Merkel consigue ganar unas elecciones que dejan a una Alemania más débil en términos democráticos por la irrupción de AFD como el gran partido de la oposición
El sistema de gran coalición entre democristianos y socialdemócratas está teniendo consecuencias devastadoras para la estabilidad democrática en Alemania. Hace años que entre la CDU/CSU y el SPD no existe ningún tipo de confrontación práctica, imposibilitando que los polos de centro logren visibilizar modelos alternativos de país. Las opciones extremistas, en algunos casos con actitudes desleales al sistema de garantías, son la vía de escape contra el gobierno por consenso que deja a demasiados alemanes sin voz.
La actitud pactista entre los principales partidos alemanes se ha demostrado inútil a la larga. A Merkel su moderación social le ha generado una pérdida de votos directamente proporcional al auge de los votantes ultraderechistas a los que, sorprendentemente, se ha comprometido a recuperar (volver a enamorar), no sabemos si expulsando al millón de refugiados o virando aún más su discurso migratorio.
A los socialistas, por su parte, compartir gobierno les ha dejado sin un proyecto claro de cambio, obligándoles a diseñar campañas de perfil bajo en las que grandes propuestas de transformación serían entidades por los electores como una incoherencia porque vienen del propio Ejecutivo. La justicia social como framing de la campaña, aunque imprescindible, resulta, si es único, infantil.
[bctt tweet=»Los gobiernos de coalición no suelen sentar bien al segundo partido. Mirad al SPD.» username=»camaracivica»]
Asuntos como las relaciones internacionales, la familia o la garantía de la convivencia deben tener en el discurso izquierdista una prioridad indiscutible permitiendo ofrecer respuestas diferentes ante esos retos, ya que parece que al mundo actual no solo se le presentan los dolorosos fallos del sistema capitalista como principal preocupación. El entusiasta Schulz ha pecado de tradicional en su estrategia presidencial, centrada en la creciente desigualdad que la gestión económica de la derecha ha creado en el corazón de Europa. Parece, sin embargo, que la precariedad laboral o la debilidad alarmante de la inversión pública no han conseguido decidir unas elecciones que se han vuelto a convertir en un refrendo al liderazgo internacional de Merkel.
¿Qué coalición gobernará Alemania?
Errores a un lado, el escenario que dejan las urnas obliga a formalizar acuerdos entre las fuerzas políticas. La posibilidad de un gobierno de los democristianos junto a los liberales y verdes es la alternativa más plausible hasta el momento, aunque muchas voces se apresuran a señalar el alto grado de incompatibilidad entre el partido de Lindner, la tradicional tercera fuerza política del país, y el movimiento ecologista.
Este difícil gobierno tripartito, no resultaría inédito puesto que Frankfurt –la quinta ciudad del país– ya está siendo dirigida bajo esta fórmula. Los socialdemócratas han descartado formar parte del gobierno lo que, sin duda, implica reconocer el absoluto fracaso de la política de acuerdos y consenso que deja al final de su era a la ultraderecha en el parlamento por primera vez en la historia reciente (han conseguido 95 escaños). La vuelta del SPD al disenso permitirá, además, que Alternativa Para Alemania no lidere el discurso de oposición.
Los gobiernos de coalición, en general, no suelen sentar bien al segundo partido y acaban siendo un mecanismo delicado de superposición años más tarde de quien lo lidera; tampoco acabaron bien los liberales tras su experiencia con Merkel, en 2013 se quedaron fuera de un Bundestag al que hoy han vuelto con el 10,7% de los votos tras un proceso de renovación comunicativa inédito.
Polarización
Con las elecciones federales de este 24 de septiembre parece ponerse final a la dinámica centrípeta de los sistemas políticos europeos, en los que era cada vez más difícil diferenciar a los dos principales proyectos políticos. La alargada práctica del consenso ha mandado a brazos de los extremistas de la ultraderecha, nacidos de la oposición al euro y centrados ahora en el combate cultural contra el islamismo, a cientos de electores alemanes que han visto como el Estado les dejaba cada vez más de lado.
Por suerte, lo más razonable es pensar que la mayoría de los votantes lo hacen con una ánimo más de ruptura con el sistema que por coincidencia con sus planteamientos ideológicos.