Mientras el panorama político seguía tensionado por la convulsión de Ciudadanos y la fuga de cargos al PP, Pablo Iglesias preparaba su candidatura a la Comunidad de Madrid para luchar por una mayoría capaz de arrebatar la Presidencia a Isabel Díaz Ayuso, con la que se batirá cuerpo a cuerpo. Dos objetivos: mejorar las expectativas de la izquierda y señalar a Yolanda Díaz como próxima lideresa de Podemos.
Por Marcos H. de la Morena y Celia López
Estado de la coalición tras los cambios: Yolanda Díaz, vicepresidenta
“España me debe una: hemos sacado a Pablo Iglesias de la Moncloa”, afirmaba con ironía Isabel Díaz Ayuso al enterarse del último terremoto del día. Y es verdad que la lucha por la Comunidad de Madrid ha dado el impulso necesario a Pablo Iglesias para presentarse como candidato, pero las malas expectativas electorales de Podemos también han jugado un papel excepcional. El descalabro de Ciudadanos y las malas expectativas de la izquierda en la convocatoria de elecciones regionales han terminado por precipitarlo todo.
Iglesias se siente más cómodo como candidato que como gestor. La lucha por hacerse un hueco mediático a la izquierda del PSOE ha marcado este año como Vicepresidente Segundo del primer gobierno de coalición de la historia. Tensionado casi al extremo semana sí y semana también. La verdadera jugada política de Pablo Iglesias no es enfrentarse cuerpo a cuerpo a Díaz Ayuso, sino renunciar al liderazgo nacional de Podemos. La salida del Gobierno de coalición de Pablo Iglesias abre la puerta a la renovación del liderazgo de Podemos. Se confirman las quinielas al apostar por Yolanda Díaz como nueva lideresa -al menos dentro del gobierno- como recambio a un proyecto que necesitaba una remodelación a medio largo plazo. La popularidad de Díaz ya era un fenómeno a tener en cuenta desde hace unos meses cuando el barómetro del CIS la sitúo como la ministra mejor valorada de Unidas Podemos y la tercera de todo el Gobierno.
Su perfil dialogante con sindicatos y patronal, y de experiencia de gestión a cargo de la prolongación de los ERTE le ha valido el reconocimiento de la izquierda. El propio Pedro Sánchez la ha recibido con los brazos abiertos, esperando quizás que las continuas disputas entre socios no sigan empañando el trabajo del Ejecutivo. Quizás el único pero es que ocupara la Vicepresidenta Tercera, debido a la disparidad que generaría que la parte de Trabajo supere a la gestión económica, siendo Nadia Calviño ahora la vicepresidenta segunda. Aunque Unidas Podemos conservará cuatro ministerios según lo acordado en el acuerdo de coalición, esperan aún más cambios en Moncloa. Destaca el posible nombramiento de Ione Belarra como ministra de Asuntos Sociales y Agenda 2030, de la que ya es Secretaria de Estado. Y decimos aún “posible” porque la entrada de Belarra al Consejo de Ministros reforzaría su visibilidad tras ser una de las grandes críticas con el PSOE, echando más leña al fuego con disputas a golpe de tweet con ministras como Margarita Robles o Calviño a cuenta de las grandes discusiones dentro del seno del gobierno.
La renovación que empezará por Díaz no se ha manifestado en cambios en el organigrama de la formación. Díaz, leal a Iglesias, no es miembro de Podemos, sino militante del PCE. Unidas Podemos comienza una travesía difícil de gestionar y evaluar: sobrevivir al hiperliderazgo de Iglesias, que ha sufrido el abandono de cuadros importantes y encadena derrotas en las urnas.
