La posición de la iglesia católica, favorable a los sublevados en contra de la República española, será clara y sin apenas fisuras.
La iglesia católica, a través de su jerarquía, apoyará al bando sublevado al cual intentará dotar de legitimidad, desde el inicio de la contienda civil.
La iglesia católica española que había visto como durante el periodo republicano muchos de sus privilegios habían sido limitados considerablemente, debido sobre todo a la libertad de cultos promulgada, por la cual se prohibía la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y se retiraban las ayudas económicas al clero, entre otras medidas, verá con recelo a la República.
Además, la quema de iglesias y conventos por partes de turbas sin control acentuará este rechazo al régimen republicano.
La República se consideraba anticlerical, por lo cual, al producirse el golpe de estado, por parte de un sector del ejército, la postura de la iglesia será clara.
Apoyo incondicional a los sublevados.
Un apoyo que irá más allá del estrictamente moral, intentando dotar al bando sublevado, que en un principio no manifestaba proclamas religiosas, de una cobertura ideológica.
La Cruzada
Una de las figuras de la jerarquía católica española que jugará un papel de primer orden en intentar dotar a las tropas sublevadas de una cobertura ideológica, será el obispo de Salamanca, Enrique Pla Deniel, el cual, en su carta pastoral del 30 de septiembre de 1936, ya se refiere a la Guerra Civil, como una Cruzada.
Una Cruzada que califica de justa, pues, según Pla, se trata de una guerra contra los enemigos de la civilización cristiana, contra el propio Dios y, es por ese motivo, que la iglesia católica no debe de ser recriminada por tomar partido a favor de los sublevados, a los cuales califica de defensores de la religión, patria y familia.
Con esta carta quedaba fundamentada la ideología de los sublevados.
A partir de ese momento se irán dando más manifestaciones públicas por parte de la jerarquía eclesiásticas.
Así el arzobispo de Burgos se referirá a los nacionales como los encargados de salvar a España, discurso que más adelante utilizará el propio general Franco.
Franco al adoptar este discurso, comenzará a mostrarse públicamente como católico practicante, asistiendo a misa y dejándose fotografiar tomando la comunión.
Pero no solo la jerarquía católica española quiso dotar de legitimidad al bando sublevado.
El propio Vaticano desde el comienzo de la Guerra Civil fue totalmente partidario de los mismos.
El 14 de septiembre de 1936, el papa Pío XI, con motivo de la audiencia que concedió a varios obispos y quinientos españoles en Castel Gandolfo, se referirá a la Guerra Civil española, como una verdadera persecución religiosa.
Unos días más tarde, el Secretario de Estado Vaticano, el cardenal Pacelli, futuro Pío XII, durante un congreso de periodistas católicos, saludará a los representantes españoles asistentes, como los del país que en esos momentos está martirizado.
El Vaticano no sólo se dedicará a apoyar verbalmente a los nacionales, sino que dicho apoyo se concretará, con la ruptura de relaciones diplomáticas con el gobierno legal republicano y reconociendo al gobierno de Burgos.
El 28 de agosto de 1936, el Vaticano nombraba a monseñor Antoniuitti como encargado de negocios ante el gobierno de los sublevados en Burgos.
El gobierno de la República española no llegó a romper sus relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano, a pesar de su política laicista y de la actitud partidista vaticana a favor de los sublevados.
El primado de Toledo, Isidro Gomá, el 19 de diciembre de 1936, tras un viaje a Roma, por iniciativa de Franco, será portador de la sanción pontificia y un mensaje del cardenal Pacelli para Franco.
El mensaje consistía en mostrar todas las simpatías del Vaticano a los sublevados y sus deseos de que obtuvieran muchas victorias.
Isidro Gomá en su carta pastoral de 30 de enero de 1937 hablará de la Guerra Civil como Guerra Santa y justificará la sublevación, pues dirá que se trata de una guerra contra el propio Dios, y que una España laica no es ya España.
Pero será sin duda la Carta Colectiva del Episcopado español de fecha 1 de julio de 1937, redactada por el propio Gomá y, firmada por casi la totalidad de los obispos españoles, en la cual se refleja un apoyo claro y sin fisuras por parte de la jerarquía eclesiástica hacia el bando sublevado.
Al finalizar la contienda en 1939 será el propio Pío XII quien se apresurará a enviar su bendición papal y un mensaje de apoyo explícito a los vencedores, en el cual se indicaba que España como nación elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica, acababa de demostrar a los defensores del ateísmo materialista que por encima de todo estaban los valores de la religión.
Las bases del Nacionalcatolicismo
El nuevo estado surgido tras la Guerra Civil se intentará legitimar tras una ideología en la cual se recupera la llamada “unión del trono y el altar” y llevará a cabo toda una serie de medidas encaminadas a que el catolicismo fuera, no solo una parte de la ideología del régimen, sino que fuera una de las fuentes de su pretendida legitimación y que servirá de unión entre todos los españoles.
La unión estado e iglesia se reflejará en los diferentes ámbitos.
En 1940 Franco encargará a Acción Católica la labor que denominará “recristianización” de los españoles que habían sido “contaminados” por las doctrinas contrarias a la fe católica.
