Gracias por todo, Chicho: la labor formativa del audiovisual

Chicho

El pasado 7 de junio nos dejaba Narciso Ibáñez Serrador, Chicho eternamente en la memoria de quienes, desde la admiración, lo amábamos tiernamente. Realizador fundamental para la televisión y el cine españoles, fue comparado en diversas ocasiones muy acertadamente con figuras del mundo anglosajón como puedan ser Rod Serling, el creador de En los límites de la realidad, o el absoluto genio Alfred Hitchcock.

Su figura ha marcado para siempre el imaginario del fantástico patrio, como evidencia la providencial entrega del Goya de Honor meses antes de su muerte: sólo su figura podía haber reunido a tributarios de la talla de Alejandro Amenábar, Jaume Balagueró, J.A. Bayona, Rodrigo Cortés, Álex de la Iglesia, Juan Carlos Fresnadillo, Paco Plaza y Nacho Vigalondo. La flor y nata, en definitiva, del terror, la ciencia ficción y la fantasía en nuestro país, rindiendo honores a quien les abrió camino y fue, y será por siempre, inspiración y modelo a seguir en el medio.

Una hemeroteca espectacular

Solo dirigió dos películas, sí, pero qué dos películas. La residencia sigue siendo el pináculo del terror clásico patrio, y su ¿Quién puede matar a un niño? marcó el inicio de la modernidad en el género. En televisión, bastante más fructífero, siguió creando pesadillas con su celebérrima Historias para no dormir, adaptando a grandes como Poe o Bradbury en tándem con su padre, el inolvidable actor Narciso Ibáñez Menta; y también divulgando cine de calidad con su espacio Mis terrores favoritos, programa que junto con el Qué grande es el cine de José Luis Garci, el Versión española de Cayetana Guillén Cuervo y las diversas encarnaciones del siempre excelente Días de cine, más ha contribuído a la cinefilia y el interés por la cultura en nuestro país. También, por supuesto, creó grandes programas de entretenimiento familiar que todavía hoy se recuerdan con mucho cariño, como su Un, dos, tres o El semáforo.

Sin embargo, y aunque me gustaría sobremanera, no sería adecuado desde la tribuna que es Cámara Cívica homenajear a Chicho como el creador de fantasías y diversiones que fue. Afortunadamente, la grandeza de su figura es tal que rebasa la generación de entretenimiento audiovisual y se adentra también, entre otros, en el terreno de la pedagogía transversal.

Como artista, siempre fue muy consciente del valor formativo y moralizante del medio al que dedicó su vida, y de su capacidad para educar, para formar a individuos mejores y más conscientes de sí mismos, de los demás y de su entorno.

Pedagogía televisiva en una España en transición

Esto se evidencia en muchos frentes. Su producción cinematográfica tiene algo de esto, por ejemplo: La residencia es una gran alegoría sobre los efectos de la educación clasista y la represión psicosexual en los infantes, mientras ¿Quién puede matar a un niño? explora los nefastos efectos de la aplicación instrumental de violencia sobre los más débiles y vulnerables, en un brillante discurso antibélico.

En televisión, creó espacios de concienciación y difusión como pudieron ser el programa-concurso Waku waku, de temática medioambiental y ecologista, o su Hablemos de sexo, que contribuyó sobremanera a eliminar tabúes y a hacer avanzar el discurso inteligente y público sobre sexualidad. Incluso la última encarnación de su Un, dos, tres tuvo por objeto el aumento del deseo lector, cosa que nunca está de más.

A título personal, me quedo, eso sí, con sus pequeñas producciones ficcionales sobre temas de civismo y valores éticos. Aprovechando el formato de Historias para no dormir, siempre se preocupó por colar, entre tantos relatos que ponían los pelos de punta, algunos que llamaban a la reflexión.

Estas «historias para pensar» eran pequeñas píldoras que mezclaban sabiamente lirismo y enseñanza, y que, a parte de buscar muchas veces la sonrisa o hasta la carcajada del espectador, pretendían también despertarle nobles sentimientos de conmiseración y solidaridad mediante la empatía con los personajes protagonistas.

El Chicho más ‘Cívico’

Recuerdo con tremenda emoción los tres episodios que voy a compartir, principalmente porque los experimenté en ese curioso momento de la juventud en que el niño todavía no se ha ido y el adolescente comienza a surgir. Tenía muy mal dormir, y a veces me quedaba algunas horas de más frente al televisor por las noches, pasando las cadenas con la esperanza de que diesen algo bueno.

Muchas veces, La 2 me proveía de cosas inesperadamente maravillosas: así, por ejemplo, vi casi accidentalmente Blade Runner, que por poco no hizo explotar mi cabeza. De igual manera me encontré también con La cabina de Antonio Mercero, otro titán desaparecido cuyo mediometraje me conmovió sobremanera.

