El domingo pasado el corazón de Europa, Alemania, celebró elecciones federales. El resultado: cuatro años más de la Canciller Ángela Merkel, quien obtuvo, de nuevo, la mayoría pese a la caída de su apoyo, un 8,5%, respecto a los comicios anteriores.
Sin embargo, esa, por esperada, no es la noticia. Tampoco lo es la caída del partido socialdemócrata SPD. Eso era un secreto a voces, que muchos ya identifican con su alianza con el CDU de Ángela Merkel. Es cierto que, alertados por este resultado previsto, el SPD apostó por el que fuera candidato al Parlamento Europeo, Martin Schulz. Buscaban un efecto Jon Snow, una vuelta de entre los muertos para terminar en el trono de hierro. No funcionó.
La noticia, es la llegada al parlamento alemán de un partido ultraderechista con el nombre Alternativa por Alemania. El domingo, casi coincidiendo con el solsticio de otoño, llegó a Europa el invierno y, como en la popular serie, el último muro ha caído dando funesta entrada a los caminantes pardos.
La amenaza de estos caminantes no es nueva. Cómo profecías, avisaba la historia de que periodos prolongados de crisis económica son caldo de cultivo para populismos de distinto corte. Lo fuimos comprobando en distintos países occidentales dónde partidos con tendencia a simplificar el discurso fueron surgiendo y obteniendo resultados prometedores.
Después sucedió lo inevitable, no contentos con simplificar los discursos, buscaron enemigos a los que señalar como responsables de la difícil situación y encontraron, en la crisis de refugiados que llegan a las puertas de Europa, la excusa perfecta. Así, ganaron fuerza las formaciones con mensajes xenófobos que culpan al extranjero de todos los problemas.
Los populismos xenófobos mantienen el pulso en Europa
Se sucedieron los éxitos de estos partidos, siendo los casos más alarmantes la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y el paso a segunda vuelta de las presidenciales francesas de dos partidos populistas. Eso sí, en Francia, los votos republicanos lograron frenar la opción fascista de Marine Le Pen.
Pero Alemania parecía infranqueable. 72 años han pasado desde el final de la Segunda Guerra Mundial y el país teutón siempre fue el mejor ejemplo de la repulsa al totalitarismo. Durante años, los alemanes se esforzaron por demostrar que no quedaba resto de aquel odio que aquel político del bigote había divulgado. Nada parecía indicar que aquellos discursos del pasado pudieran recuperar el apoyo popular en Alemania.
Las encuestas, esos instrumentos antaño utilizados para proyectar resultados electorales y que hoy parecen sólo servir para desacreditar a los sociólogos, ya en los últimos tiempos empezaron a mostrar el ascenso del partido Alternativa por Alemania. Pero ni en el peor de los casos se esperaba un resultado tan alto. Se veía inevitable su entrada en el Parlamento, pero de forma residual dando fin al crecimiento de las fuerzas totalitarias. No fue así, y obtuvieron un 12,6% de los votos, lo que les sitúa como el tercer partido, sólo por detrás de los tradicionales CDU y SPD.
El muro alemán ha caído y los caminantes pardos continúan su expansión por occidente, el invierno ha llegado y lo cubre todo con su capa de frío, pero no podemos rendirnos o perderemos el mundo tal y como lo conocemos.
Por Pablo Vega.