El alzamiento dirigido desde Sevilla contra la legítima dirección federal del PSOE, plantea un debate cainita sobre la práctica del poder y la autoridad en el partido más antiguo de España.
El ejercicio de la democracia se sustenta sobre la aceptación común de una reglas de juego como punto unificador del conjunto de actores que, enfrentados en preferencias e intereses, se dotan para sí de un sistema de articulación de intereses. Pensar un país no es un ejercicio de abstracción muy diferente al de pensar un partido político, donde las facciones conviven como grupos de interés entorno a un marco estatutario e ideológico compartido. El problema surge , como en un país, cuando las reglas de juego se ponen en duda, el liderazgo democrático se cuestiona y se orquesta un marco institucional paralelo de base moral. Tras este escenario solo cabe o la ruptura absoluta (organización fallida) o la sustitución de las cuestionadas reglas por otras nuevas que se acomoden, a su vez, a una nueva élite gestora.
18 de julio: día del Alzamiento Nacional, la verdadera España, se levantó contra la falsa España republicana. Franco, Mola, Queipo de LLano y Sanjurjo, entre otros, se arrogaban la “autoritas” moral de representar los verdaderos valores e intereses de un pueblo español que encarnado en su voz reclamaba salir del presidio republicano, legal pero no legítimo. La República, aturdida e ideológicamente débil, terminó subsumiéndose a los planteamientos de los golpistas que ganaron la guerra simbólica del deber ser español, además de conseguir un efectivo control de las estructuras.
No fue muy diferente lo que pasó el histórico y dramático 28 de septiembre en Ferraz. El traspaso horas antes de los límites inquebrantables de la falsa cordialidad por Pedro Sánchez –la amenaza del gobierno con Podemos y los nacionalistas- supuso el punto de implosión de los críticos que pronto desarrollaron un plan de vuelo descontrolado de la cúpula socialista, auspiciado por las declaraciones de Felipe González que actúan como disparo de salida y se convertirán, desde fuera de España (curiosa analogía con la no presencia de Franco en territorio peninsular durante el Alzamiento) en la excusa para efectuar lo inevitable. La operación, con epicentro en Sevilla (Burgos), modificó las reglas de juego dialéctico: ya no son cargos orgánicos, son meros compañeros, “no les reconocemos”. En cualquier momento parecía que alguien se dirigiría a la militancia socialista por la radio para anunciar que en Pedro Sánchez (Casares Quiroga) ya no había autoridad ni poder alguno. Se cae, por tanto, en una especie de moralismo autocomprobatorio que asigna liderazgos en función de “la Patria y el bien”.
Antonio Pradas, desconsolado cual seguidor de Calvo-Sotelo, tira de sentimentalismo –foto familiar de por medio- y plantea que la guerra ya es un hecho: no le dejan entrar en una casa del pueblo, hay dos Partidos Socialistas: el bueno y el otro. A César Luena le toca hacer de Azaña y apelar a un legalismo estatutario favorable, a mi parecer erróneo para la noche del golpe, dejando en un segundo plano la que debería ser su idea fuerza: “nuestra legitimidad emana de la democracia militante”. El debate es, sin duda, una cuestión de legitimidades enfrentadas de base más sentimental-estratégica que racional, ya que una vez entrados en el plano de la interpretación de las reglas de juego el tablero estalla (esto lo interpretará bien Sánchez posteriormente). Sin embargo, algo sí hace bien Luena, dejar claro que ellos siguen siendo el Partido Socialista, el de verdad, y que no hay más líder que Sánchez. Preocupa y mucho en Ferraz el descontrol de los miles de trabajadores y agrupaciones que podrían caer en procesos sucesivos de ruptura y enfrentamiento, paralizando por completo al partido.
Las reacciones son inmediatas: todos los medios con escasas excepciones están con el golpe. Especialmente dura es la posición de los aliados Ferreras y La Sexta que con una cobertura mediática desmedida y sin precedentes, intentan acabar con Sánchez esa misma noche. Los militantes parecen querer tomar las calles ante la impotencia de que su líder, el primero votado por la militancia, vaya a caer por unas pocas baronías de poder estratégico –que no real- incontable. Se empiezan a formar comandos de apoyo contra los golpistas, pero Ferraz reacciona bien y los frena (explosión que no podrá controlar el sábado). El enfrentamiento directo es un paso para el reconocimiento del conflicto, lo que sitúa al sector ilegítimo en una posición visual inmerecida. Pronto se desarticulan todos estos centros de resistencia (especialmente catalanes) que, sin embargo, sí llegan a materializarse en Valencia cuyo Secretario Provincial se mantiene fiel a la dirección.
