Considero una obviedad la presunción de heterosexualidad. Algo más en profundidad, considero que todo esto es una derivación del sexismo. Un hombre es un hombre y su única opción es que le gusten las mujeres. Al contrario, la mujer ha de corresponder y si no, no es normal (déjenme recomendarles a este respecto el capítulo de la Pastora Marcela del Quijote, es maravilloso). Hay atributos masculinos y atributos femeninos, entre ellos, la orientación sexual. Poco a poco esto va cambiando.
También considero que la privacidad es política. Por ello merece la pena contar una anécdota que me cambió la vida, no sólo porque empecé a descubrir a una de mis mejores amigas (aún sigue aquí), sino porque me hizo ver las cosas de forma distinta.
Como lo privado es político, podríamos decir que yo era políticamente imbécil. Andábamos por la facultad un amigo, mi amiga y yo. Era el septiembre de primero de carrera, estábamos tan verdes como el moho, y ya es decir. Él y yo (ya les digo, imbéciles) opinábamos sobre el físico de una compañera de clase. Mi amiga cortó la conversación de raíz: «Pues está bien, pero no me haría un dedo pensando en ella».
Tenía dieciocho años. De momento, con su franca afirmación, nos había ridiculizado las opiniones. Obvio, eran unas formas de hablar ridículas y nos caricaturizó. Fue una forma muy efectiva de hacernos ver cómo sonábamos. En segundo lugar, ridiculizó la ajenidad con la que la estábamos tratando en aquella conversación (habíamos supuesto que ella era tan heterosexual como nosotros, craso error). Por último, más nos valía empezar a asumir que las mujeres se masturban y que nos necesitan muy relativamente.
Mi amiga cortó desde la raíz un comportamiento estúpido. Martillazo.
Como decía al principio, creo que, en cierto modo, la homofobia nace del sexismo. Por consiguiente, considero lícito decir que gracias a la liberación sexual y femenina también nosotros (los hombres heterosexuales) somos más libres. Entre unas cosas y otras, la lucha contra el sexismo y la homofobia ha conseguido que los comportamientos «amanerados» se hayan diluido. Dicho de una forma más sencilla: Ahora podemos ganar menos que nuestras parejas sin sentirnos mal por ello. También podemos llorar en el cine, leer poesía amorosa y beber cocktails afrutados. Dicho de otra forma, ahora podemos ser sensibles sin que nuestra orientación sexual quede en duda.
Del mismo modo, la lucha anti-sexista y la lucha LGTBI han conseguido que la orientación sexual de cada cual importe cada vez menos. Y, por si quedara alguna duda, ha hecho que tener pluma sea revolucionario. O sea, que es sublime: Si eres heterosexual y lloras viendo Los puentes de Madison, ¡eres un ejemplo! Tengo otro amigo que no se corta un pelo en decirte que él es «muy pasivo». No es que tenga pluma, es que es el Pato Donald, y con esa actitud ha conseguido que todo su entorno sea más libre de decir, ser y hacer lo que quiera (¡qué grande es!).
Es algo por lo que me felicito. Rara vez digo que estoy orgulloso de mi país, ese tipo de cosas me suenan a rancio o a conformista la mayoría de las veces. No obstante, veo a mi amiga con su novia y me digo que qué bien que todo esto haya sucedido en España. Qué alegría. Por un lado, la inmunidad a cualquier ataque es prácticamente absoluta; por otro, los ataques son absolutamente condenados. Es sencillamente genial.
No obstante, vayamos a más. Tenemos varios asuntos pendientes. El más importante es llevar esto a los sitios donde la homofobia es ley. Llevar este mensaje es fundamental, las cifras de salvajadas en todo el mundo siguen siendo intolerables. De alguna forma, este debe ser uno de los evangelios (llamémoslo así -evangelio, quieran que no, significa «buena noticia»-) de nuestro siglo. La segunda, hablando de evangelio, es conseguir que todo el mundo se quiera tal y como es. Un tipo sabio dijo «ama al prójimo como a ti mismo», me sigue pareciendo un mandamiento capital. Claro, que si no te amas a ti mismo -o te amas mal-, el amor que le ibas a dar al prójimo será mejor que te lo guardes. Es ahí donde nacen los armarios. Consigamos que nadie tenga que entrar en ellos. Por último, la inclusión. Cuando pensamos en el Orgullo, se nos viene a la cabeza tan sólo la LG de todo el colectivo LGTBI. Podríamos contarles historias de fantasmas a carajotes subidos a un autobús («existen…», «están entre nosotros…») y no dejará de ser una realidad: Una persona es lo que se sienta, no lo que se le diga.
Dicho esto, sólo queda felicitar un año más al colectivo LGTBI por su maravillosa lucha y por todo lo que ha conseguido. Muy especialmente, felicito a mi amiga. Es un señora importante, quieran que no, es una razón para militar. «Me llamo Harvey Milk y vengo a reclutaros», dijo otro hombre sabio. Yo me llamo Fernando Camacho y, gracias a ella, vine a involucrarme.