Andalucía, con permiso de Castilla y León, es el punto de partida de lo que llaman el nuevo ciclo político de cara a las elecciones de 2023. O afianzar el efecto Feijóo y las posibilidades de entrar en Moncloa de Vox, o resucitar a Sánchez y “sumar” en el espacio de la izquierda.
Por ello, estos objetivos que se han marcado los partidos políticos en Andalucía pasan inevitablemente por movilizar a los que aún se encuentran en la abstención, más o menos un 35% del electorado, que el próximo domingo tiene la llave de San Telmo.
Andalucía no es Castilla y León, feudo tradicional del PP, sino el bastión del PSOE durante la democracia. El mismo Pedro Sánchez presumió de ello en uno de los mítines -uno cada sábado desde hace semanas-: cuando España estaba teñida de azul PP, Andalucía seguía avanzando en materia de igualdad, memoria histórica o dependencia.
Precisamente fue Sánchez el que consiguió atraer de nuevo al votante que se había quedado en casa en 2018 con Susana Díaz, principal prueba para no extrapolar como una tendencia a unas elecciones generales los resultados del domingo, que ya se prevén malos para la izquierda.
La federación más importante de los socialistas intenta movilizar a una Andalucía progresista con pocos alicientes para ir el domingo a las urnas: Juan Espadas, un candidato solvente, pero desconocido para la gran mayoría, y la falta de ambiente electoral de cambio son los principales problemas de los socialistas.
Intentando vencer las encuestas, se han conjurado bajo el lema “si votamos, sumamos” para espantar el fantasma de la abstención que les costó la Junta y presumen de los logros del Gobierno de Sánchez, que se ha definido como el “principal aliado de Andalucía”.
Pero ante la falta de victoria clara de los socialistas, Juanma Moreno, haciendo gala de moderado y con un perfil presidencialista, ha marcado la agenda de la campaña convirtiéndose en el absoluto protagonista. El marco de estas elecciones andaluzas ha sido quién pactará con Juanma Moreno, lo que beneficiaba al ‘popular’ a la hora de pedir el voto a votantes socialistas descontentos, incluso aunque Vox le exigiera antes de abrir las urnas entrar en el Gobierno.
Para ese “cambio real” que persigue la extrema derecha, Macarena Olona ya confirmó que “si tan solo necesita un escaño o una abstención de Vox para ser presidente, no lo va a ser si Vox no está dentro del Gobierno”.
Olona confirmó en el último debate lo que ya sabíamos: la apuesta es demasiado alta para no exigir al PP una coalición. Andalucía, que fue el primer territorio que anunció la escalada permanente de la extrema derecha en España, ha sido escenario del recrudecimiento del discurso de Vox en las últimas semanas.
Y del breve, pero intenso resurgir de Juan Marín como justiciero de la extrema derecha. Gracias a las torrijas, el vicepresidente de la Junta, se ha mostrado mucho más confiado y eficaz a la hora de enfrentarse a Vox.
Aunque la marca de Ciudadanos ya lastra, está por comprobar si, al menos, el líder del otrora socio del PP es capaz de resistir en el último bastión de poder institucional de la formación de Inés Arrimadas.
De la importancia de estas elecciones ha dado buena cuenta la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, en Cádiz, Córdoba y Dos Hermanas en la recta final de esta campaña. Embarcada en el proyecto de ‘Sumar’, Díaz ha sido la primera vez que ha apoyado a una candidata de su espacio político natural, la candidata de Por Andalucía, Inma Nieto, sí ha presumido de los logros del Gobierno, intentando identificarse con este proyecto.
En plena ola de calor, la esperanza blanca de la izquierda ha intentado ganar el voto de socialistas descontentos en uno de sus grandes feudos: la provincia de Sevilla. El voto sevillano está cotizado, prueba de ello es que tanto PP como Por Andalucía, Vox y el PSOE pretenden poner el broche final a esta campaña a escasos metros unos de otros en torno al barrio de Triana.
Y es que, a efectos morales, ganar en Sevilla supondría dar un importante golpe simbólico al PSOE: primero, porque es la única provincia en la que ha ganado un mismo partido en todas las elecciones democráticas. La cuna de ilustres socialistas siempre les ha respaldado. Segundo, porque, hasta hace escasos meses, cuando dimitió para ponerse al frente del PSOE andaluz, Juan Espadas era alcalde de Sevilla.
En palabras del propio Espadas, que en los debates electorales intentó acorralar al candidato del PP, a Juanma Moreno se le puede definir como “ni una mala palabra ni una mala acción”. Por esto, el líder del PP -que se ha visto obligado a aclarar que “votar a Juanma es votar al PP”- sabía que la clave para ganar estas elecciones era no generar antipatías entre el electorado de centro.
A la caza por el voto socialista, el PP no ha dudado en utilizar como propios banderas, colores y demás símbolos de la Comunidad. En sus mítines, como bien apuntaba la periodista Isabel Morillo, no se diferencia entre los que celebran los propios socialistas.
Quizás es esa la principal problemática del PSOE a medio y largo plazo: aunque los mayores hayan asimilado la simbiosis entre Andalucía y el partido, las generaciones nuevas no responden ante ese mismo reconocimiento. Los ciudadanos votan más por esperanzas de futuro, que por agradecimiento. La abstención de este domingo ayudará a asentar al bloque de la derecha o a dar aire a la coalición de gobierno, decidida a aguantar hasta 2023.
Andalucía dirá si hacía mucha calor para ir a votar.