El resultado de las elecciones del pasado domingo deja, por un lado, a un PP reforzado y consolidado y, por otro, un debilitamiento de las fuerzas emergentes, Ciudadanos y Podemos, o lo que es lo mismo, un balón de oxígeno al maltrecho bipartidismo. La gente, ante la incertidumbre, ha vuelto a la caverna y en ese camino a la falsa estabilidad se han refugiado, muy especialmente, en el éxtasis del inmovilismo: el PP. Eso sí, el PP no crece tanto por un aumento espectacular de votos sino porque sobre el total de los emitidos, obtiene una parte porcentual mayor. Los que no tenían miedo, simplemente, estaban desilusionados y se quedaron en casa. Este perfil de votante desactivado es esencialmente joven y de corte izquierdista cuya facilidad para la desafección es alta (voto más crítico). Estas elecciones demuestran pues que los grandes movimientos del electorado han sido en dos grandes sentidos: la concentración del voto moderado en el PP, en perjuicio de Ciudadanos, junto a una estabilización de los populares en cuanto a apoyo electoral y la abstención de buena parte del electorado de Podemos-IU.
Rajoy se dedicó a hacer lo que mejor sabe hacer la derecha: dejar que pase el tiempo y esperar a que la izquierda cometa sus errores genéticos. Y acertó. Ni la corrupción ni el juicio retrospectivo le pasan toda la factura necesaria, aunque no podemos olvidar que Rajoy obtiene los mismos votos que, por ejemplo, Rubalcaba en 2011. No, no es una victoria loca. Pero, sí, sí es una victoria sobre el contexto. La derecha sabe jugar con los tiempos y con la mentalidad más profunda de la gente. Además, apeló a una lógica causal que funcionó rápidamente en las zonas rurales, “o nosotros, o ellos”, donde el PP es un partido muy asentado, con gran tejido social y no goza de competencia por los lados no bipartidistas. Rajoy se lleva más del 40% de los votos en las pequeñas localidades pero menos del 30% en las metrópolis. Así que lo de “que gobierne la lista más votada” puede convertirse en “que los pueblos gobiernen a las ciudades”. La desatención de Ciudadanos y Podemos a las zonas rurales permite que el PP, pero también el PSOE, mantengan sus posiciones. Hay vida más allá de Madrid, Barcelona y Valencia, aunque los chicos jóvenes de la regeneración no acaben de entenderlo. Tal es así que en la mayoría de pueblos de España el 26J ganó el PP y lo hizo con una media de voto superior al 35%. En las provincias donde la ruralización poblacional es mayor, el porcentaje de apoyo a los populares aumenta (Ávila, Murcia). Y en aquellos municipios donde no ganó el PP, lo hizo el PSOE, es decir, las zonas rurales votan por conocimiento histórico y lo hacen apoyando al bipartidismo.
En definitiva, en el PP están acostumbrados a ganar y lo hicieron, centrando el mensaje de las elecciones en el miedo sobre el futuro y eliminando el debate sobre su actuación de gobierno (debate que tenía perdido de antemano). Así el PP no planteó las elecciones como una rendición de cuentas que valorara la acción de gobierno sino más bien como una elección sobre un futuro bifurcado entre los “extremistas” y los de la “estabildiad”.
La polarización no fue efectiva por el lado de la concentración progresista ya que Unidos Podemos no logró situarse en el imaginario colectivo como la alternativa a Rajoy, en un sentido francés de segunda vuelta. Posiblemente, la imagen poco presidenciable de Pablo Iglesias dificulte el “nosotros-ellos” que se intentó construir pero no funcionó. Eso sí, en el PP triunfó. Frente a una pluralidad indefinida de fuerzas progresistas, el PP se mantiene discursivamente igual que el 20D (esto ayudó al electorado a situar al partido en posiciones posteriores a las elecciones) y constituye la alternativa clara de que Unidos Podemos no entre al gobierno.
