Transmetropolitan: El poder del cuarto poder

Transmetropolitan

Warren Ellis es una de las mejores cosas que le ha pasado a la cultura pop moderna. Novelista y guionista de comics, televisión y videojuegos, sus características obsesiones por la ciencia ficción cyberpunk y oscura, y también por la crítica sociocultural, le hace un autor atractivo a muchos niveles.

Hombre de conocimientos bastante reseñables tanto en lo literario como en lo tecnológico, sus propuestas siempre son de una gran complejidad y cuentan con múltiples niveles de interpretación. Como parte de esa ola de escritores británicos que durante los 80-90 se dedicaron a revolucionar el comic estadounidense (Alan Moore, Neil Gaiman, Grant Morrison, Jamie Delano o Garth Ennis, por mencionar sólo algunos), su trabajo ha sido capital a la hora transformar el medio y hacerlo madurar en todos los ámbitos.

Y esto lo viene demostrando desde su gran salto a la fama: la serie Transmetropolitan.

Ellis ya había hecho trabajos reseñables tanto en formato indie como para cabeceras importantes como 2000 AD, Image, Wildstorm o la mismísima Marvel. Sin embargo, sería en DC donde su nombre se haría por fin grande: inicialmente bajo el sello Helix, una línea editorial especializada en ciencia-ficción que tristemente fracasó, y después bajo el amparo de Vertigo, la cabecera que DC reserva para sus comics más maduros y adultos, lanzó Transmetropolitan, un hito de ventas instantáneo. Dibujado por el entonces relativamente desconocido Darrick Robertson, este título destacó enseguida por su temática: ambientada en un futuro hipertecnológico y decadente, su punto focal es sin embargo el periodismo.

Sinopsis de Transmetropolitan

La serie se centra en su protagonista, Spider Jerusalem, un periodista al que, como lectores, seguiremos en su devenir por el mundo del comic, un espejo deformante de la realidad actual. Serán sus artículos, sus opiniones y sus vivencias las que carguen con buena parte del peso de la trama, permitiendo a Ellis expresar a través de su personaje esa visión crítica y, en ocasiones, pesimista que tiene de la realidad. Una visión tremendamente cargada de contenido político y social, ya que Jerusalem se especializa en ambos temas.

Y aunque analizar todas estas opiniones sería muy interesante, pues pese a que el comic tiene ya más de 20 años desde el inicio de su publicación ha envejecido notablemente bien y toca temas de gran actualidad todavía, en este artículo voy a centrarme en el su retrato de la labor periodística, sus potencialidades y la forma en que afecta tanto al juego político como al mismo tejido social.

Jerusalem, Thompson y el gonzo

Spider Jerusalem bebe de muchas fuentes, y nada en él está sujeto al azar. Incluso su aspecto físico es referencial: al inicio del comic, su estilo remite al ya citado escritor e historietista Alan Moore, para parecerse tras su cambio de aspecto a Grant Morrison, otro colega de profesión de Ellis. Sin embargo, para su psique, el modelo principal es el de Hunter S. Thompson, un peculiar periodista estadounidense.

Tal vez su nombre suene a muchos, pues su obra ha sido llevada al cine en dos ocasiones: Miedo y asco en Las Vegas, película de Terry Gilliam de 1998; y Los diarios del ron, de Bruce Robinson en 2011, ambas protagonizadas por Johnny Depp. Esto no es casual: Depp y Thompson fueron muy amigos en vida del segundo. Sin embargo, su aparición en la gran pantalla es sólo la punta del iceberg: sus artículos y obras, así como su pensamiento, tuvieron un enorme impacto en todos los niveles de la cultura de su país. Es recordado, sobre todo, por ser el creador de una rama dentro del llamado «nuevo periodismo»: el estilo gonzo.

Se entiende el nuevo periodismo como una corriente que rechaza el intento de objetividad y neutralidad del periodismo tradicional, abrazando la subjetividad del periodista como cronista de la realidad que percibe. Enormemente influenciado por el estilo literario, el nuevo periodismo aboga por una investigación exhaustiva que fuerza al profesional a experimentar, por sí mismo y en primera persona, los escenarios e incluso los hechos que pretende transmitir. El gonzo va un paso más allá, pues implica de tal manera al periodista con la historia que quiere contar que lo convierte en parte de la misma, sumergiéndole en su discurrir y difuminando hasta aniquilar las fronteras entre sujeto y objeto, texto y contexto.

Ellis, sin duda, abraza esta forma de entender el medio y la profesión, y hace de su Spider Jerusalem un periodista decididamente gonzo. Veamos, pues, qué cosas pueden sugerirnos ambos desde este prisma particular del facto periodístico.

Responsabilidad periodística: búsqueda de verdad

«¡Vosotros no sabéis lo que es la verdad! ¡Está ahí, debajo de sus mentiras, pero vosotros nunca miráis! Eso es lo que más odio de esta jodida ciudad… ¡las mentiras son noticia y la verdad está obsoleta!»

