Manuel Valls se presentará a la alcaldía de Barcelona en una plataforma independiente. Lo anunciaba en la Ciudad Condal hablando un catalán primario. Después de su apabullante fracaso en Francia, el ofrecimiento de Ciudadanos de pertenecer a su estructura, parece ser, se le quedaba corto. La deslegitimación de los partidos ha hecho de las candidaturas independientes pan de cada día, pero la cruz de esta moneda es más cruz de lo que parece. ¿A quién le rinde cuentas un candidato independiente?
Candidaturas independientes: El monorrail de la política
Como de casi todo, de estas candidaturas podemos encontrar una analogía en Los Simpsons. En la cuarta temporada, Lyle Lanley llega a Springfield con una canción sobre cómo funciona un artilugio novedoso que, en realidad, Springfield no necesita: El monorrail. La candidatura de un independiente es algo bastante parecido.
Las bondades de una candidatura independiente, por regla general, no pasan de la imagen. Los dos grandes argumentos son la novedad y el no deberle cuentas a nadie. Se trata de transmitir una frescura que, en ciertas ocasiones, resulta necesaria, pero que está vacía. De hecho, es un falso amigo, ¿acaso la política es el único lugar donde la experiencia no es un grado?
Por otra parte, el hecho de no deberle cuentas a nadie es el gran obstáculo. Por más anticuado que parezca, la militancia en un partido político es una garantía. Cualquier militante debe acogerse a unas pautas de comportamiento y, de no seguirlas, se verá abocado a una consecuencia ya reglada. Valls, al contrario, fuera de la estructura de Ciudadanos, hará y deshará a su gusto. El partido deja de ser un organismo de control y pasa a ser, acaso, un adorno.
La responsabilidad de Lyle Lanley
El caso de Valls tiene una especial similitud con el del promotor del monorrail springfieldiano. En primer lugar, ya ha implementado sus ideas en otra parte y el resultado ha sido catastrófico. Valls se consolidó como uno de los peores primeros ministros de la historia reciente de Francia. Después (en un acto que no sé si es resultado de narcisismo o de una visión distorsionada de la realidad), se presentó a las primarias del Partido Socialista Francés y perdió estrepitosamente. Por si fuera poco, intentó meterse en las filas del “partido” de Macron, pero le negaron el acceso. Ahora, un rebote que tiene cierto tufo a oportunismo le coloca en el único sitio donde podría tener algo de protagonismo.
En segundo lugar, está el hecho de que, en caso de perder (o lo que es peor, de hacer en Barcelona lo que hizo en Francia) Valls se irá como vino y las organizaciones que le apoyaron se quedarán con una mano delante y otra detrás. No habrá Congreso, Comité u organismo donde tenga el deber de rendir cuentas, no habrá nadie a quien deba pedir disculpas -no por obligación moral, sino por reglamento-, en definitiva, no habrá nadie que pueda “someterle a cuestión”.
La jugada está mal pensada desde los inicios. Una candidatura independiente puede tener una gran valía, eso es innegable, en caso de que el candidato tuviera una legitimidad reconocida. No es el caso, ni muchísimo menos. Ciudadanos busca en Valls una persona que complete sus cuadros, pero lo que ha encontrado son las sobras de un político que debería estar en retirada, un Lyle Lanley que no obtendrá el resultado que se esperaba y que, después del intento, desaparecerá, dejándole en herencia un barco hundido.