Salomé, Tiziano, hacia 1550: Un comentario crítico

Escribo, para qué negarlo, inspirado por un maravilloso artículo publicado por Paula Velasco. Hay una frase en él que me parece estelar y que, a la hora de inaugurar esta serie, me parece extraordinaria: “esta revolución cultural no implica necesariamente el rechazo estético a lo anterior, sino la mirada crítica”. Afortunadamente, el feminismo es hoy en día lo suficientemente amplio como para que no estemos de acuerdo dentro del mismo. Habrá, pues, mujeres y hombres que no estén de acuerdo en la metodología empleada en esta serie. Me parece respetable y recibiré las críticas con gusto.

La obra a examinar, Salomé, me parece tan machista como cualquier otra obra. Sin embargo, Tiziano es un pintor incuestionable. Nuestra labor aquí será ejercer la crítica lo más noblemente posible; sabiendo que Tiziano no nos va a responder. En primer lugar, por llevar cientos de años muerto. En segundo, porque de estar vivo, no tendría porqué hacerlo. Y en tercero, porque se debe aplicar una presunción de inocencia en las manos del artista que, en la mayoría de los casos, debe reflejar la sociedad tal y como es y no una utopía, una quimera o, en el peor de los casos, una ensoñación.

Y es que el buen arte tiene una premisa: debe ser creíble y, mal que nos pese, vivimos donde vivimos y en el tiempo en que lo hacemos.

Salomé, Tiziano

En el primer capítulo de Femme fatale: imágenes de la bella diabólica (Archivos Vola, Madrid, 2019), Juan Francisco Pastor Paris hace un ejercicio sublime de elocuencia. Nos habla del porqué existen las femme fatale e indaga en su génesis. Nos habla de la amenaza que sufre el hombre en su miedo más primitivo: el que rodea a su rol de género, su masculinidad. El hombre que no ha tenido los cojones de deconstruirse guarda su masculinidad como si fuera un himen, por eso, observa Pastor Paris, la mujer empoderada le da un miedo terrible: el de ser “castrado”. De ahí, pasa a ese mito tan gráfico: la vagina dentada, esa que es capaz de hacer de un hombretón un calzonazos.

Seguidamente, empieza su capítulo dos hablando de la eterna lucha entre la psique y el thanatos. El placer romántico de estar cerca de la muerte y que tantas desgracias causó. En esas aparece Salomé portando en una bandeja de plata la cabeza de San Juan Bautista. La imagen es escalofriante en términos penales. Hay un ensañamiento con el cadáver que Salomé disfruta, mostrándoselo a un público al que no termina de mirar a la cara pues, a la vez, nos mira a nosotros, los espectadores masculinos, con una amenaza más que visible.

Mala mujer

Lo cierto es que Salomé es, además, canónicamente hermosa. En Mateo 14: 1-11, se dice Juan el Bautista había dicho que el matrimonio de su madre y Filipo era ilícito. Seguidamente, Salomé baila para toda la sala y Herodes, ensimismado, le promete todo lo que ella pida. Instada por su madre, pide la cabeza de aquel que iba predicando tal cosa. Como decíamos, la mujer que hace lo que quiere hacer castra al hombre. Es más, a través de la sensualidad, la mujer es capaz de hacer lo que quiera con un hombre que, por otra parte, no es capaz de controlar “sus instintos” más de lo que lo haría un animal. Todo eso es lo que representa Tiziano.

Su brazo desnudo es un recurso de provocación de alguien que sabe lo que está pintando. La diagonal que se desliza a través del mismo brazo (elevando la bandeja de plata), el velo que cae sutil de él y la mirada al espectador nos dan una imagen de movimiento, como si Salomé, esta vez, estuviera bailando para nosotros para después exigirnos un precio demasiado caro como para poder pagarlo.

Salomé es, en definitiva, mala. Su belleza no es una virtud metafísica, como la bondad o la nobleza, es un arma que usará contra nosotros. Salomé es peligrosa o, como diría C. Tangana, una mala mujé.

Y hablando de ello…

El patriarcado evoluciona y el arte también. C. Tangana sigue un tópico, como tantos otros. La diferencia radica en que la estética de Tiziano es sublime, mientras que las canciones del trapero madrileño reducen su utilidad a la del papel higiénico. Esa es la verdadera razón para no contratarle: Que hay arte que tiene calidad y arte que no, y lo que hace el (mal) cantante es de lo segundo. Una vez contratado censurarle sólo le dará más fama. 

La vertiente más negativa de la libertad de expresión no es que alguien cuente un chiste negro, sino que cualquiera pueda decir la tontería que le parezca, desde que “el feminismo no es necesario” a “yo estoy enamorao del queso/ pero prefiero un beso, tus besos”, y por más ridículo que me parezca, censurarlo no está bien.

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Fernando Camacho

Estudiante de Estudios Ingleses e Historia del Arte. Leo más que escribo y reflexiono mucho sobre ética y estética. "Con Montmartre y con la Macarena comulgo" (M. Machado), me gusta la contemplación y el Betis. ¡Sobre todo el Betis!

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