«Si el Reino Unido decide revocar el artículo 50, yo sería feliz, pero eso le corresponde decidirlo a ellos»
Con esta elocuente frase se refería el entonces presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, a la futura relación de la UE con el Reino Unido a la ocasión de la Cumbre sobre el “Brexit” que se celebró en Bruselas en marzo de 2019.
El pasado 31 de enero se produjo la consumación de uno de los sucesos que más han agotado los recursos y tiempo en el seno de la UE en la última década: la despedida de facto del Reino Unido del club comunitario.
Detrás han quedado tres largos años de negociaciones, dimisiones de premiers británicos, y polémicas declaraciones entre las dos partes en una suerte de laberinto de sucesos que no siempre aclaró qué es lo que iba finalmente a ocurrir y cuándo se iba a producir.
De hecho, observando declaraciones como las de Tusk, puede apreciarse cómo en este periodo de arduas negociaciones entre las autoridades comunitarias y las del Reino Unido, se ha conformado una cosmovisión dicotómica del “nosotros” vs “ellos”; mientras que las autoridades británicas apelaban al “mandato y decisión del pueblo en referéndum”, las comunitarias anunciaron su voluntad de negociar un Brexit “blando” con Londres que salvaguardara el interés de ambos, aunque no a cualquier precio para los intereses bruselenses.
La histórica personalidad propia del pueblo británico, unida a su original concepción de sí mismo desde el espacio privilegiado y solitario que aporta su insularidad, viendo siempre a Europa desde una original perspectiva en el otro lado del Canal de la Mancha, dificultó desde el inicio su inclusión total en el sistema europeo así como su suma en el proceso de integración que se iba desarrollando a lo largo de los años.
Prueba de este original y tradicional singularismo británico puede ejemplificarse cuando medios como el Daily Mail decían aquello de «niebla en el Canal, el continente aislado»: el Reino Unido siempre ha visto su matrimonio con Europa desde el punto de vista instrumental, no creyendo nunca en el proyecto político e integrador al que pretendía aspirar la Unión Europea desde la década de los 90.
Los numerosos vaivenes del “anunciado” adiós
Hasta el momento de la salida fáctica y oficial del Reino Unido, muchos eran los que en Bruselas veían con cierto escepticismo que se fuera a realizar el adiós definitivo de un país que, con sus idas y venidas, había formado parte del Club europeo desde los tiempos en los que éste se denominaba a sí mismo como «Comunidad Económica Europea» (CEE) y tenía un claro propósito de integración económica y comercial pero no política.
Acabada la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill apoyó fervientemente la creación de unos «Estados Unidos de Europa». No obstante, como después explicaría, su proyecto de federalismo europeo pasaba por dejar fuera a Reino Unido, actuando Londres junto a las dos superpotencias del momento (Estados Unidos y la Unión Soviética) como cancerberos de su integridad y vigencia.
De hecho, otra de las frases célebres atribuidas al estadista británico fue cuando en una conversación con Chales de Gaulle afirmaba aquello de «Debes saber que si tenemos que elegir entre Europa y los mares abiertos, siempre elegiremos los mares abiertos».
A raíz de las recientes declaraciones del premier Boris Johnson sobre la futura relación de Londres con la UE, esta frase parece estar más en vigencia que nunca: los euroescépticos y nacionalistas ingleses han celebrado su adiós a las instituciones británicas como una independencia de facto del país; como si durante los últimos 45 años el Reino Unido hubiera estado preso en la jaula de la «metrópoli» bruselense y pudiera volver a volar libre.
Un Brexit que votó el 51,9% de los británicos
Como es de todos sabido, la historia de esta ruptura comenzó oficialmente el 23 de junio de 2016 cuando el entonces primer ministro británico, David Cameron convocó un referéndum para consultar al pueblo británico sobre cuál debía ser su relación futura con la Unión Europea y, de paso, aliviar a la cada vez más creciente y poderosa corriente euroescéptica del Partido Conservador.
En contra de lo que inicialmente se creyó, la opción escogida finalmente fue la de la salida del país del club comunitario con un pírrico resultado final del 51,9% frente al 48,1% restante que optó por la permanencia.
Cabe decir que, los apólogos del «Bremain» tuvieron ante sí a un contrincante al que se infravaloró al creer quimérico que el pragmático pueblo británico decidiera la desconexión con una Unión Europea a la que habían dado tanto y de la que habían recibido una relación casi al «gusto» británico (Reino Unido era el único país que no pertenecía de forma simultánea a dos de los principales pilares de la UE, el Espacio Schengen de abolición de fronteras interiores y a la moneda común).
