The Last of Us: Filosofía política en tiempos de colapso

The Last of Us ha cautivado a millones no solo por su carga emocional o su fidelidad al videojuego original, sino por su capacidad para plantear grandes preguntas filosóficas, sociales y políticas. En un mundo devastado por una pandemia fúngica, los sobrevivientes no solo deben esquivar a los infectados: también deben reorganizar la vida en comunidad.

La serie es, en esencia, una meditación sobre cómo nos relacionamos con los demás, cómo ejercemos el poder y cuál es el precio de la supervivencia. A través de sus personajes y facciones, The Last of Us se convierte en una obra de filosofía política en clave distópica.

Cuidado, a partir de aquí puede haber zombies… pero sin duda habrá spoilers.

El mito del colapso: Hobbes, Graeber y el miedo a la ausencia de Estado

La narrativa clásica del apocalipsis suele basarse en una idea profundamente hobbesiana: sin Estado, sin ley, sin instituciones, la humanidad cae en el caos. En The Last of Us, esta idea aparece encarnada en los primeros episodios, donde la infección desencadena la descomposición total del orden civilizatorio.

Sin embargo, también hay matices. Como señala David Graeber en su trabajo antropológico, existen numerosas sociedades que han funcionado durante siglos sin estructuras estatales formales. En la serie, el espectador es testigo de diferentes modelos de organización social post-colapso que cuestionan la inevitabilidad del autoritarismo.

FEDRA: el autoritarismo como forma de supervivencia

FEDRA es una agencia federal que toma el control de las zonas de cuarentena tras el colapso. Representa la continuidad del Estado mediante el uso de la violencia y el control absoluto. Su estructura es jerárquica, militar y vertical: los mandos deciden, el resto obedece.

En términos políticos, FEDRA representa una forma de autoritarismo estatal o incluso un protofascismo, en el que la seguridad justifica la suspensión de derechos. Se trata del Estado leviatánico de Hobbes llevado al extremo, con una burocracia militarizada que se sostiene sobre el miedo y el uso de la fuerza.

Las Luciérnagas: rebeliones armadas por una utopía imposible

Frente al autoritarismo de FEDRA surge una organización revolucionaria: las Luciérnagas. Operan como una guerrilla urbana, descentralizada, que busca recuperar la democracia y la libertad. Su eslogan lo dice todo: «Cuando estés perdido en la oscuridad, busca la luz».

Las Luciérnagas podrían inscribirse dentro de una tradición revolucionaria de guerra asimétrica, que ve en la voluntad general un ideal emancipador. Sin embargo, también encarnan las contradicciones de muchas revoluciones: para vencer al autoritarismo, terminan replicando sus lógicas violentas.

Bill y el sueño del preparacionismo libertario

Bill es un personaje singular: un sobreviviente que desconfía de todo el mundo y decide atrincherarse en su vecindario, que se transforma en una fortaleza.

Su modelo es el del preparacionismo individualista, cercano al anarcocapitalismo o al libertarianismo estadounidense: autosuficiencia, propiedad privada, armas, autodefensa. Su filosofía es clara: «yo me basto a mí mismo».

La llegada de Frank y la posterior historia de amor entre ambos matiza esta visión extrema. El individualismo se abre a la compasión, y el búnker se convierte en hogar. Es un arco que recuerda a la crítica que Martha Nussbaum hace al liberalismo radical: sin vínculos afectivos, la libertad se convierte en soledad.

David y el fanatismo: cuando la fe se convierte en poder

Uno de los episodios más perturbadores de la serie está protagonizado por David, líder de una pequeña comunidad religiosa. Su carisma, inteligencia y supuesta fe en Dios esconden una realidad aterradora: David es un fanático que usa la religión para justificar el canibalismo, la sumisión y el abuso.

David representa el autoritarismo teocrático, al estilo de ciertas distorsiones del comunitarismo: la comunidad por encima del individuo, la fe como excusa para el poder absoluto. Su comunidad es una secta, un espejo oscuro de los peligros de la religiosidad sin control institucional.

Jackson: el socialismo libertario como posibilidad

En contraste con los horrores anteriores, la comunidad de Jackson ofrece un modelo de organización basado en la democracia directa, la cooperación y la redistribución. Aquí se comparte el trabajo, los recursos y las decisiones. Es literalmente una comuna.

Esta comunidad se alinea con los principios del socialismo libertario o el comunismo horizontal, con referencias que podrían ir desde Kropotkin hasta el municipalismo libertario de Murray Bookchin. Lejos del caos o la violencia, en Jackson hay electricidad, escuelas, vida cultural y, sobre todo, confianza mutua.

El dilema del tranvía: ética y supervivencia

Uno de los momentos más críticos de la serie gira en torno a una decisión moral: ¿está justificado sacrificar a una persona para salvar a la humanidad? Joel, movido por el amor hacia Ellie, decide no permitirlo. Este dilema es una versión del clásico problema del tranvía en ética: ¿matar a uno para salvar a muchos?

La decisión de Joel también puede leerse desde el prisma del psicoanálisis: Ellie ocupa en su vida el rol de su hija perdida. No la salva solo por ella, sino por lo que representa para él. Así, la ética se mezcla con el trauma, el deseo y la identidad.

Diversidad, representación y guerras culturales

La serie también ha sido foco de debate por su inclusión de personajes LGTBIQ+, relaciones interraciales y cambios respecto al canon del videojuego. Para algunos, esto supone una «inclusión forzada». Para otros, es un acto de justicia simbólica.

El debate queda zanjado desde el mismo momento en el que varios de sus autores y autoras han hablado claramente. Por ejemplo, una de las guionistas, Hayley Gross, ante acusaciones de “wokismo” o “inclusión forzada”, simplemente respondió: “Ellie is gay.”

La política no solo está en la narrativa y el diseño de personajes, sino también en la propia visibilización que hace la obra, la selección del elenco y la actitud de la distribución posterior. Autores como Judith Butler o Donna Haraway defienden que la representación importa porque permite imaginar futuros más justos. En un mundo distópico, la diversidad no es un accesorio: es una declaración de intenciones.

Conclusión: imaginar es resistir

The Last of Us no es solo una serie de zombies: es una cartografía de lo posible. Cada facción, cada personaje, cada decisión nos habla de modelos políticos, dilemas morales y formas de vida. Frente a la narrativa dominante del miedo, la serie propone una pregunta: ¿qué pasó si el colapso no fuera el fin, sino una oportunidad para construir algo mejor?

En tiempos donde imaginar el futuro es cada vez más difícil, The Last of Us nos recuerda que, incluso entre ruinas, podemos pensar, amar, cuidar y reinventar el mundo.


Bibliografía breve:

  • Hobbes, Thomas. Leviatán.
  • Graeber, David. En deuda. Ariel, 2012.
  • Kropotkin, Piotr. El apoyo mutuo.
  • Butler, Judith. El género en disputa.
  • Bookchin, Murray. Municipalismo libertario.
  • Haraway, Donna. Manifiesto cyborg.

Ver serie: The Last of Us – HBO Max

Ver videojuego: The Last of Us Part I – PlayStation

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Manuel Rodríguez

Consultor político y de innovación social. CEO de Cámara Cívica. Comunicador. Divulgador político. Creo conversaciones para generar ideas que hagan un mundo más justo.

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