Iglesias se renueva
Pese a parecer un movimiento de última hora, el anuncio de la candidatura de Pablo a presidir la CAM ha supuesto la consumación de una estrategia muy bien tejida desde varios meses atrás. Solo les faltaba el momento clave para salir con todo, y Ayuso se lo puso en bandeja. Hace tiempo ya que el liderazgo de Iglesias estaba muy discutido dentro de su partido y en la izquierda en general, y casi se daba por entendido que, con su caída, arrastraría al resto de la formación morada. Sin embargo, esa capacidad estratégica que muchos creían dejada de lado desde 2015 ha vuelto con fuerzas renovadas y con los deberes hechos, aprendiendo de los errores del pasado y planteando de repente un nuevo escenario ganador.
Con el simple hecho de postularse a liderar UP en la capital, lo ha hecho todo. Ha renovado la cúpula de Podemos ofreciendo el mando a Yolanda Díaz —algo deseado y celebrado por gran parte de su electorado afín—, ha dado alas al Gobierno de coalición evitando tensiones y dejando el liderazgo de la propia ministra de Trabajo al frente —mucho más institucional y con un tono moderado—, y finalmente, no solo se da una salida digna con una última gran batalla en Madrid, sino que su propio perfil parece haber rejuvenecido, enfrentando esta campaña con las mismas ganas con las que arrancó Podemos en 2014.
Si él está fuerte y acertado (y si no se deja llevar por los “repartidores de carnets”), la izquierda gana. Y precisamente supone un punto muy a favor de la escala progresista porque no va a arrastrar voto del PSOE. Ese es, actualmente, un caladero muy diferente. El trabajo de Iglesias ahora es el de recuperar esos cientos de miles de simpatizantes huidos a la abstención durante los últimos años, esos a los que la emoción de la campaña y la polarización contra Ayuso puede movilizar. Su figura, tan detestada en muchas ocasiones, sigue siendo capaz de poner en pie a legiones enteras de seguidores, si el discurso es el adecuado y se busca la confrontación con la derecha, alejándose de las batallas intestinas dentro del bloque social.
¿Generales a la vista?
Desde el terremoto político que supuso la secuencia de decisiones en el seno de Podemos el pasado día 15, se empezó a oír desde diferentes sectores —muchos provenientes de la derecha— que este panorama traería bajo el brazo un adelanto electoral en clave nacional. Nada más lejos. Si el Gobierno de coalición ya había dado signos de aguantar pese a las tensiones internas, la salida de Iglesias de la vicepresidencia, y el ascenso a su vez de Yolanda Díaz deberían aportar una mayor estabilidad al Ejecutivo de PSOE y Unidas Podemos.
De hecho, no hay que olvidar el contexto internacional, pues los fondos NextGen de la Unión Europea están al caer, y los actuales ministros llevan meses preparando a conciencia la llegada del flujo económico para la recuperación. Sería, por tanto, incomprensible que ninguno de los dos partidos quisiera forzar unas elecciones en los próximos meses, pues causaría una importante inestabilidad, daría una nefasta imagen fuera de nuestras fronteras, y ni tan siquiera habría un trasfondo de estrategia electoral, puesto que los escenarios que dibujan las últimas encuestas no ofrecen un paisaje mucho mejor que el actual para el bloque de la izquierda.
Hay que tener en cuenta además que lo más positivo para la candidatura de Díaz a la presidencia del Gobierno es cuajar una buena actuación institucional, como lleva haciendo hasta ahora, y sin provocar grandes estridencias. Su trabajo es su mayor aval, y el ascenso a la vicepresidencia no hará sino impulsar su perfil mucho más. A ambos partidos, PSOE y UP, les conviene esperar y finalizar la legislatura, por el simple hecho de que antes o después, la pandemia quedará atrás, y por delante tendrán muchos meses por delante para llevar a cabo medidas sociales (gracias en parte a las ayudas europeas) que hagan a su electorado olvidar el sufrimiento provocado por la Covid-19. La estrategia es clara, y no es otra que la de presentar, tanto al Congreso como a los ciudadanos, un Ejecutivo firme, ahora más unido, capaz de sacar del bache a la economía española sin que las clases más humildes tengan que pagar por ello.