismo ruso que a continuación analizaremos) constituía un primer incumplimiento del compromiso tácito sellado por los occidentales ante Gorbachov de cara a la seguridad del país, ya que a partir de ahora Rusia quedaría “cercada” por las nuevas bases militares de la alianza atlántica.

IV – Putin y el retorno de Rusia al escenario geopolítico

A partir del año 2000, con la llegada al poder de Vladimir Putin, Rusia inicia una política exterior más asertiva e intervencionista destinada a recuperar el estatus de gran potencia y el protagonismo internacional que había jugado tanto durante la era zarista como durante la etapa soviética. El nuevo líder ruso, antiguo miembro del KGB (el servicio de inteligencia soviético), lleva a cabo una política interna de desarrollo económico y concentración de poder, al compás de una política internacional centrada en el rearme militar y en la recuperación de su influencia en el “exterior cercano”, un concepto geopolítico con el que el Kremlin define al espacio post-soviético.

Ideológicamente, la doctrina de Putin constituye una fusión entre nacionalismo, conservadurismo y euroasianismo, con ribetes claramente populistas y autoritarios. Esta nueva estrategia rusa, unida a la ya mencionada expansión de la OTAN hacia las fronteras de la URSS, van a generar paulatinamente nuevas tensiones entre los antiguos enemigos de la era bipolar.

En 2008, estalla la primera de ellas en Georgia (república ex-soviética que ahora también se aproximaba a la órbita occidental), donde Rusia decide entonces intervenir militarmente, ocupando el país y concediendo la independencia a las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur (desde el final de la Guerra Fría, era la primera vez que el Kremlin sacaba los colmillos).

Este “modus operandi” marcará las posteriores acciones del gobierno de Putin en Crimea y en el Donbass, y a nivel interno, le otorgarán una gran popularidad debido a la percepción entre los rusos de que el presidente les está devolviendo el orgullo nacional (independientemente de que estén o no de acuerdo con su política doméstica, la cual es represiva en algunos ámbitos).

V – Ucrania y la “Revolución del Maidán”

Paralelamente a este ascenso de Rusia y de su doctrina nacionalista, Ucrania ha vivido desde la independencia dividida entre dos polos opuestos: una región oriental industrializada y prorrusa (que necesita de las materias primas de su gigante vecino y defiende una alianza bilateral ruso-ucraniana) y una región occidental agraria y prooccidental (que busca la integración en la UE para dar salida a sus exportaciones y la alianza con la OTAN para desvincularse de la esfera rusa). Las fuerzas políticas ucranianas contemporáneas reproducen dicha fractura, y en ocasiones el poder lo ostentan los prooccidentales (Viktor Yuschenko, Julia Timoshenko) y en otras los prorrusos (Viktor Yanukóvich).

En 2014, el presidente prorruso Yanukovich suspende la aprobación de un acuerdo de asociación con la UE y, como reacción, el sector opositor proeuropeo, atlantista y nacionalista ucraniano orquesta la denominada “Revolución del Maidán” (o “Euromaidán”), lo cual lleva finalmente al derrocamiento del presidente prorruso. Acto seguido, se forma un nuevo gobierno prooccidental, nacionalista y mucho más belicoso hacia Rusia (incluyendo la asociación con grupos fascistas de extrema derecha como Pravy Sector o Svoboda), aprobándose nuevas leyes de corte centralista e iniciándose el hostigamiento de las minorías rusas y rusoparlantes de Ucrania, las cuales, como ya vimos, se encuentran concentradas esencialmente en Crimea y en el Donbass.

VI – La anexión de Crimea y la guerra en el Donbass

Ante esta nueva situación, Rusia decide entonces enviar tropas a la península de Crimea (los apodados “hombres de verde”), siendo éstas en general bien recibidas por la población, ante el temor a la política nacionalista del nuevo gobierno de Kiev. Bajo su protección se celebra un referéndum de autodeterminación, donde los independentistas ganan de forma casi unánime. Unos días más tarde, la nueva República de Crimea solicita su integración en la Federación Rusa, la cual obviamente es aceptada y ratificada por el Kremlin. La anexión de Crimea se ha completado, aunque solamente es reconocida por Rusia y sus aliados.

Referéndum sobre el estatus político de Crimea (2014)

Paralelamente, las “óblast” (provincias) de Donetsk y Lugansk (que conforman la ya mencionada región del Donbass, también vinculada mayoritariamente en términos étnicos y limgüísticos con Rusia), se constituyen en repúblicas e inician un movimiento independentista con la intención de emular a Crimea, movimiento que es respondido por el gobierno ucraniano con violencia (en cuya represión participa el batallón Azov, un grupo paramilitar neonazi vinculado a los partidos de extrema derecha ucranianos ya citados).