Prácticamente al día siguiente de su inesperada victoria, los partidarios del «Brexit» asumieron el mandato popular como una suerte de misión mesiánica: después de más de 40 años de ilógica pertenencia a la Unión Europea, la ciudadanía había mostrado su voluntad, siendo su cometido el de encarrillar las negociaciones futuras con Bruselas para hacerla realidad.
Con la dimisión de Cameron (reconocido defensor de la pertenencia al club comunitario) tomó el relevo del número 10 de Downing Street, la también conservadora y entonces ministra del interior Theresa May. May tenía ante sí el enorme y vertiginoso reto de negociar un acuerdo de salida del país de una Unión que, prácticamente desde el primer momento, se mostró más compacta que nunca de cara a alzar una voz conjunta que defendiera sus intereses respecto a lo que pretendiera negociar el Reino Unido.
Llega Theresa May
El 29 de marzo de 2017 el Reino Unido activó el artículo 50 del Tratado de Lisboa por el que se permite la salida del país que lo considere de la Unión Europea. Desde ese momento, May se fijó como fecha máxima de salida el 29 de marzo de 2019 y se entablaron las citadas negociaciones entre las dos partes.
Tras llegar a un acuerdo con Bruselas en noviembre de 2018, se producirán importantes tensiones políticas en el interior del país sobre la nueva relación que tendría el Reino Unido con este nuevo acuerdo. La importante presión del ala más euroescéptica de los conservadores forzará la dimisión de May en marzo de 2019.
Será sucedida en el puesto de premier por Boris Johnson, un conocido líder del ala euroescéptica del partido, quien capitaneará los últimos plazos de la negociación con la UE. finalmente tras numerosas idas y venidas, el 17 de octubre de 2019 se llegó al acuerdo final y se situó la salida oficial de Londres el 31 de enero de 2020, como finalmente se produjo.
Un Brexit ¿deseado?
Para muchos, el desenlace del «Brexit» al que se asistió en Bruselas el pasado 29 de enero fue la «crónica de un adiós anunciado». Al igual que todo lector de la célebre novela de Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada sabe desde el principio que Santiago Nasar no iba a vivir para contarlo, la elección de Boris Johnson y la obtención de la mayoría absoluta en el Parlamento británico tras las elecciones del 12 de diciembre, se supo que la despedida final de la «pérfida Albión» del club comunitario estaba más cerca de producirse que nunca.
No obstante, pese a que los cambios no se comenzarán a apreciar hasta que no finalice el periodo transitorio el 31 de diciembre de 2020, muchos defensores de la permanencia del Reino Unido en la UE ya han comenzado a lamentarse.
Los del ‘Brexit duro’ vs ‘Bremainers’
Como pudo apreciarse desde el momento posterior a la victoria de los defensores de la salida, las cifras fueron realmente ajustadas y el Reino Unido comenzó un importante proceso de polarización social y política que ha llevado incluso a una gran mayoría de los euroescépticos a apoyar un «Brexit duro» que corte de raíz cualquier atisbo de relación estrecha con Bruselas si no se respetan los intereses británicos.
Pese a que los partidarios de la salida del Reino Unido siempre han sido mucho más sonoros en sus reivindicaciones, existió ya en tiempos del referéndum un importante porcentaje de bremainers que deseaban continuar en la Unión Europea. Como ocurre en cualquier conflicto polarizado, siempre hay una parte que, de manera inevitable, tiende a quedar silenciada ante el empuje de la opinión rival.
En el caso que nos aborda fue indudable la proactiva y carismática labor de euroescépticos como el europarlamentario y líder del UKIP Nigel Farage, quien con su informal y agresiva retórica defendió a capa y espada la salida del Reino Unido de la Unión Europea desde el propio corazón bruselense.
La soledad de los norirlandeses y escoceses en el Reino Unido post-Brexit
Mientras que los brexiters celebraban con júbilo su victoria final contra la «metrópoli» comunitaria, muchos otros europarlamentarios (sobre todo escoceses y norirlandeses) se lamentaban del triunfo final de una opción que cercenaba la siempre vocación europeísta de Escocia e Irlanda del Norte. A partir de ahora y, por vez primera en casi medio siglo, ambos territorios iban a volver a divisar Europa desde la soledad del otro lado del Canal de la Mancha.
Escocia ya ha recordado su sincero europeísmo y su voluntad de que las estrellas comunitarias ondeen de nuevo en Edimburgo. En Irlanda del Norte el auge del renovado nacionalismo inglés «post Brexit» puede avivar la llama de la reunificación con Irlanda y, por ende, el retorno a una Unión Europea que, como los escoceses, nunca quisieron abandonar como bien se apreció en los resultados del referendum en estos territorios. Solo el tiempo (y las gestiones de Johnson y sus sucesores) aclararán si el Reino Unido está tan «unido» como se hace ver desde Londres o si por el contrario, se trata de una «crónica de una muerte anunciada».