Sobre la felicidad

Ética para Nicómaco sigue teniendo una gran vigencia. En este libro, Aristóteles afirma que se llega a la felicidad a través de la rectitud y hace una interesantísima crítica sobre la teoría platónica de qué es el bien. Es a través de ese bien que se llega a la rectitud que, a su vez, nos lleva a la felicidad.

No obstante, Aristóteles observa que cada cual encontrará la felicidad en una cosa distinta, siendo esto lo más interesante. Sin embargo, Aristóteles se equivocaba en algo y es que esa felicidad subjetiva tiene que tener una base interna en el ser humano. De eso hablaremos hoy.

Por qué es importante reflexionar sobre la felicidad

El ser humano debe reflexionar sobre qué es la felicidad porque es el único fin que tiene nuestra existencia. Teniendo en cuenta que el alma sólo existe de forma poética, la búsqueda de felicidad terrenal es la única cosa que puede hacer que nuestra vida tenga sentido. De forma que susodicha búsqueda es a la vez medio y fin. Quien halla felicidad, halla sentido; quien busca felicidad, también.

Esta búsqueda de felicidad tiene la belleza de aunar a quien cree que algún dios exista y a quien no. En este plano, quien se refugia en la metafísica pensando que haciendo tal o cual obra encontrará un paraíso post-mortem, halla la felicidad pues, como ya hemos dicho, la felicidad es a la vez medio y fin. La búsqueda de aquella felicidad para quienes tengan fe les hará felices. En cualquier caso, la felicidad es materia terrenal, pues susodicha búsqueda se producirá en vida para encontrar la felicidad del alma a posteriori.

Por qué reflexionar sobre felicidad si ya se hizo en el pasado

La felicidad lleva siendo materia filosófica desde hace miles de años, pero el ser humano ha cambiado. Aristóteles no tuvo que plantearse si se encuentra la felicidad a través de un mensaje de whatsapp del crush. Ya dijo Heráclito que uno no se baña dos veces en el mismo río, de tal forma que nuestra felicidad no puede ser igual a la del filósofo heleno, puesto que el río en que nos bañamos ha cambiado mucho.

Felicidad, satisfacción y alegría

Debemos distinguir, antes de empezar, qué es la felicidad, qué es la satisfacción y qué es la alegría. La alegría es un sentimiento momentáneo procurado por elementos externos al ser o, en otras palabras, procurados por el placer. Un chiste, una noticia, son placenteros y procuran alegría incluso en el ser que está deprimido. Sin embargo, esto, se acaba. La alegría es, por ende, superficial. La satisfacción no es momentánea, pero sí que es pasajera. La satisfacción corresponde a la expresión “estar contento” y se corresponde con etapas más o menos largas. Es un estado anímico, en definitiva.

La felicidad, en cambio, no se corresponde con ningún estadio, por el contrario, es un hecho casi permanente de nuestro ser. De forma que se es o no se es feliz. Como veremos más adelante, una de las principales diferencias entre felicidad y alegría es que la felicidad es medio y fin, mientras que la alegría es, simplemente, fin.

Esto, a su vez, tiene una faz negativa. De tal forma que la tristeza es la faz negativa de la alegría y llegamos a ella a través de, por ejemplo, el fin de una relación amorosa. La insatisfacción permanece algo más de tiempo y llegamos a ella por una desgracia, véase, la muerte de un ser querido. La infelicidad, el más amargo de los sentimientos, es permanente: la total ausencia de positividad o la incapacidad de ver que, en nuestra existencia, existen la alegría o la satisfacción.

La felicidad ha de basarse en la sencillez de uno mismo

La vida es, inevitablemente, una continua sucesión de cambios que llevan a uno a experimentar una infinidad de sensaciones tristes, alegres y medio pensionistas. Sin embargo, lo que no cambia en nuestra existencia es que nuestro yo no va a dejar de ser yo. De tal forma que en ese trayecto más o menos largo vamos a desarrollarnos en relación con otros seres de muy distinta forma y eso nos afectará. Todo es cambiante, menos nosotros mismos.

Así, podemos dejar de hablar con un amigo; si todo va bien, nuestros padres se morirán antes que nosotros (no digamos ya nuestros abuelos); tarde o temprano, la relación amorosa con otro ser humano terminará. El único factor que no cambia es el hecho de que no hemos dejado de ser nosotros.