Así fue, pues, como di también con estas tres pequeñas lecciones morales de Chicho, cuyo nombre ya conocía y me motivó a quedarme y ver el programa por entero, pese a esos inicios muchas veces algo histriónicos y naif. Hice, sin duda, muy bien. Si todavía hoy atesoro el recuerdo de todos esos hallazgos fortuitos, y de muchos más en realidad (¿quién de mi generación no estaba enganchadísimo a Más allá del límite?), fue por lo hondo que me calaron, no sólo a nivel estético, sino también intelectual: quiero pensar que, con ellos, soy hoy una persona mejor y más consciente de lo que podría haber sido en su ausencia.

Mañana puede ser verdad – NN23

NN23 coge retazos del Fahrenheit 451 de Bradbury para crear una distopía enraizada, eso sí, en elementos de la historia reciente, como los gobiernos totalitarios o el uso de la propaganda y los medios de comunicación como herramienta de control. Sin embargo, un giro del destino tan sorprendente como inverosímil hace patente que el poder tiene mucho más que ver con la intención de quien hace uso de él que con cualquier otra consideración estratégica o económica.

Así, las riendas del globo entero acaban en manos del último poeta vivo de la humanidad, quien tiene que hacer evidentes los lazos entre acción política y felicidad individual. El final, sin embargo, es tristemente el que este cruel mundo suele tener reservado a quienes se dan a sí mismos con generosidad buscando el bien de sus congéneres.

Historias para no dormir – El asfalto

El asfalto recupera esta visión desencantada de la burocracia estatal, pero aplicándola a una historia en tiempo presente, y quizá por ello más cercana y dolorosa que las otras. Crítica desenfrenada a una sociedad impersonal y deshumanizada en que el otro es un mero fenómeno externo sin relación con uno mismo, y se vive aislado interiormente y sin conciencia de la realidad interpersonal exterior. Un mundo sin valores, inmisericorde y ajeno, desierto del amor fraternal que es la más sublime expresión de humanidad positiva, donde la gente es aliena a la gente y la vida ha perdido su valor.

La lacónica despedida del personaje de Menta a su único benefactor, cerca del final de su calvario, quedará grabada a fuego en los recuerdos de muchos.

Historias para no dormir – El trasplante

Por último, El trasplante nos devuelve a otro futuro posible, esta vez uno en que los adelantos en medicina han aniquilado el significado del cuerpo humano, y por tanto han dañado su ontología, el sentido mismo del ser. En esta sociedad en que todo lo que constituye al hombre es de quita y pon, un individuo lucha por mantener contra corriente su integridad, tanto física como moral, con tal de conservar su unicidad personal y no diluirse en la masa adocenada de sus contemporáneos.

Su existencia, mísera, fugaz y absurda, no sólo logrará sin embargo su objetivo al final, sino que marcará una cierta diferencia en ese mundo, aunque sea para una sola persona. Las palabras de Chicho en los tres minutos iniciales del metraje, por cierto, lo dicen todo, y atestiguan especialmente la altura humana que, como persona y profesional, tuvo.

Chicho contra el concepto de ‘la caja tonta’

Este particular tríptico, del que se podría decir sin rubor alguno que es el antepasado directo de modernas fórmulas de éxito como Black mirror, explicita de sobra la potencialidad de la televisión como elemento formativo del individuo y transformador de la realidad. Una tradición ésta cuya fórmula, aunque aún vigente y dando obras de indudable interés, pierde paulatinamente terreno frente al entretenimiento vacuo.

Y pese a que también hay que otorgarle su espacio a la pura diversión sin cortapisas, el audiovisual contemporáneo debería dedicarle más mimo a la tarea de la educación transversal en valores, cimentando y promoviendo todo aquel rasgo cívico que garantice la convivencia suficiente y el principio de tolerancia, a la vez que se practica un sano criticismo contra el poder estatal si acaso éste se sobrepasa en sus funciones.

Chicho, con su simple voluntad didáctica y generosa, lograba con muy poco cerrarles la boca a quienes despotricaban sobre «la caja tonta». Y no estuvo solo en esto: Lolo Rico y su La bola de cristal, por ejemplo, probablemente inculcaron muchísimo más que algunos docentes la necesidad de expandir el propio conocimiento con su «si no quieres ser como éstos, lee» locutado mientras un rebaño de ovejas cruzaba el televisor, y tantos y tantos otros sketches inolvidables del espacio.

Lolo, quien como Chicho era una auténtica purasangre del medio, también falleció a principios de este año: parece que el 2019 nos quiere dejar huérfanos de aquellos que hicieron de la comunicación de masas un medio más con el que tratar de hacer progresar a la sociedad mediante la concienciación. Que no nos dejen su legado ni el espíritu que los inspiró, aunque ellos nos hayan dado su último adiós.