El micrófono de bronce ya tiene dueño. Blanca Paloma se convirtió en la ganadora del Benidorm Fest y obtuvo el derecho de representar a España en el Festival de la Canción de Eurovisión celebrado este año en Liverpool.
Escrito por Javier Verdejo.
El consenso de la audiencia y el jurado dio la victoria a una maravillosa puesta en escena que da vida a una excelente canción de influencias flamencas y letra lorquiana.
Para muchos, Blanca Paloma es la respuesta a los deseos que los eurofanes -y Lola Flores- llevan pidiendo desde hace años: una canción de nosotros. Pero este fenómeno va más allá del popular festival de la televisión pública.
En los últimos años, la industria musical y audiovisual española ha visto en el folclore una fuente de inspiración que satisface los deseos de una generación pesimista. Artistas de la escena pop como Rosalía o C Tangana son solo algunos ejemplos de este uso sin complejos de la tradición española; pero sería deshonesto no reconocer que, veinte años antes, otros artistas como Camela o Estopa sentaron las bases de este fenómeno musical.
Sea como fuere, millenials y zillenials se convierten en creadores y consumidores de una nueva forma de entender el folclore español. Pero ¿qué ha pasado para que toda una generación explore esa idea del ser español y lo convierta en un nuevo fenómeno artístico y comercial?
El camino de Marisol a Pepa Flores
Cuando la democracia se abrió camino en España, la generación que creció con la Movida madrileña entendió el carácter rupturista de la nueva música comercial. La época de las folclóricas se identificó con la oscuridad del régimen franquista, y los jóvenes abrazaron los ochenta y la música electrónica en los garitos de Malasaña ante la escéptica mirada de una generación que prefería a copleras como Concha Piquer o Paquita Rico.
Curiosamente, el Festival de Benidorm, que había sido el producto estrella de la televisión nacional y una gran herramienta de propaganda franquista, fue perdiendo popularidad a finales de los años setenta con el comienzo de la democracia en España.
Y, por si fuera poco, la sevillana Remedios Amaya -quizás el experimento más arriesgado de TVE en el concurso europeo-, ocupó la última posición con cero puntos en el Festival de Eurovisión. Su tema, Quién maneja mi barca, reflejó el cambio generacional que afectaba no solo a la industria española, sino también a todo el bloque occidental.
Por otro lado, la canción protesta se consolidó como el otro género de masas que competía con la excentricidad del rock, y no es hasta la siguiente etapa de la movida -a mediados de los años ochenta- cuando se recuperan ciertos elementos de la tradición española. En esos años, folclóricas como Rocío Jurado cambiaron la bata de cola por el vestido de gala, y la fusión flamenca se asomó tímidamente en los primeros casetes de las gasolineras y los restaurantes de carretera, siempre bajo el rechazo de la crítica y los prejuicios clasistas del público.
Este cambio generacional se explica, en parte, por la progresiva ruptura de la frontera entre la cultura y la represión que provocó un optimismo idealizado. Una oportunidad que muchos entendieron como una liberación, y algunos protagonistas de la Movida madrileña siguen reivindicando el presunto espíritu liberador de los años ochenta.
Por suerte, la distancia histórica nos permite estudiar de manera menos idealizada una década llena de grises que nos revela que aquella liberación era solamente estética, y que la lucha de clases, la violencia y la drogodependencia de una generación perdida seguían formando parte de las preocupaciones de la sociedad española.
El Regeneracionismo español del Siglo XXI
En contraste con el optimismo idealizado de nuestros padres, la socialización política de los millenials y zillenials coincidió con la crisis del 2008 y la reacción popular del 15M. Actualmente, el desempleo, las dificultades de acceso a la vivienda y la precariedad siguen siendo la seña de identidad de una generación consciente de que su futuro no aguarda ninguna esperanza.
Y como si se quisiera imitar a los autores de aquel movimiento regeneracionista de 1898, los jóvenes parecen buscar refugio en el ser español, y son más conscientes del valor de su identidad en un decadente Estado social. La tradición y la nostalgia vuelven a ocupar su lugar en la expresión artística de millenials y zillenials como un escudo frente a la crisis del capitalismo social.
Y en esa búsqueda de su identidad nacional, los jóvenes son capaces de, por ejemplo, rescatar las expresiones más conservadoras de la Semana Santa y definir con ellas una estética drag queen.
Quizás uno de los fenómenos más curiosos e interesantes de este neorregeneracionismo sea, precisamente, la convivencia artística entre la tradición y el progreso. Si la Movida madrileña menospreció la bata de cola y la copla, los jóvenes han recuperado a figuras artísticas del siglo pasado -sobre todo mujeres- y las han convertido en iconos del progreso pese a nacer en una España gris y conservadora. Las redes sociales se llenan de vídeos y entrevistas protagonizadas por folclóricas como Lola Flores o Rocío Jurado, que ahora son interpretadas como referentes del feminismo y la diversidad sexual.
