Ecologismo y desigualdad en Final Fantasy VII

Este año se cumple el XX Aniversario de Final Fantasy VII, como nos recordaba el diputado y gamer declarado Alberto Garzón, un juego que sobresale con voz propia entre los numerosos títulos de una de las sagas de videojuegos más queridas: Final Fantasy.

Ambientada en una distopía cyberpunk, donde se mezclan la alta tecnología y la decadencia propia de una sociedad en proceso de desintegración, Final Fantasy VII nos presenta un mundo donde diferentes clases sociales luchan por los recursos que acapara una gran corporación.

El argumento de Final Fantasy VII se asienta en dos problemas sociales de máxima gravedad: la crisis medioambiental y la desigualdad. Llama la atención lo actuales que resultan estas reflexiones teniendo en cuenta que este videojuego cumple 20 años. ¿Qué significado podemos darle?

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Desigualdad: los pobres no pueden ver el sol

La estratificación social de Midgar se presenta en forma de una desigualdad radical: los ricos viven en la ciudad nueva, situada en un disco sobre pilares y alimentada por la energía del planeta. La mayoría desfavorecida, vive en la ciudad vieja (“los suburbios”) situada debajo de la anterior y por tanto despojada incluso de la luz del sol, a la que solo tienen acceso los privilegiados.

La energía “Mako” que llega a los privilegiados de Midgar es transportada por Shinra, una enorme corporación que controla el desarrollo armamentístico, los medios de comunicación e incluso tiene el monopolio mundial de suministro energético. Shinra tiene tal envergadura que cuenta con sus propias fuerzas armadas, con las que hace la guerra a la nación Wutai para quedarse con sus recursos. Su enorme poder la convierte prácticamente en gobernante del planeta, ya sea directa o indirectamente (presionando a los políticos). El juego nos muestra este poder exorbitante de la multinacional presentando al Alcalde de Midgar como un hombre débil que prácticamente hace las veces de bibliotecario dentro de las propias estancias de Shinra. Una crítica que entronca con la tradición neomarxista según la cual las grandes corporaciones someten al poder político a sus intereses.

El protagonista de la historia es Cloud Striffe, un mercenario que trabaja para Avalancha, grupo terrorista cuyo objetivo es destruir los reactores que surten de energía Mako a la ciudad nueva. ¿El motivo? Pues según Barret, el líder terrorista, se trata de que el suministro energético que da Shinra a Midgar proviene de la extracción voraz de la propia energía vital del planeta. Si no lo impiden, Shinra destruirá el planeta simplemente para enriquecerse a base de abastecer a los ricos.

Ecologismo: todos compartimos la misma energía

Una de las claves del argumento de FFVII es ir introduciendo en nosotros la idea del ecologismo como forma de ver el mundo. Mientras que al principio sólo saboteamos reactores de energía como modo de vida mercenario (somos “terroristas”), conforme avanza la trama comprendemos que de nuestra acción depende la salvación del planeta y toda forma de vida (somos “salvadores”). Esto tiene el efecto de ponernos en la piel del extremista, que está dispuesto a poner cualquier vida o cosa en juego para conseguir su fin superior (esto se ve en el personaje de Saw Guerrera en Rogue One, por ejemplo). Al fin y al cabo, todos los fanáticos se creen en posesión de la verdad. Sin embargo, en este caso el juego hace lo contrario: el mundo te considera un terrorista incluso aunque intentas salvar al propio mundo, solo porque para ello tienes que destruir a la malévola corporación que domina todo.

Dejando de lado esta simplificación, FFVII utiliza otro recurso para hacerte comprender la importancia de la causa ecologista: al salir de Midgar, comprobamos la fantástica diversidad de paisajes, fauna y flora que puede perecer si fracasamos. La fractura entre la naturaleza y la ciudad hiper-industrial como metáfora del conflicto entre el desarrollo humano y la sostenibilidad del medio ambiente también está presente en películas como La Princesa Mononoke. El desarraigo de los seres humanos con su propio entorno natural al ser socializados en una ciudad se concreta en una escena en la que unos niños de los suburbios afirman que nunca han visto las estrellas. Ante esta situación, el personaje de Aeris sueña con llenar los suburbios de flores. Cerrar esa brecha entre la ciudad y la naturaleza.

Conforme avanza la trama descubrimos que la energía Mako está compuesta por la energía vital de todos los seres vivos del planeta: animales, plantas, seres humanos… todos conectados en un equilibrio que permite a la vida reproducirse. La extracción de dicha energía por unos pocos supone la lenta destrucción del planeta. Esto es llevado a un extremo cuando aparece Sephirot, el gran antagonista del juego, que desea destruir el planeta para absorber la energía vital y volverse hiper poderoso. Todo ello en medio de una retórica mesiánica que pretende llevarnos a una “Tierra Prometida”.

La idea de que todos los seres estamos conectados con la tierra a través de la misma energía es típica en diferentes culturas animistas y manifestaciones religiosas como el chamanismo o el totemismo. Igualmente, la colocación del ser humano como una entidad que depende en pie de igualdad del resto de criaturas vivas hace que Final Fantasy VII nos muestre la realidad desde una perspectiva antiespecista: el ser humano no debe verse como la especie dominante, sino como una más de la Tierra.

El significado actual de Final Fantasy VII

Uno de los grandes retos a los que la Humanidad se enfrenta en el S. XXI es al cambio climático. El reconocimiento de que nuestra propia actividad ha acelerado la decadencia del planeta puede ser el punto de inflexión para comenzar a pensar no como país o como civilización, sino como especie. En ese sentido, FFVII adelanta estas ideas que para el jugador poco a poco se convierten en naturales: salvar al planeta es salvarte a ti mismo.

[bctt tweet=”Salvar el planeta es salvarte a ti mismo” username=”camaracivica”]

Y sin embargo, enfrente se sitúa un gigante que niega lo obvio. La corporación Shinra vive a base de explotar los recursos naturales y legitima su poder mediante la violencia o la influencia en políticos débiles. Salvando las distancias, en nuestros días vemos cómo los intereses de grandes multinacionales se abren paso en la agenda pública con facilidad. ¿Os suenan las puertas giratorias?

Finalmente, en una época de auge de los populismos no podemos olvidar que por todas partes aparecen Sephirots, iluminados que nos prometen un destino glorioso y librarnos de nuestros males, cuando realmente buscan conseguir poder.

Si hoy desempolvamos la consola para echar una partida al Final, puede que nos llevemos una pequeña decepción por la simpleza de los gráficos, llenos de polígonos. Sin embargo, que 20 años más tarde estemos analizando el trasfondo de esta obra maestra dice mucho de por qué los videojuegos más queridos se recuerdan más por su historia y por los buenos momentos que nos ha dejado. Por todo ésto y mucho más, podemos decir que la trama de Final Fantasy VII ha envejecido como los buenos clásicos, aportando en cada nueva lectura nuevas ideas para nuevos tiempos.

PD: Este artículo está basado en el artículo “Final Fantasy VII: Impacto cultural y su mensaje medio ambiental” de José Manuel Cano Durán, incluído en Videojuegos: La Explosión Digital que está cambiando el mundo (Ed. Héroes de Papel), a quien agradecemos la colaboración.

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Manuel Rodríguez

Consultor político y de innovación social. CEO de Cámara Cívica. Comunicador. Divulgador político. Creo conversaciones para generar ideas que hagan un mundo más justo.

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