Se inicia entonces una guerra entre el ejército y las milicias separatistas (apoyados los primeros por Occidente y los segundos por Rusia). Tras meses de combates, el conflicto entra en una fase de estancamiento que finalmente lleva a la firma de los protocolos de Minsk en 2015 (supervisados por la OSCE), los cuales acuerdan el cese temporal de las hostilidades, una mayor autonomía para las dos óblast separatistas, el respeto a las minorías étnicas rusas y el cese de la ayuda del Kremlin a las milicias independentistas.

VII – El fracaso de la diplomacia y la invasión de Ucrania

Sin embargo, a lo largo de casi una década, ambas partes se acusan del incumplimiento de los acuerdos de Minsk (reanudación de las ofensivas tanto gubernamentales como separatistas, asesinatos de ciudadanos de etnia rusa por parte de los paramilitares ucranianos, así como la financiación de las milicias independentistas desde Rusia).

A nivel interno, en Ucrania ha llegado al poder el cómico nacionalista Vorodimir Zelensky, mientras que en Rusia, Putin prosigue con su política exterior intervencionista (como en el caso de la Guerra de Siria, en apoyo del régimen panarabista de Bachar Al-Asad), lo que aumenta las hostilidades y los cruces dialécticos entre ambas partes (bloqueo comercial a Crimea, suspensión del acuerdo de libre comercio con Ucrania). Esta crisis latente e “in crescendo” estalla definitivamente en los albores del año 2022. Ucrania manifiesta su voluntad de ingresar ya en la OTAN (además de en la UE), objetivo que incluso ha incluido en su constitución, lo que para Rusia constituye una línea roja y el incumplimiento definitivo de las garantías dadas a Gorbachov en 1989. Paralelamente, la guerra en el Donbás entre el ejército ucraniano y las repúblicas separatistas se recrudece. Para tratar de encauzar la crisis (al menos de cara a la galería), en los días siguientes se producen reuniones internacionales entre los máximos mandatarios de Rusia, Ucrania, Estados Unidos, la UE y la OTAN, pero todas ellas fracasan.

Finalmente, el 21 de febrero, Rusia decide “cruzar el Rubicón” y reconocer la independencia de las repúblicas de Donetsk y Lugansk, firmando inmediatamente con ellas un tratado de cooperación, apoyo y mutua defensa. Tres días más tarde, Putin aparece en televisión para anunciar el inicio de la invasión de Ucrania, argumentando que se trata de una “operación militar especial” en cumplimiento del recién firmado acuerdo de asistencia militar a ambas repúblicas, con el objetivo de “desarmar” y “desnazificar” al Estado ucraniano. El gobierno de Ucrania responde prometiendo causar “el mayor número de bajas posibles al invasor”, al tiempo que los países de la UE y la OTAN aprueban sanciones contra Rusia. El resto de la historia por desgracia ya es conocida por todos: la guerra ha comenzado (aunque, como acabamos de ver, en el Donbass lleva activa desde hace más de ocho años).

Paramilitares fascistas ucranianos del batallón Azov (2022)

VIII – Geoeconomía y rutas energéticas

A parte de la evolución histórico-política, nunca se  deben olvidar tampoco los factores económicos y energéticos para una correcta comprensión del conflicto. Ucrania es una de las economías más importantes del espacio postsoviéico, así como uno de los principales productores de cereales de Europa (de hecho, es el país con mayor porcentaje de tierra cultivable de todo el continente), lo que la ha llevado a constituir siempre una fértil tierra codiciada por sus vecinos.

Tras la caída de la URSS, Rusia ha intentado reconstruir su influencia en el espacio postsoviético a través de la integración económica, proyecto en el que destacan la Comunidad de Estados Independientes y la Unión Económica Euroasiática. Pero obviamente, este embrionario bloque necesitaría de la presencia de la fértil y rica Ucrania para desplegar todo su potencial y hacerse realmente efectiva. Respecto a la cuestión energética, es importante destacar que el 40% del gas natural que importa Europa es ruso, y en dicho comercio, los principales gasoductos que suministran este combustible fósil desde Rusia al resto de Europa atraviesan el territorio ucraniano, lo que resulta muy lucrativo para Kiev en concepto de peajes. De ahí que el gobierno ruso, a raíz de las crecientes tensiones con Ucrania desde el año 2014, decidiese poner en marcha los nuevos gasoductos Nord Stream 2 y TurkStream para diversificar las rutas de suministro y abastecer a sus principales clientes (Alemania, Turquía…) puenteando el territorio ucraniano.