El 5 de febrero de 1942 eran nombrados, por decreto, procuradores en las Cortes, los arzobispos de Sevilla, Toledo, Granada, Santiago de Compostela, Burgos y los obispos de León y Barcelona.
La unión de los valores y la moral católica serán los imperantes y el modelo a seguir por parte de los ciudadanos se querían ser considerados buenos españoles, pues el Nuevo Estado era considerado como él que había vencido a los enemigos de la Iglesia.
La iglesia católica, con la protección incondicional del Estado, logrará más influencia sobre toda la población, para imponer su visión sobre la moral, la cual debía regir todos los aspectos de la vida.
Se creaba un estado donde la unidad religiosa será fundamental y los que no cumplían con las doctrinas de la iglesia, quedaban excluidos y se les discriminaba.
Sin duda alguna la expresión máxima de esta colaboración entre el estado franquista y la iglesia católica vendrá dada con la firma, el 27 de agosto de 1953, del Concordato.
El Concordato entre España y la Santa Sede reconocía a la iglesia católica sus derechos tradicionales en España.
España aportaría a la iglesia católica ayudas económicas y a cambio obtenía influencia sobre esta, pudiendo intervenir en sus asuntos internos, como el derecho de presentación, que se volvió a reincorporar y que daba a Franco la potestad de proponer y vetar los nombramientos de obispos.
La mujer, “ángel del hogar”
Será la mujer española la que se verá doblemente perjudicada en este régimen al quedar tutelados todos los aspectos de su vida, estando sometida totalmente a los valores que promulgaba la iglesia católica.
Le afectaba en todas las esferas de su vida, tanto privada como pública.
La mujer tutelada, considerada como el “ángel del hogar” símbolo de lo que el estado buscaba de ella de “maternidad, patriotismo y religión”.
La familia tradicional católica se sustentaba en la maternidad, la cual era la depositaria de la ideología patriarcal, jugando la mujer un papel de primer orden en esta estructura familiar.
La mujer era la encargada de transmitir su fe cristiana a sus hijos.
Muchas de las actividades católicas de la vida cotidiana de la época eran llevadas a cabo por las propias mujeres como era el caso de las novenas, Mes de María, rosarios, procesiones litúrgicas, entre otros.
Era frecuente que en los discursos realizados por las autoridades y la iglesia se echara la culpa de los males que había sufrido la España republicana, entre otros, al erotismo y libertinaje que afirmaban que se habían dado durante dicho periodo, por lo que no dudarán en reprimir sexualmente a la mujer, la cual además se deberá en convertir en “guardiana-represora del varón”.
El estado franquista y la iglesia verán en la maternidad el concepto ideal de familia, la cual era para ellos el modelo para la construcción de una sociedad perfecta.
El objetivo final para la mujer era que diera hijos católicos para la patria y estos sólo podían darse si previamente contraía matrimonio a través de la iglesia católica, pues las relaciones sexuales solo se justificaban en el matrimonio y si sólo tenían como fin la procreación.
El mismo cardenal Gomá llegará a definir el sacramento del matrimonio como el de la “jerarquía del amor”, justificando que la mujer esté sometida al hombre al cual deberá procesar obediencia absoluta.
Gomá remarcará que al estar la mujer en una posición de obediencia respecto al esposo se evitará que la misma se quiera emancipar y que pueda entonces “atreverse” a tomar decisiones que podrían ir contra los propios intereses del esposo.
Para Gomá esto sería un crimen ya que las mujeres estarían libres de sus deberes conyugales y, además sería una libertad que define de antinatural, pues la mujer abandonaría el lugar que Dios le otorgó que es dentro del hogar.
La relación entre hombre y mujer que se incentivaba se pensaba que era garantía de paz, orden y felicidad en las familias.
La mujer, “ángel de la sociedad”
Pero las mujeres que no accedían al final deseado para ellas que era el del matrimonio y maternidad y convertirse así en el “ángel del hogar”, es decir las solteras, se intentaba que el papel asignado para estas fuera el del “ángel de la sociedad”.
Así como “ángeles de la sociedad” se debían dedicar a las obras de beneficencia, religiosas y patrióticas.
En esta tarea de colaboración iglesia-estado para imponer la doctrina católica a las mujeres, tendrá un papel fundamental la Sección Femenina, la cual apoyará y colaborará en la tarea de “recristianización” de las mujeres, llegándoles a prohibir toda relación con grupos o asociaciones que no fueran de la Acción Católica y las congregaciones religiosas.
La nueva mujer española debía cumplir con el papel que de ella se esperaba por parte de las autoridades políticas y religiosas.
Partiendo de la idea de que era considerada inferior al hombre, debía de asumir unas obligaciones y un papel muy bien delimitado por el nacionalcatolicismo, el cual se encargaba, constantemente de recordarle.
Se esperaba de la mujer española que amase a Dios y sirviera a España.
La mujer una vez despojada de todos los avances y derechos conseguidos durante la República, se verá relegada a un papel de sumisión al hombre.
Una discriminación de género que la propia iglesia practicará y justificará, puesto que era por voluntad divina, puesto que Dios creó a la mujer para el sacrificio.
