Dice el refrán que “nunca llueve a gusto de todos”. Mientras unos se quejan de que la lluvia les arruina el fin de semana en la playa, otros saltan de alegría porque engordará la cosecha. Esto ocurre siempre que hay un cambio. Cuando se trata de un cambio político, más todavía.
Los que mejoran se alegran, como el agricultor con la lluvia. Los que estaban bien piensan que sus vacaciones se van a ver empañadas por el temporal. En cualquier caso lo principal es recordar que estas transformaciones están siendo impulsadas por la gente. De eso va la democracia.
Decía Maquiavelo que en política hay dos fuerzas en tensión, la Virtù y la Fortuna. Ésta significa esperar que los acontecimientos te sean favorables e intentar adaptarse, ya que es el medio en el que cambia. La Virtù, sin embargo, implica agarrar el timón e intentar reconducir la situación por propia voluntad hacia un puerto más favorable. Esta manera de actuar, decía Maquiavelo, es más beneficiosa porque permite seducir a la diosa Fortuna. Al fin y al cabo, “la Fortuna ayuda a los audaces”.
En un contexto en el que muchas personas se organizan y varían el rumbo del sistema político, lo peor que puede hacerse es poner diques y muros de contención por si viene una tormenta. La democracia no va de esperar que llueva en tu huerto y llorar si se seca la cosecha. La democracia consiste en la creencia de que muchas personas juntas pueden decidir si quieren abrir un pozo, usar una manguera o posponer la siembra. Muchas de esas decisiones pueden estar equivocadas, pero al menos será su decisión.
Al fin y al cabo, de lo que va ésto es de tener el poder de decidir si regar o no.