Es por eso que debemos buscar nuestra felicidad de forma incesante y, en cierto modo, egoísta. Esto implica no confundir la insatisfacción con tristeza, ni ambas con la infelicidad. Todo el mundo se ha cabreado con otra persona, produciendo esto un sentimiento triste, pero no infeliz. Si esa persona provocase infelicidad, ha de marcharse de nuestra vida cuanto antes mejor. Sin embargo, quien produce alegría o satisfacción ha de mantenerse y es con estas personas con quienes debemos compartir nuestra felicidad.

Compartir felicidad, el más hermoso de los sentimientos humanos

El hecho de ser feliz por uno mismo no implica, ni mucho menos, el aislamiento social. Cada cual busca y halla felicidad a su manera, no obstante, se me hace terriblemente difícil de entender que haya quien encuentre la felicidad en solitario y, en aras de mantenerla, decida aislarse del resto de la humanidad. Encontrar la felicidad en uno mismo está bien, no obstante, compartir esa felicidad con el resto de personas que nos satisfacen de una forma u otra hace que esa felicidad sea más robusta.

El peligro de confundir alegría con felicidad

Muy a menudo, hemos escuchado en canciones que ciertas cosas nos producen alegría y, por ende, debemos entregarnos a ellas. El paradigma de esto es el alcohol o las drogas. La frase de me drogo para olvidarme de tal o cual cosa es un cliché. Las drogas producen alegría (a quien se la produzca), sin embargo, esa alegría puede hacer que nos olvidemos de la felicidad produciéndose una paradoja terrible: esos momentos de alegría pueden hacer que se nos olvide nuestra búsqueda de felicidad y, por ende, que se nos olvide que el sentido de la vida es ser feliz, no vivir momentos alegres. La peligrosidad de las drogas es caer en esta confusión.

Igualmente, podemos confundir la alegría del sexo con la felicidad del amor; la alegría de un mensaje con la felicidad de la amistad. Así, hablar con un ser querido que viva lejos a través de una videollamada puede darnos alegría, pero nos producirá una alegría mayor el verles y compartir. Ambas cosas alimentarán nuestra felicidad, pero una más que otra, de forma que si nos confundimos, en realidad, nos haremos un flaco favor.

La importancia de la reflexión continua

Dice Aristóteles: “Porque el placer es algo que pertenece al alma, y para cada uno es placentero aquello de que se dice aficionado, como el caballo para el que le gustan los caballos, el espectáculo para el amante de los espectáculos, y del mismo modo también las cosas justas para el que ama la justicia (…)”. Aristóteles usa “placer” en vez de alegría. Nosotros hemos preferido usar alegría porque entendemos que el placer es el medio para que la alegría se acontezca, siendo alegría fin y placer medio.

Lo importante en esta cuestión es que es importante saber qué alimenta nuestra felicidad y qué la reduce. Para ello es absolutamente importante la reflexión continua y el estudio de nosotros mismos. Así, dejaremos de confundir placer con alegría; alegría con satisfacción y satisfacción con felicidad. De este modo, la apetencia de tomar cerveza con un amigo puede ser sustituida por otra apetencia, pero el amigo no. Saber qué es complementario y qué sustancial se antoja crucial.

“Me apetece compartir felicidad con mi amigo” es sustancial. Y a esa sustancia le podremos añadir complementos circunstanciales. “Me apetece una cerveza con mi amigo”, de tal forma que la cerveza puede ser “un vino”.

La importancia de alimentar lo que se ha llamado alma mediante el conocimiento

El alma no existe. Como tantas otras cosas, el alma es una personificación, en este caso del ser. Cuando hablamos del ser en un plano metafísico, es decir, más allá de su aspecto, lo cercamos y definimos con la palabra “alma”. Es una forma sencilla de llegar al conocimiento del ser, coincidente con lo que las religiones han observado.

Se ha dicho muchas veces que cuando más se sabe, más infeliz se es. Esto forma parte de la confusión entre tristeza e infelicidad de la que ya hemos hablado. Cuántos más conocimientos posee el ser humano, más capacidad para encontrar el placer tiene, de forma que su felicidad será alimentada de una forma más sencilla. Quien sólo conoce el cine, sólo tendrá capacidad para encontrar placeres cinematográficos. Sin embargo, quien ha aprendido a disfrutar de la lectura tiene otro medio.