Pedro Sánchez, a pesar de obtener el peor resultado de la historia del PSOE (frase que se repite cada vez que vamos a las urnas) se consuela en que a Unidos Podemos le va peor. No hay autocrítica, ni falta que hace. Efectivamente, Sánchez está feliz porque el enemigo nunca fue el PP (Rajoy arrasó a Sánchez) sino Pablo Iglesias al que ha conseguido superar contundentemente en escaños y débilmente en votos. En el PSOE necesitaban esta victoria psicológica que les permite mantener el “statu quo” bipartidista. Digamos que como partido del establishment necesita de su propia conservación en las posiciones tradicionales para no abrir un proceso de fractura interna que podría haber conducido a una refundación. La alegría relativa de los de Ferraz demuestra que las victorias electorales no son numéricas sino morales y de contexto y que no siempre el primero gana ni el último pierde.
Pablo Iglesias y la coalición con IU no ha sumado. Pierden 1.200.000 votos y a pesar de que mantienen resultados (es la única fuerza de la oposición que no pierde apoyos parlamentarios) las expectativas de las encuestas que generaban un campo imaginario muy positivo han convertido el resultado de Unidos Podemos en un fracaso contundente. No solo no hubo sorpasso al PSOE, tampoco al PP. La idea de fracaso de la coalición viene reforzada por las expectativas creadas por las encuestas lo que ha servido a algunos para señalar como teoría que esas previsiones más que equivocadas estaban premeditadamente dispuestas para agudizar el resultado de Podemos y es que nadie ha hecho un ejercicio comparativo con el 20D sino más bien con las encuestas. Tal vez, la solución sea más fácil y es que las casas demoscópicas fueron incapaces de prever la abstención más alta de la historia democrática, lo que genera una preocupante falta de ilusión en el votante morado.
Las posturas más cercanas a Iñigo Errejón y la articulación gramsciana de una construcción política popular y no tanto de una trinchera de la izquierda tradicional, se han apresurado a decir que no se puede pretender renovar el eje político y mantener posturas de la “vetusta izquierda” que diría Hernando, condenada al fracaso perpetuo. Otros como Monedero y el propio Pablo Iglesias consideran que la coalición frenó el desgaste de Podemos entre el electorado progresista por la fracasada formación de gobierno. Lo que queda claro es que la confluencia no ha sumado nada y, es más, ha perdido votos. El electorado tradicional del PCE desconfía de “estos chicos nuevos” y el elector más transversal de Podemos renunció a apoyar a algo desgastado.
Se confirma en Ciudadanos que la derecha tiende a la concentración y que el voto moderado no tiene tantas posibilidades de fuga como el de la izquierda. No sabemos qué futuro le depara a Rivera pero ni mucho menos es una alternativa de gobierno para este país y, desde luego, conforme la situación política se asiente (desaparición de los efectos de la crisis, olvido de la corrupción), tendrá cada vez menos sentido. Ciudadanos es la marca blanca y por el mismo precio, todo el mundo compra el original. Tal vez Ciudadanos empiece a describir una deriva hacia ocupar la posición que UPYD tenía allá por el 2011. También queda en evidencia si aquello de que el centro es posible tiene consistencia futura.
Con todo este escenario, la izquierda, derrotada en las urnas a pesar de tener de su lado el escenario más favorable en años (empobrecimiento ciudadano, corrupción, desencanto), debe reflexionar por qué a pesar de tener al pueblo como bandera, este mismo ha decidido darle un “no, de momento”. Algún factor fundamental podría ser la falta de clarificación de las alternativas al PP, así como sus posicionamientos programáticos e ideológicos (a más claridad, más consolidación de apoyos). Otro podría ser el poco recorrido institucional de partidos como Podemos lo que genera la eterna duda de “qué pasará sin entran”. Las ciudades del cambio no han sido suficientes para describir una imagen sobre la actuación de los morados en las instituciones y es que a penas ha pasado un año desde que miles de concejales de Podemos conformen los Plenos municipales. Por último, hay un factor estratégico: la izquierda se presentó con el traje que quería la derecha, lo que facilitó rápido el discurso. La renovación dialéctica y estratégica conllevará la construcción de una alternativa ciudadana amplia que aúne en torno a sí las voluntades de cambio ahora dispersas.
Bibliografía recomendada:
Castillo, J; M. Antonio, “El Comportamiento Electoral En La Democracia Española”.