El obispo de León en 1942, señalaba en un discurso pronunciado con ocasión de la clausura de un cursillo de mandos locales de la Sección Femenina que “Dios ha hecho a la mujer para el sacrificio, porque su misión de madre y educadora de hijos necesita sacrificio, ese don del cielo, es la madre la que enseña a los pequeños a pronunciar primero el nombre del padre, luego de la madre y el de Dios, respectivamente …. Las mujeres son más piadosas que los hombres porque así lo quiso Dios para que desarrollaseis las funciones del hogar”.
Para la iglesia la mujer debía de seguir el modelo de la Virgen María y el de las santas, pues excluyendo a estas primeras, las demás eran consideradas herederas del pecado original encarnado por Eva, y representaban la tentación que hacían caer y pecar a los hombres.
El papel de la iglesia católica en la represión contra la mujer será pues fundamental, y pieza fundamental para que el estado franquista pueda llevarla a término.
En los discursos de la jerarquía eclesiástica será habitual comparar a la mujer con el mismo pecado.
En la pastoral del arzobispo de Bilbao, en enero de 1954, se hace mención a que la mujer incitaba a la lujuria del varón y para evitarlo, debía de recogerse en su hogar, para rezar y llevar una vida de mártir dedicándose a enseñar a sus hijos los valores cristianos.
Se quería que la mujer estuviera subordinada al hombre, pues se consideraba que era su papel “natural”.
Aprovechando su posición privilegiada en el nuevo Estado, la iglesia intentará influir en las conductas y hábitos cotidianos de las mujeres, señalando incluso como debían de ir correctamente vestidas para mantener el “decoro y la decencia y así no provocar a los hombres”.
“Recomendaciones” que aumentaban en las épocas de verano y en los lugares de la costa.
Las mujeres españolas eran las encargadas de mantener, entre ellas, que esta moral católica no fuera cuestionada y, para ello, contaban con el apoyo de diferentes organizaciones religiosas, como la Confederación de mujeres católicas, las Hijas de la Inmaculada Concepción, entre otras.
Se intentaba que la mujer fuera partícipe de su propia represión, intentándola involucrar al máximo en los asuntos de la iglesia, pero siempre desde un papel de subordinación y meramente testimonial.
Desde estos discursos, dictados por la iglesia católica, en los que se intentaban justificar la segregación de la mujer basándose en conceptos religiosos, biológicos y de tradición, se quería además que la mujer renunciara a querer tener cualquier otro papel que no fuera el que se le había asignado.
Debía ser consciente de que ese papel, otorgado por la iglesia, era el que más le convenía.
La mujer era reprimida, pero, además, debía de estar orgullosa y agradecida del papel que la iglesia, a través del Estado, le asignaba.
Una vez que las mujeres eran adoctrinadas, en la escuela, el proceso continuaba, pero esta vez, a través de las organizaciones juveniles, como el Frente de Juventudes o Sección Femenina del Movimiento de la Falange, en la cual se continuaba con la formación religiosa y donde se difundían las normativas y recomendaciones que realizaba la iglesia católica.
También a través desde organizaciones pertenecientes a la propia iglesia, como Acción Católica se continuaba este proceso de adoctrinamiento.
Todas estas organizaciones, tanto las pertenecientes a la Falange, como a las de las de la iglesia, estaban, evidentemente, dirigidas por hombres.
El Patronato de Protección de la Mujer, creado en 1941, y que estaba presidido por Carmen Polo, esposa del general Franco, tendrá como objetivo el de controlar y comprobar que los comportamientos cotidianos de las mujeres siguieran los patrones asignados a ella, por la iglesia católica y en su caso contrario, ser castigadas.
Dicho Patronato recomendaba que se intensificara la enseñanza religiosa, vigilancia del cine y proponía ayuda económica a las chicas abandonadas, entre otros.
Las mujeres acusadas de no seguir el modelo que se establecía para ellas, podían llegar a ser multadas o incluso internadas en cárceles o en casas tuteladas, por la propia iglesia.
En contraposición a ese ideal de mujer que se quería crear, sometida al hombre, segregada y, confinada al ámbito del hogar, el “ángel del hogar”, se encontraba, la que el estado franquista e iglesia católica, catalogaban como la “mala mujer” que se le retrataba como “viciosa o lasciva” y que tenía que ser apartada y combatida, pues ponía en “peligro” el modelo establecido.
Referencias:
- “Mujer, Falange y Franquismo”, María Teresa Gallego Méndez, Taurus Ediciones SA, Madrid, 1983
- “El Franquismo y la Iglesia”, Rafael Gómez Pérez, Ediciones Rialp SA, Madrid, 1986
- “Iglesia y Franquismo, 40 años de nacional-catolicismo (1936-1976), Xosé Chao Rego, Tres C tres Editores, Santa Comba, A Coruña, 2007
- “Encuadramiento femenino, socialización y cultura en el Franquismo”, Lucía Prieto Borrego, Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, Málaga, 2010
- “Un inmenso prostíbulo”, Assumpta Roura, Editorial Base, Barcelona, 2005