Siguiendo la filosofía del gonzo, el periodista debe profundizar en aquello que quiera redactar hasta el punto de ser parte de la propia noticia, un elemento más. Así, consigue que su mirada se vuelva radicalmente comprometida con aquello que desea contar, por estar inmerso en ello. De esta manera se pretende una aproximación objetivamente honesta: convertirse en un buscador de la verdad.

Hacer un periodismo responsable implica necesariamente contacto cercano, relación íntima y personal, con el hecho noticioso. Convierte al periodista en biógrafo de sí mismo y su experiencia, sin dejar nunca de lado los estándares de verificación e investigación que requiere su profesión. Esta clase de relación llama a una responsabilidad personal con lo experimentado, a afirmarlo como verídico y a defenderlo de cualquier ataque con las pruebas y frutos que esa experiencia directa haya aportado.

Ataques, sí. La verdad siempre tendrá enemigos, intereses que quieran imponer su relato parcialista y espurio. Y si hay algo que debe interesar al periodismo al mismo nivel que esta experimentación radical y cercana de la noticia para su posterior transmisión, esto es la purga de elementos nocivos, desinformativos, que vayan en contra de esta labor y la perviertan de alguna manera. Esta limpieza informacional, tanto externa como interna a la propia labor periodística, es de hecho fundamental a nivel sociopolítico, como veremos.

Periodismo fuerte, democracia sana

Al fin y al cabo, la labor periodística es la del manejo de la información. El producto de esta labor siempre acabará influyendo en el mismísimo discurso interior con que cada individuo explica y cataloga su realidad, pues todo se convierte en información en la mente de cada persona. Esto es algo tan capital que, muchas veces, olvidamos su verdadera importancia al vivir saturados de información de todo tipo, muchas veces (más de las que debiera) vacía de contenido real y por tanto inservible.

La propia profesión periodística debería ser la primera interesada en preservar su prestigio como manipuladora acreditada de la información que oferta. Frente a nuevos medios de transmisión de información llenos de opinadores casuales o, en el peor de los casos, hasta malintencionados, aquellos canales verdadera y puramente periodísiticos deben, en responsabilidad, suministrar sólo información honesta, investigada y contrastada. De ello dependen muchas cosas, en especial en el terreno político.

Una población jamás podrá ser madura políticamente ni capaz de votar de manera responsable sin un suministro suficiente de información (ni la capacidad de entenderla y gestionarla correctamente, responsabilidad ésta del modelo educativo). Y, frente a los relatos polares e interesados de la propaganda política, necesarios pero nunca absolutos, siempre va a ser clave ese cuarto poder independiente, comprometido con la realidad y con la verdad, que se encargue de suministrar información contrastada, desmentir noticias falsas y carear a todos con todos en su búsqueda de un relato honesto de la actualidad. Sin todo ello, el votante potencial acaba necesariamente por ver desdibujada su propia visión del mundo, alienado por tanta información equívoca y de mala fe. Y el proceso electivo se convierte en esto:

«Quieres saber lo que es votar. Estoy aquí para decírtelo. Imagina que estás encerrado en un gran club nocturno subterráneo repleto de pecadores, zorras, engendros y cosas innombrables que violan pit-bulls por diversión. Y no puedes salir hasta que todos votéis lo que vais a hacer esa noche. Tú quieres relajarte y ver algo en la televisión. Ellos quieren tener sexo con gente normal usando cuchillos, pistolas y órganos sexuales nuevos que no sabías que existían. Así que tú votas por la tele, y el resto, hasta donde te alcanza la vista, vota por follarte con cuchillas de afeitar. Eso es votar. De nada.»

La palabra como arma

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«Bien. Como iba diciendo, el periodismo es como una pistola. Sólo tiene una bala dentro, pero si apuntas bien, es todo lo que necesitas. Apunta bien, y podrás volarle una rodilla al mundo.»

Aceptar el monstruoso poder e importancia del periodismo es algo a lo que, como sociedad, debemos dedicarnos con fuerza inagotable. Es algo necesario, pues sin él estamos abocados al desconocimiento, o lo que es todavía peor, al conocimiento parcial, sometido al interés de otro (o a su ignorancia). Únicamente garantizando las herramientas necesarias para preservar su independencia y su correcto funcionamiento es como podemos, a la vez, preservar la garantía de tener una sociedad sana, sostenible y capaz de elección inteligente.

Es necesario que alguien enarbole el arma que es el periodismo, ese instrumento capaz de volarle una rodilla al mundo, de parar en seco la perfidia de los poderosos cuando éstos se desvían de su camino y tratan al resto de la humanidad como medios para sus fines personales. Al igual que esperamos que las fuerzas y cuerpos de defensa, verdaderamente armados, se comporten de forma honorable y según su estricto código deontológico a actuar en nuestro beneficio, debemos estar también preocupados por quienes hacen uso de esta otra arma metafórica. Y es que su terrible poder es aún más devastador cuando se usa indebidamente, o contra los intereses legítimos del grueso social: esto, sin embargo, pasa tan a menudo que nos hemos acostumbrado a estos ataques, incluso a aceptarlos como parte del hecho periodístico. Si no queremos ser una sociedad suicida, hay que exigirles esto a quienes suministran la información que necesitamos consumir: hay que apuntar bien.