¿En qué espejo quieren mirarse los líderes españoles?

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Los medios de comunicación se hacen a menudo eco de los comentarios hispanófobos – y sus correspondientes respuestas por parte de los líderes o exlíderes que se sienten aludidos- de algunos presidentes de países hispanoamericanos. Léase las recientes declaraciones del presidente mexicano López Obrador, las del presidente peruano Pedro Castillo haciendo al rey actual de España, Felipe VI, responsable en algún grado de las gestas que iniciaron la Edad Moderna, las ya clásicas del presidente boliviano Evo Morales o las periódicas de su homológo venezolano Nicolás Maduro.

Escrito por Daniel Ruiz.

Estas declaraciones sin duda alguna esconden ciertos tufos revisionistas y negrolegendarios y que hasta podrían ser lógicas –que no defendibles en un análisis historiográfico o político serio- si se tiene en cuenta el objetivo, que no es otro que transmitir un mensaje de irredención a una población que ve cómo sus vecinos del norte han corrido una suerte muy diferente en los últimos dos siglos tanto política como económica y socialmente.

Esto no es lo llamativo. Lo que verdaderamente debiera concitar las miradas de los observadores políticos es el eco que estas declaraciones encuentran en una parte significativa de la población española. Leer a María Elvira Roca y su “Fracasología” debería ser de obligado cumplimiento para entender(nos). Existen unos complejos de inferioridad que los españoles no logramos sacudirnos. Estos complejos tienen su inicio hace siglos y por razones diversas en las que no vamos entrar por razones de espacio, y por estar sobradamente bien explicadas en la obra de la onubense.

Sí que pondremos el acento en esos países “fetiche” que para la inmensa mayoría de los españoles son los hermanos mayores a los que admirar, entre los que destaca Alemania y se hace cierta extensión a los primeros en los ránking de la OCDE en prácticamente todas las materias, como son Canadá, Dinamarca, Suecia o Finlandia.

Notaremos que existe un recurso extraordinario para nuestros líderes que es la comparación sistemática con los “países de nuestro entorno” cuando se pretende aplicar una medida impopular, como pudiera ser el peaje obligatorio. También podríamos escuchar o leer que debemos “europeizar” o “armonizar” un tipo impositivo –es decir, subir ese impuesto”. Los titulares para prensa que filtrarán nuestros políticos tratarán la coyuntura como un paso más hacia la tan ansiada europeización de España o, mejor aún, la “germanización”. Si se hace en Alemania, sabremos que es una medida positiva.

Las razones son diversas. Destaco aquí el complejo finisecular de democracia joven y enraizada en la coyuntura económica de ser el turismo el principal motor de la economía. Todos los años asistimos a un recuento sistemático de turistas que vienen a salvar los siempre maltrechos mimbres de la economía española. Cada año, en definitiva, tenemos una imagen muy sesgada de nuestros vecinos del norte que viene apuntalar aún más los estereotipos germanos.

La España que dejó Felipe González, tras una transición modélica, dejaba varios retos a los que no se pudo o no se supo poner solución. Esa generación que tuvo que emigrar durante décadas y que dejaba paso a otra que ya no debía hacer las maletas sino para hacer fotos en otros países en periodo estival, dejaba tras de sí un complejo que entró en la batidora de lo negrolegendario, lo combinó con su dosis de Franquismo, Inquisición y Conquista de América y lo que salió es un complejo de inferioridad generalizado que sale a relucir a cada poco para acabar siendo utilizado y asumido por parte de nuestra clase política.

El mero hecho de encontrar a nuestro expresidente José María Aznar haciendo alusión a los apellidos del presidente mexicano en vez de a las 25 universidades que había fundado España en América, las ciudades, las infraestructuras o el inicio de la doctrina de los derechos humanos, es un ejemplo de cómo nuestras élites políticas han fagocitado con extraordinaria facilidad una realidad distorsionada y frecuentemente amnésica.

La comparativa con Alemania es total y sirve para cruzar acusaciones, iniciar debates, empoderar al electorado o hablar de impuestos.

El think tank por excelencia de España, el Real Instituto Elcano, en su barómetro de 2010, a las puertas de la crisis económica que dio lugar al rescate de los países del sur, presentó una batería de preguntas a los españoles sobre Alemania. Estas incluían varios adjetivos que los entrevistados debían emparejar con su impresión sobre Alemania: “culto” (88%), “trabajador” (86%), “europeísta” (66%), “pacífico” (65%), “exportador” (65%) y “fiable” (62%) son los adjetivos elegidos por la mayoría. Por el contrario, en lo que respecta a los adjetivos negativos encontramos consenso en “egoísta” (51%) y “aburrido” (51%).

En la actualidad, a la excelente reputación de la que gozan los germanos, se une el comodín del anticolonialismo que está en boga en multitud de países de América y que pretende cuando no justificar el presente con el pasado, reescribir la Historia. Lo hispano adquiere aquí los complejos finiseculares en todo su esplendor. La Leyenda Negra regresa y la mochila de culpabilidades desaforadas acaba siendo integrada incluso en el discurso de nuestros políticos, confundiendo Historia con opinión, realpolitik e intereses espurios.

Ponga usted todo eso en la batidora social, y encontrará que la comparativa con Alemania –o con la imagen que desde España se tiene de aquel país- es más efectiva a la hora de presentar una medida incómoda, en vez de tratar de combatir la terrible imagen que proyecta lo hispano.

Indudablemente nuestros socios germanos son dignos de admirar en multitud de facetas aunque tal vez la comparativa como recurso total de nuestros líderes haya dado alas a las fuerzas políticas que hoy abogan por dejar de ser España.