Las palabras no son inocentes. Y en campaña, bastardas.

Por Alejandro Martínez

Habrá miles de razones por las cuales Unidos Podemos no alcanzó las expectativas y perdió gran cantidad de votos. Unos analizaran el tablero desde las elecciones pasadas, y estos meses de acciones de unos y de otros. Otros se centrarán en el despliegue discursivo de la campaña. Mientras que el resto, quizás, haga hincapié en la estrategia orgánica (especialmente, la coalición con IU), en eventos externos (Brexit), o estacionales (verano, calor, exámenes finales)  u otro tipo más houseofcardiano (la irregular adjudicación del recuento telemático y el voto por correo a la empresa Indra, una afín al PP; las discordancias en las cifras de los resultados publicadas por Interior, la brutal ocultación de voto en las israelitas; y sobre todo, un Ministro de Interior que apesta a cloaca del Estado). En este caso, solo me centraré los discursos, y especialmente, en unas cuantas frases de Pablo Iglesias que situadas en su contexto pueden explicarnos algunos fenómenos (sin querer achacar la responsabilidad únicamente en el líder podémaco). Empecemos.

 

1-.       -Zapatero fue el mejor presidente de la democracia.

-[Quiero] reclamar un nuevo espacio, que a mi juicio, no tengo problema en ponerle una etiqueta: socialdemócrata.

-Nos encanta discutir de etiquetas pero este no es el momento.

Así; sin anestesia. Lanzar una frase de este calibre hubiese requerido un matiz previo antes si quiera de elucubrar el orden gramatical de la misma. Me explico.

En la recta final de la campaña, se produjo una pugna por la significación de conceptos que articulan las distintas familias de la izquierda, en concreto uno: socialdemocracia. Como acertadamente sostenía Kant, no hay concepto sin experiencia ni experiencia sin concepto. Traduciendo: las palabras encierran experiencias históricas determinadas, que pueden haberse movido kilómetros (y sufrir mutaciones) pero puede que el signo que las represente continúe inalterado. Hay conceptos que pierden precisión, como los mapas antiguos; pero que seguimos usando, y por tanto, yuxtaponen realidades radicalmente distintas.

Así, la socialdemocracia (llamémosle original) se determinó históricamente por varios elementos teóricos: pacto capital-trabajo, keynesianismo nacional, segunda guerra mundial en la memoria y la URSS en el horizonte. En la praxis, supuso una estatalización de sectores estratégicos (banca, industria pesada, transportes y energía), una fuerte regulación del mercado de trabajo y una intensa fiscalidad redistributiva primaron entre los años 50 y 70 en Europa; tales elementos dan nota de lo radical que ahora nos parecería un socialdemócrata old school. Frente a esta, emerge otra socialdemocracia, la soft, con grandes éxitos en la extensión de derechos civiles a ciertos colectivos (véase el matrimonio homosexual) y una gestión plebeya de la economía siempre en cuando el Dios crecimiento siga creyéndose el cuento. No obstante, obviando el condicional, la socialdemocracia post 80 ha demostrado que no tiene alternativa económica a los partidos conservadores, especialmente en momentos de colapso (recordemos la reconversión industrial del de los GAL en los 80, y los recortes de Zapatero en el año 10 de este siglo).

Bien, de esto trataba la pugna por la socialdemocracia. En esa pelea, Iglesias cometió dos errores fatales. En primer lugar,  reclamarte socialdemócrata sin hacer pedagogía de lo que significa (para distinguirte del PSOE);  esto es, carecer de  un ejercicio socrático y preguntar por qué antes de emitir ningún juicio. Y en segundo lugar (a consecuencia del primero) moverte en el terreno de la confusión para echar por tierra la pugna al adorar a Zapatero en varias ocasiones, y repetir hasta la saciedad que el PSOE era un aliado con el que pactar. No solo perdió la credibilidad frente al electorado, sino que se chafó la confianza de quienes impugnaron la socialdemocracia soft (y otras muchas cosas) al grito de no nos representan. Además, el PSOE lo tuvo muy fácil para inocular la siguiente idea: entre el original y la copia, evita errores de imprenta.

 

2-.       –Nos hacemos mayores, me siento orgulloso de haber sido un  joven comunista. Yo no me definiría como comunista.

-[Soy] socialista como Allende.