IX – Geoestrategia y choque de potencias

Por supuesto, los condicionantes militares y estratégicos también son muy importantes. Ucrania, como país situado en Europa Oriental, siempre ha formado parte de una región geopolítica esencial para el dominio de Europa y vital para la seguridad de Rusia. Ya a finales de la era victoriana, el geógrafo británico Halford Mackinder consideraba a Europa Oriental como la llave de la “región pivote”, área desde la cual se podía dominar el corazón continental euroasiático, y desde allí, el conjunto del mundo. No en vano, mongoles, otomanos y rusos lucharon en el pasado por estas tierras, e incluso durante la II Guerra Mundial, el deseo de controlar esta región llevó también a encarnizadas batallas entre alemanes y soviéticos.

Derrotados los fascismos, el mundo bipolar surgido en Yalta dejó la zona bajo la órbita de Moscú, pero tras el final de la Guerra Fría, Estados Unidos aprovechó su posición como única superpotencia mundial para iniciar su expansión hacia el Este, buscando la incorporación de dichos Estados eslavos a la alianza atlántica, lo que llevó a que paulatinamente Rusia se sintiese cercada, y como reacción, iniciase con Putin esa política intervencionista en la que considera su esfera natural de influencia. Debido a ello, el actual conflicto ruso-ucraniano implica a un amplio abanico de actores internacionales alineados a uno u otro bando (por ejemplo, todos los países de la OTAN y la UE están del lado ucraniano, mientras que todos los países del OTSC están del lado ruso, incluyéndose también en este último a los Estados tradicionalmente enfrentados a EEUU en términos diplomáticos, tales como Corea del Norte, Irán o Siria). Igualmente, grandes potencias no-alineadas como China e India tratan también de influir en dicha crisis, conscientes de que en ella se está jugando una partida clave para el tablero geopolítico mundial. En contraste, este conflicto pone de relieve la debilidad geopolítica de la Unión Europea, ya que sigue sin lograr articular una política exterior independiente y no subordinada a los intereses geoestratégicos estadounidenses.

Cobertura mediática de la guerra entre Rusia y Ucrania (RTVE)

X – Propaganda y guerra psicológica

Finalmente, ante la complicada realidad de enfrentamos nuevamente a un conflicto armado en suelo europeo, no debemos olvidar que del mismo modo que la guerra real supone la conquista por los territorios y los recursos (ya analizados en los epígrafes anteriores), la guerra psicológica, que fluye en paralelo a la guerra real, es la lucha por la conquista de las mentes y los corazones.

También llamada propaganda de guerra, esta batalla discursiva constituye un elemento esencial en todo conflicto político (y la guerra, como sostenía Clausewitz, no deja de ser la continuación de la política por otros medios). Desde la Antigüedad, los conflictos armados han sido siempre mediáticos (de acuerdo con el nivel tecnológico de cada época), pero en la actualidad, los medios de comunicación de masas como la radio, la televisión, y sobre todo, las NTICS, han provocado que asistamos a un fenómeno de espectacularización de la guerra en el que la lucha comunicativa por imponer un relato favorable que legitime la acción bélica que estamos llevando a cabo, se vuelve un elemento estratégico casi tan importante como la misma victoria en el campo de batalla.

La idea clave es considerar a nuestra guerra como un acto legítimo (para ocultar toda la crueldad que encierra), y en este sentido, la información internacional e incluso el derecho internacional llegan a retorcerse impunemente en base a simples razones de “realpolitik”. ¿La finalidad? Glorificar a nuestro bando, demonizar al bando enemigo, y por ende, justificar la violencia que estamos desatando contra ellos (daños colaterales incluidos). Y la actual guerra de Ucrania no es una excepción, por lo que debemos estar en guardia ante el bombardeo de noticias que recibimos (desde teletipos de agencia hasta crónicas periodísticas, pasando por mensajes de twitter o “stories” de instagram), con el objetivo de protegernos contra la desinformación y las “fake news” que nos llegan tanto del lado ucraniano como del ruso (así como de sus respectivos aliados). En este sentido, los ciudadanos españoles no debemos olvidar que España forma parte de la OTAN y de la UE, y que como tal, nuestras autoridades políticas, así como nuestros principales medios de comunicación (casi todos en manos de grandes grupos empresariales), también son (o pueden llegar a ser) parte interesada en dicho conflicto geopolítico y propagandístico.

por Miguel Candelas.

Politólogo, experto en geopolítica y propaganda. Profesor en la Universidad de Alcalá (UAH) y en el Centro de Estudios de Geopolítica y Seguridad (CEDEGYS). Analista político e internacional en diferentes medios de comunicación y revistas especializadas. Autor de varios ensayos políticos, manuales de texto universitarios y juegos de mesa diplomáticos.