El pasado domingo se celebraba la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Polonia de las que salía vencedor el actual presidente, Andrzej Duda. Casi el 70% de los polacos acudieron a las urnas, un 10% más que en la primera vuelta, constituyendo la mayor participación desde 1989.
Andrzej Duda proclamaba su victoria para los próximos cinco años tras unos resultados muy ajustados que demostraban en las urnas la división del país. A las 9 de la noche, al mismo tiempo que concluía la jornada electoral y cerraban los colegios, ambos candidatos se apresuraba a celebrar la victoria en la televisión con declaraciones incluidas, aunque fueran resultados ajustados provisionales realizados a pie de urna.
Los definitivos confirmaban la victoria del ultraconservador, otorgándole algo más del 2% de diferencia. No parece una gran victoria, pero Ley y Justicia (PiS) se aseguraba su continuidad y su consolidación tanto en la presidencia como en el gobierno.
Una Polonia dividida, a punto de demostrar que un cambio es posible
Polonia se encuentra totalmente dividida. Los análisis que apuntaban a un empate técnico acertaron. Político auguraba un 50% exacto a cada candidato y, de hecho, así quedaban el domingo los sondeos de IPSOS a pie de urna:
Los datos confirman que Duda obtiene excelentes resultados en las zonas rurales y las ciudades de pequeño tamaño, donde las ayudas sociales que el PiS prometía en su programa y cumplía más tarde, son gratamente recibidas.
Por el contrario, su rival Rafal Trzaskowski arrasaba en las grandes urbes, donde se opta por la moderación política. Asimismo, EuropeElects publica que Plataforma Cívica (PO, por sus siglas en Polaco) es más popular entre los jóvenes mientras que el PiS ostenta mayor éxito entre los mayores de 50 años.
Para Trzaskowski, se ha abierto la veda. Aun sin haber resultado vencedor, ha conquistado a prácticamente la mitad del país siendo un candidato presentado por su partido a mediados de mayo. Ha significado para muchos quien ha estado a punto de romper con la consolidación del PiS en el poder. Sin embargo, la herencia de un partido en declive podría haber sido uno de los factores de su derrota.
Ley y Justicia gobierna sin rivales
La ciudadanía votaba no sólo por un candidato y no otro, sino por la continuidad del PiS y sus cuestionables métodos políticos o el cambio de rumbo que ofrecía un partido de ideas algo más moderadas y europeístas, aunque en declive.
El hecho de que el PiS consolide su posición en el poder es la consecuencia más importante de estas elecciones. El partido cuenta con mayoría en el parlamento, y gobierna con el Primer Ministro Mateusz Morawiecki a la cabeza, en el gobierno desde 2017. Y desde 2015 (y hasta al menos 2025) con Andrzej Duda en la Presidencia, asegurándose el máximo poder.
El abuso de poder por parte del PiS ha sido cuestionado especialmente por la utilización de la televisión pública como canal de propaganda de partido. Duda arremete además contra otros medios de comunicación acusándolos de fake news al estilo Trump.
Pero el rechazo más extremo se lo lleva el líder del PiS, Jaroslaw Kaczynski. A la cabeza del partido desde que lo fundara en 2001 junto a su idéntico hermano gemelo Lech Kaczynski, ha quedado relegado a un segundo plano político. Tras la muerte de Lech en el accidente de avión en el que perdieron la vida varias autoridades del país, dicen, Kaczynski se radicalizó aún más en sus ideas.
Rafal Trzaskowski declaraba tras la derrota que “es una enorme oportunidad para que el presidente se libere de su propio partido, no escuche la voz de una persona todo el tiempo, sino a los ciudadanos”.
Cuando los derechos fundamentales se negocian
Es bien sabido que el partido que actualmente preside y gobierna Polonia discrimina por orientación sexual. Duda declaraba oponerse a “la educación sexual de la ideología LGBT” y la comparaba con el “adoctrinamiento soviético”. Aseguraba, además, no permitir la adopción por parte de parejas homosexuales en un país en el que el matrimonio está restringido a la heteronormatividad.
Trzaskowski, preguntado por su opinión al respecto dos días antes de las elecciones, respondía de la siguiente manera: “No lo llevo en mi programa, pero protegeré a todo aquel que reciba el ataque del PiS”. Su respuesta no parece muy convincente, pero quizá sí suficiente para convertirse en la alternativa de algunas personas cuyo voto útil representara unos principios que son atacados por Andrzej Duda.
En cuanto al aborto, el PiS parece no querer pronunciarse. En un país donde no está permitido, la Constitución recoge la posibilidad de llevar temas al congreso tras la recogida de 100.000 firmas. Grupos católicos reunían esa cantidad en 2016 para abolir las excepciones a la prohibición, provocando como respuesta las numerosas marchas negras de mujeres en todo el país exigiendo el derecho al aborto íntegro y el control sobre sus propios cuerpos.
El gobierno, tomando conciencia de la sensibilidad de la cuestión y de la polarización que suponía, acabó por no cambiar un ápice de la ley ya por sí restrictiva. El aborto en Polonia sigue estando prohibido exceptuando casos extremos de malformación del feto, incesto, riesgo para la vida de la madre o producto de una violación.
La relación con la UE se deteriora
Abandonar la Unión Europea no es uno de los propósitos del PiS, pero sí desafiar, como han hecho más de una vez hasta el momento, las decisiones que provengan de Bruselas o Alemania.
Fue famosa la controvertida decisión de expulsar a jueces de la Corte Suprema que superaran los 65 años, que obligaba a 27 de los 72 a abandonar su cargo, incluyendo la jueza superior. La propuesta alemana de aceptar refugiados de guerra fue también rechazada en un país que cuenta con dos millones de inmigrantes ucranianos.
La ultraderecha polaca no sólo afianza su poder en el país, sino que se une a la consolidación de la extrema derecha en países europeos. Concretamente, en algunos de los países del este la ultraderecha aglutina suficientes votos como para ostentar el poder en solitario.
Sin ir más lejos, un país como la República Checa, con quien Polonia comparte frontera, tiene a Adrzej Babis como Primer Ministro desde 2017, quien rechaza también la cuota de refugiados estipulada. Hungría, con un radicalizado Viktor Orbán como Primer Ministro desde 2010, también se encuentra involucrada en la polémica por el rechazo a inmigrantes.
Decía Trzaskowski durante la campaña electoral que el 60% de la población polaca quería un cambio, y que él era el cambio. No sabremos si lo era, pero quizá la moderación ha estado cerca de cumplirse. Puede que tengamos que esperar a las elecciones parlamentarias de 2023 para comprobar si la transformación llega a Polonia.
Por el momento, el PiS se encargará de ser el poder dominante que no permita cambios.