Pero esta circunstancia no se queda solo en la industria musical. En los últimos años, varias producciones audiovisuales han utilizado el folclore español como escenario de sus historias, ya sea en películas, videoclips o campañas de publicidad. Algunas lo han hecho, quizás, de manera más anecdótica, simplemente como parte de la ambientación o la estética. Sin embargo, otras producciones como Paquita Salas han hecho del costumbrismo la base de sus guiones, combinando el folclore con la cultura pop y la tradición cinematográfica española.
La España plurinacional y el espejo europeo
En esta nueva revolución cultural de la expresión nacional, el Benidorm Fest se ha convertido en la plataforma donde regiones y nacionalidades hacen suyas las candidaturas, y en redes sociales y medios de comunicación se discute la calidad del concurso desde la representación nacional.
En 2022, Tanxugueiras se presentó al Benidorm Fest como la voz de la terra gallega, cuya tradición no ha conocido el reconocimiento internacional que sí ha tenido parte del folclore sureño. Este año, nuevos artistas han querido repetir la fórmula del homenaje a su tierra y sus raíces. En los días previos a la primera semifinal, la cantante Fusa Nocta se presentó como una de las favoritas con su canción Mi familia, un tema urbano de raíces flamencas donde la cantante reivindica el valor de su familia.
Pero la sorpresa de la semana llegó con la actuación de la manchega Karmento. Rodeada de espigas, la cantante interpretó su Quiero y duelo como un homenaje a la España rural y a sus gentes, los cuales, y por desgracia, dejan su tierra para buscar un futuro mejor en la ciudad.
Finalmente, fue la propuesta de Blanca Paloma y su tema Ea, ea la que se llevó el aplauso unánime de audiencia y jurado. A medio camino entre la temática urbana de Fusa Nocta y la pureza de Karmento, la cantante ilicitana presentó una nana aflamencada que, sin renunciar a la fusión, representa la canción de nosotros que tanto tiempo llevábamos esperando.
A qué nos referimos cuando hablamos de una «canción de nosotros«
Cuando se plantea esta pregunta, comienza un debate sobre la falta de reconocimiento que tienen otras manifestaciones artísticas y populares que no forman parte del Spain is different. Y es que, pese a los prejuicios contra el pueblo andaluz y la evidente mercantilización de su folclore, el flamenco goza de cierto privilegio frente a otros géneros como la jota o la seguidilla. Por eso, cuando se busca una identidad esencialmente española, resulta más cómodo poner la mirada en el sur e ignorar la expresión cultural que intenta sobrevivir al norte de Despeñaperros, sea en La Mancha, Extremadura o en Galicia.
Aun así, España siempre ha mirado el Festival de Eurovisión con cierto complejo. Pocas veces ha sido capaz de explotar su mirada más castiza, y el mito de la canción eurovisiva todavía está muy presente en algunas opiniones. Se me ocurre distinguir dos posiciones sobre cómo debería ser una candidatura española en Eurovisión y que coincide con las dos visiones antagónicas que, históricamente, han definido el desarrollo de la identidad nacional.
Por una parte, hay quienes defienden que la candidatura española en el festival debe cumplir con el gusto europeo. Esta posición se basa en una visión pesimista y acomplejada que ve el folclore como algo, quizás, demasiado castizo para la audiencia europea; como una prueba más del supuesto retraso histórico de España frente a Europa. La otra parte, sin embargo, defendería lo contrario. Desde una posición terriblemente chovinista, advierten de que una candidatura española en Eurovisión debería tener el folclore como su seña de identidad; hacer notar lo castizo como aquello nos hace distintos del resto de Europa.
La música, como cualquier otra expresión artística, no es objetiva. No es un lienzo en blanco donde explorar los límites de la emoción humana. Por suerte o por desgracia, artistas y consumidores son parte de un mismo proceso histórico, y el uso que hacemos de nuestra identidad no es arbitrario, sino que responde a unos fenómenos sociales concretos. Los valores, sean tradicionales o progresistas, se construyen y se deconstruyen a través del arte, pero nunca son ajenos a la realidad que les rodea. Y mucho menos lo hará en un festival como el Benidorm Fest, el nuevo escenario de la música española.
REFERENCIAS
Rico, V. (22 de julio de 2021). El Festival de Benidorm, de la mejor arma propagandística del franquismo a su condena al olvido. Eurovision-Spain.com.
Prats, M. (10 de diciembre de 2021) El folclore ya no es de abuelas. HuffPost.
Fouce, H. (2000) La cultura juvenil como fenómeno dialógico: reflexiones en torno a la movida madrileña. CIC. Cuadernos de Información y Comunicación, (5) 267-275.
Ventura, J. D. (2020). Paquita Salas en Netflix. Un análisis de la cultura pop española. In Comunicación y diversidad. Selección de comunicaciones del VII Congreso Internacional de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación (pp. 247-254). Ediciones Profesionales de la Información SL.
Fouce, H. (2009). De la agitación a la Movida: Políticas culturales y música popular en la Transición española. Arizona Journal of Hispanic Cultural Studies, 143-153.