Los discursos reaccionarios propios del espectro ideológico ultraconservador, se han vuelto tremendamente sexis, al menos para unos cuantos. Y paradójicamente, para una cantidad considerable de jóvenes. Es lo suficientemente seductor como para verles proyectar los mismos discursos que hace ya casi un siglo. Les ha seducido lo suficiente como para que prefiriesen pasar un momento familiar e íntimo, como la Nochevieja, apaleando una piñata en Ferraz al grito de “perro sanxe”, frente a la sede del partido que no soportan. ¿Cuál es el poder de seducción discursiva necesario como para conseguir que esto ocurra?
Escrito por Iván Domínguez.
Receta para un discurso rico en viejos mantras, scrolling y algoritmos
Podemos observar a quienes, decididamente, les seduce el discurso meritocrático. Convencidos de la creencia del ascensor social, aparecen en prime time, les favorecen los algoritmos y tienen una presencia considerable en los espacios hegemónicos. Es decir, hablamos de cómo se ha constituido toda una red; no sólo para que subsistan, sino para que además les seduzcan los mismos discursos repetidos, una y otra vez, como un mantra. Un mantra que se alimenta del bucle del scrolling en la era digital, donde los usuarios pasan horas deslizando un vídeo corto tras otro, fortaleciendo el mantra. En esencia es muy antiguo, pero existe un clima idóneo para resurgir, por muy viejo que sea.
Por todo ello, hay que considerar los numerosos factores que posibilitan romantizarlo, para que este discurso pueda seducir a las audiencias. Ya nos advirtió Julio Anguita del «ensimismamiento» en aquellos viejos mantras. Estos viejos mantras consisten, cíclicamente, en problematizar aspectos como el modelo de sociedad plurinacional, la inmigración que ésta recibe o las medidas progresistas que protegen a sus colectivos más vulnerables, para así desviar la atención de las audiencias. Anguita lo describía como una “pérdida de la capacidad de análisis y de comunicarse con los demás”.
Estos viejos mantras consiguen movilizar, sembrar el pánico y polemizar, para evitar la transformación de las estructuras de poder que tambalean cada vez que cobran fuerza los discursos que las cuestionan. Esto no es otra cosa sino una estrategia de comunicación política impecable, ya que los discursos reaccionarios consiguen incorporar aquello que pretenden problematizar en la agenda pública.
La producción masiva también ocurre en las redes sociales, y los espacios virtuales son auténticos mares de información. Allí donde los flujos de información se escapan del control de su propia veracidad debido a su enorme liquidez, se genera el caldo de cultivo apropiado para la difusión de bulos y de fake news, es decir, el paraíso de la desinformación.
Han dado con la receta perfecta para un discurso rico en viejos mantras, scrolling y algoritmos, capaz de hacer mucho ruido, pero escaso en valores. Pero también es un discurso que consigue convencer a algunos adolescentes a través de Tiktok, a la vez que le da la razón a los “nostálgicos del régimen”. Mientras tanto, con frecuencia ocurre que desde las posturas más democráticas se continúa con cierto temor a denominar al fascismo por su nombre. Por ello, es inevitable recordar que para ser demócratas, es intrínsecamente necesario ser antifascista, por ser éstos esencialmente antitéticos entre sí.
Medicina para curar la intolerancia
Desgraciadamente, cada vez ocupan más espacio en las redes sociales los discursos reaccionarios. Así como, tras una paulatina conquista de derechos, los avances en materia de género y las conquistas de derechos LGTBI comienzan a tener cierta relevancia y visibilidad como nunca antes en la Historia, la respuesta virtual y mediática se muestra exponencialmente violenta. Esta reacción es peligrosa para la democracia y parece ser cada vez más abundante. ¿Y por qué será tan furiosa la respuesta contra el lenguaje inclusivo o por el señalamiento de los piropos no solicitados? Si bien ese es otro debate, lo curioso de la inclusividad del lenguaje es cómo a veces, cambiar una simple letra puede poner nerviosa a alguna gente.
Hace poco tiempo fue noticia en los medios cómo unos alumnos abandonaban un acto académico donde se les hablaba con lenguaje inclusivo. Parece que, desde la perspectiva de la intolerancia, ciertos colectivos no merecen siquiera ser nombrados. Ahí, en ese preciso comportamiento de renuncia a la tolerancia (y además por parte de un segmento joven de la población), es donde los ultraconservadores han recogido lo sembrado.
Lo que sí sabemos es que los discursos reaccionarios alimentan el odio, porque se basan en la convicción por la mera acción, y por eso juegan una batalla distinta a los discursos que se basan en la razón. Creen que la sociedad ilustrada y racional fracasó y que la democracia no ha conseguido responder a sus demandas. Recurren a la acción, seducidos por una idea muy concreta de la ética y de la moral. Una idea que deja fuera las familias no tradicionales, repudia otros nacionalismos y expulsa cualquier conducta fuera de su rígido sentido sociocultural. Necesitamos acceder a la medicina adecuada para curar la intolerancia.
La comunicación política, clave para la seducción
La batalla dialéctica por desacreditar o defender la supuesta cultura del esfuerzo también está cobrando fuerza en las redes sociales. Recientemente, la cantante y activista Samantha Hudson ha sido tendencia por las palabras que ha ofrecido en el programa de televisión de OT, donde acudió para dar ánimos y encontrarse con los participantes del concurso. Les habló sobre aceptar el fracaso, sobre explorar otros tipos de triunfo y les ofreció esperanza.
Sin lugar a dudas, su discurso (a pesar de no ser el hegemónico) pretende alcanzar un impacto positivo para los jóvenes, dado que actualmente vivimos tiempos difíciles para los datos que reflejan un deterioro general de la salud mental. Es sabido que la principal causa de muerte en jóvenes y adolescentes es el suicidio. Samantha pertenece a la línea discursiva que desafía la meritocracia, poniendo en cuestión las condiciones materiales. Poner en práctica la comprensión y la empatía en el discurso produce cierto escozor sobre los posicionamientos reaccionarios. Precisamente por eso, el discurso de Samantha Hudson no es el hegemónico: porque rechaza explícitamente dignificar el trabajo asalariado a cambio de un replanteamiento superior del sistema productivo que atraviesa nuestras vidas. Es posible que hagan falta más Samanthas Hudson y menos reaccionarios de Tiktok. Tener una mirada de género en nuestro análisis, contemplar a colectivos tradicionalmente oprimidos o una perspectiva de clase, puede facilitarnos las cosas.
¿Cómo podemos resolver todo esto? La comunicación política podría ser la clave de la seducción. Dar la batalla dialéctica es una de las tareas, pero existe otra dificultad aún mayor: conseguir que sea sexy. La pluralidad y la democracia pueden serlo, pero no mientras permita mecanismos que destruyen lo que la hace realmente atractiva: la tolerancia. Al menos sabemos que al ser humano no le seducen las mismas cosas a lo largo de toda su vida.