Así que es importante aprender a disfrutar de uno mismo como unidad básica de felicidad. El conocimiento personal es importante porque, volvamos a lo anterior, el yo es lo único que no va a cambiar desde que nacemos hasta que nos muramos. Aprender a disfrutar del yo es, por lo tanto, lo básico. El hecho de que hoy hace un buen día produce un placer sencillo que debemos disfrutar. El hecho de que ayer no lo hizo y tuviéramos ropa tendida produce el placer de la risa sobre uno mismo. Quizás la más placentera de todas, pues constituye, al mismo tiempo, la aceptación de lo que somos.

Un poco de estoicismo

La vida no es ni buena ni mala, sencillamente es. Parte de ese conocimiento interior consiste en aprender a aceptar las desgracias que a uno le puedan ocurrir. La muerte es, quizás, la más tremenda y a la vez la más natural de todas las desgracias. Amar es una cualidad intrínseca al ser humano que goza de sanidad mental y la desaparición de alguien querido implica un dolor que nos parece inexplicable (por eso el ser humano ha recurrido a las religiones, que tratan de explicarnos de una forma irracional qué sucede cuando cesa la existencia de alguien). A: querer es natural; B: morirse es natural; C: querer a alguien que ha muerto es natural. Ergo, sentir tristeza por la muerte de alguien es también natural.

El hecho de que todo lo que tiene vida acabará por morirse es algo tan empírico como que para morirse hemos de haber nacido. A pesar de que sabemos que esto le ocurrirá a nuestros seres queridos, nos duele terriblemente que suceda. Por eso es importante aceptar a la muerte y a las demás desgracias como parte inevitable de la vida, de tal forma que aprendamos a convertir placeres en alegrías; que cuando las alegrías se sucedan, sepamos ver la satisfacción y que, a través de todo ello, sepamos ser felices incluso en los momentos más aciagos.

De tal forma que un día se murió un ser querido. Lo bueno que tiene la muerte es que solamente sucede una vez. Por lo tanto, tenemos que tener el suficiente conocimiento como para saber observar que un día se murió un ser querido, pero el resto de los días no. Cuántas más desgracias le ocurran a uno, más inteligente tiene que ser para saber fijarse en las múltiples bondades que se acontecen en un día normal. Así, el ignorante tiene más posibilidades de ser infeliz porque no tendrá la sabiduría de fijarse en los placeres comunes.

No se preocupe, usted no tiene importancia

A su vez, entender que el ser humano es absolutamente insignificante ayuda. El universo es tan grande que su existencia apenas aporta un grano de arena a una playa inmensa. Saber que no tenemos importancia y que, por lo tanto, tampoco tenemos responsabilidad, ayuda a concebir que nuestra felicidad es peculiarmente sencilla. Es mucho mejor no tener desgracias que tenerlas, pero nuestras desgracias son, en realidad, nimiedades y, quien se aferra a las desgracias para mantener una postura vital infeliz, en realidad, tiene un delirio de grandeza.

Manténgase en la idea de que, a pesar de no tener ningún tipo de importancia, puede encontrar placeres conscientes; puede hallar la alegría, la satisfacción y la felicidad. Mediante un complicadísimo entramado biológico, todo el mundo puede ser feliz, incluso quien sufre de depresión puede hallar felicidad en algún momento con la ayuda de la psicología. Además, seguro que puede tener momentos alegres y etapas satisfactorias. ¡Y eso que no somos importantes!

No se equivoque, sus seres queridos tampoco son importantes, así que esto podría reducirse a una regla matemática: No soy importante, ergo, ¿para qué ser feliz? ¡Pero! No soy importante, ergo, ¿para qué ser infeliz? Y la respuesta se encuentra al principio de este ensayo: Ser feliz es el medio y a la vez el fin de la existencia. Así que disfrutemos de este vacío, de esta carencia, siendo felices o, al menos, buscando la felicidad.

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Fernando Camacho

Estudiante de Estudios Ingleses e Historia del Arte. Leo más que escribo y reflexiono mucho sobre ética y estética. "Con Montmartre y con la Macarena comulgo" (M. Machado), me gusta la contemplación y el Betis. ¡Sobre todo el Betis!

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