La mañana del 29 se pierde si Verónica Pérez consigue hacer efectiva su autoritas proclamada (convertirla en potestas). Pérez se proclama –con una frase que pasará a los anales de la Historia- como “única autoridad del PSOE”- e intenta traspasar la ilegitimidad a la resistencia. Luena y Sánchez se mantienen firmes y no la reconocen, por lo que en apenas una mañana, Pérez ya se ha desvanecido. El sector crítico no tiene más autoridad, porque el ejercicio de la moralidad legítima sin poder real es tan utópico como inconsistente. A los vigilantes de seguridad los controla Luena. “Él sigue siendo aquí el jefe”, dicen las telefonistas de la planta baja.
Ese mismo día, acabada la Vía Verónica, sale Susana que inteligentemente se reserva un papel de autora intelectual, pero no material de los hechos descritos. La deslealtad es penada desde antiguo con el peor de los castigos, entre ellos el destierro. Con una posición cómoda, reclama “unidad” y, destruido todo, se ofrece a la reconstrucción; llegamos aceleradamente al 39, España necesita paz, pan y orden. Ella quiere ser líder por aclamatio y solo una pobre alma bondadosa que está al servicio de la causa si fuera necesario (modestia instrumental).
Los críticos no logran que el golpe sea tan efectivo como preveían, la Ejecutiva se mantiene e incluso se convoca para el 30 de septiembre: normalidad institucional, dentro del dramatismo posible. La República sigue en pie y actuando: se convoca Comité Federal y se fija el orden del día. Los críticos, muy a su pesar, deben aceptarlo, no tendría sentido plantear una reunión paralela, no obstante, utilizarán el sábado ese nuevo escenario para asestar el golpe definitivo.
Ya sólo queda que Sánchez se dirija al país socialista y les tranquilice: “sigo aquí siendo yo”. En un discurso breve y presidencialista, consigue apuntalar tres argumentos (ya señalados en cierta forma por Luena el 28): la legitimidad solo puede ser de origen democrático; me mantendré firme a mi palabra y por eso me veo donde me veo; yo soy el “no” al PP y ellos la abstención. Y, apelando a que el pueblo hable (algo que por razones evidentes nunca pudo hacer la República), Sánchez gana horas, pero poco más.
El Comité Federal se pronuncia y es innegable su legitimidad, que emana directamente de la democracia militante a la que Sánchez y Luena encargan su futuro político. Un Comité esperpéntico, de dudas infinitas y procedimientos poco garantistas por parte de la Ejecutiva, termina por hastío entregando la victoria a los críticos, garantes de la paz y la tranquilidad, al precio que sea.
Sánchez es la resistencia democrática, la legitimidad moral frente al golpe, sin embargo, sus prisas en el Comité, la urna tras la mampara, la retransmisión de una especie de pelea familiar interminable por televisión y un evidente cansancio le hacen caer. Poco después de las 20:20 anuncia su dimisión como Secretario General: el golpe ha triunfado a medias. Sánchez no dimite como diputado –asunto que todavía hoy desconocemos- y deja muy pronto abierta la puerta a volver y a volver a lo grande, en unas primarias y auspiciado por la militancia, tras una posible abstención que le de sentido a su caída.
El 18 de julio tuvo éxito por no darle suficientemente pronto las armas al pueblo, especialmente (e irónicamente para el caso) en Sevilla y Granada. La “fatal duda” que diría el historiador Aróstegui fulminó la efectividad republicana de ejercer un control real e hizo tambalear el ejercicio de un poder legítimo que se extrañaba de su propia condición y autoridad.
Alguien en Ferraz ha leído algo de Historia. Apelar de forma cómplice al pueblo, hacerlo partícipe de la resistencia, de forma coordinada, romperá el 18 de julio socialista y será nueva fuente constituyente de legitimidad, autoridad y poder.
La estrategia del doctor Negrín de resistencia fue, sin duda, la más inteligente aunque fatídicamente tardía y cuestionada para la República. Sánchez es Negrín y emprende un camino hacia el desgaste, esperando el momento exacto de que estalle el conflicto externo (¿qué hacer con la investidura?: el debe ser de los socialistas constituidos como potencias occidentales en medio de la II Guerra Mundial). Solo le falta cohesión absoluta en los suyos, algo que Negrín nunca tuvo más allá del PCE. Por eso, Sánchez no se va del todo, porque sabe que hay mucho partido por delante y que tras la abstención orquestada por una gestora de perfil bajo puede aparecer su “momento autoritas”
La Historia es la reproducción constante de lógicas pasadas en campos diferentes. En la vida, el poder de las palabras, configura realidades simbólicas que son, a su vez, productoras de legitimidad, concepto que asienta la autoridad, cualidad indispensable del poder duradero.