Tal y como comentaba, en la recta final de produjo una pugna por el significado de socialdemocracia, en la que Pablo Iglesias se derrotó a sí mismo. Sobre dicho tablero, los movimientos casparianos del rival (C’s, PP y especialmente el PSOE) pivotaron sobre dos ejes centrales. Por una lado, mover la bandera del macartismo obsceno como remedio al terror jacobino (en síntesis: ¡cuidado, que vienen los rojos!), por otro lado señalar (y lamentablemente, con acierto) la esquizofrenia ideológica de Pablo Iglesias, a ratos sacerdote del marxismo ortodoxo (el nuevo Lenin, en palabras de Julio Anguita) vestido de tesis postmarxista-populista (la mayoría social contra la minoría privilegiada); a ratos, socialdemócrata a secas (con la confusión que conlleva, al no distinguir entre los dos tipos analizados anteriormente).  Así, las dos críticas coreadas al unísono por los tres partidos mal denominados constitucionalistas produjeron un rotundo éxito electoral (en términos de quiebre en las expectativas de UP).

Con todas las encuestas señalando el sorpasso al PSOE y la posibilidad real de que Pablo Iglesias estuviese en disposición de llegar a la Moncloa, se produjo un doble efecto termidoriano. Por un lado, el votante ultraidiologizado del partido conservador acudió en a votar (perdonando lo imperdonable, como buen católico, por el bien de España). Por otro lado, el votante más moderado de Podemos (especialmente el rural), ungido por el miedo y santiguado por la reciente coalición con IU, se quedó en casa. Apelar a la sonrisa, a la esperanza y a la luz, frente a la oferta de oscuridad, no resultó. Precisamente, porque en España aún hay personas de clase media y media-baja que tienen cosas que perder. Y no, no hubo respuesta argumentativa, más allá de un pathos menos efectivo que la madre del cordero: el miedo.

Tampoco hemos de olvidar que tras el pacto de los botellines y la coalición con IU, existía sustrato fáctico suficiente (y altavoces de todos los rivales coordinados en esa empresa) para sacar a relucir, con éxito, la educación anticomunista que padecieron los mayores de 50 años durante el Franquismo. Si a eso le añades los movimientos erráticos de Iglesias sobre su propia catalogación ideológica (cuando todos sabemos que es marxista), fue fácil inocular la idea del lobo con piel de cordero (metáfora literal que usó Pablo Casado). ¿No hubiese sido más útil, eficiente y sobre todo, sincero, afirmar que eres marxista, pero que el programa político de Unidos Podemos no lo era? Es más, ¿No hubiese sido óptimo afirmar yo soy marxista, pero el programa de UP es neokeynesiano, y de paso, suplir con elegancia y pedagogía la pugna por el significado de socialdemocracia? Pues no. Ambas pugnas (el de la etiqueta y la del ser socialdemócrata) se perdieron juntas.

Pero la fuga de votos no solo se produjo por el fondo menos joven e izquierdista y más desideologizado; donde realmente existió fue entre los votantes de IU. Y es que decir que ya no eres comunista y que lo fuiste de joven supone, básicamente, lo que sigue: un politólogo validando la tesis del pater familias prototípico, experimentado en la vida (y sin conocimientos precisos sobre el tema), que achaca cualquier ideología izquierdista que se salga del capitalismo como una enfermedad de juventud. Sin más argumento. De ahí que #orgullososdesercomunistas fuera trending topic, auspiciado por las bases de IU durante la campaña. De ahí que un votante acostumbrado a perder, a ser marginal y a resistir, fuertemente ideologizado, te diese la espalda. De ahí que parte de la estructura IU (como se sospecha) ajustara la soga al cuello boicoteando directamente la coalición. Faltó inteligencia.

 

3-.       -Estas son las elecciones del desempate.

            -Solo hay dos opciones: o el Partido Popular, o Unidos Podemos.

Sin duda, esta fue el mayor de los errores en campaña. Teniendo en cuenta los elementos anteriores (el peligro comunista y esquizofrenia ideológica de Iglesias) que ya estaban desplegando sus lógicas en campaña, crearon el caldo cultivo perfecto para el miedo y la movilización del votante de derechas. Pero si además, todas las encuestas señalan el sorpasso y algunas se acercan peligrosamente en intención de voto directo al Partido Popular, apelar al empate técnico supone movilizar aún más a los conservadores. La polarización benefició, efectivamente, al seguidismo mariano; además, fuera de la coyuntura del 20D, donde las encuestas machacaban a Podemos (produciéndose el famoso efecto underdog, empatía y apoyo al que se espera que pierda, en este caso, al que se esperaba que quedase cuarto), ahora, en la nueva realidad veraniega del 26J, mucho votante comprometido pudo pensar que su voto no era tan determinante y necesario como antes, quedándose también en casa pasando la resaca del sábado.

Esta vez, la campaña (y la dialéctica del candidato) fue una de las causas eficientes de la derrota a fuer de expectativas.  ¡Vae victis!

 

Bibliografía.

 

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