5 apuntes de EE.UU. para un futuro post-Trump

Una vez pasado el fragor de las siempre absorbentes elecciones estadounidenses, y con tiempo suficiente para haber leído y analizado los primeros análisis de los resultados que han devuelto a Trump a la Casa Blanca, es el momento de comenzar a separar la paja del grano, y de comenzar a desgajar las posibles implicaciones que traerá consigo la contienda electoral norteamericana.

Escrito por Adrián Lacámara.

El objetivo de este artículo no es ni mucho menos realizar un sesudo análisis sobre las consecuencias macroeconómicas que tendrá la presidencia de Trump para el multiverso en el que habitamos, sino que únicamente se pretende esbozar cómo pueden afectar los pasados comicios al futuro inmediato (y no tan inmediato) del reality político que es la política estadounidense.

A lo largo de este artículo, por tanto, se darán algunas pinceladas sobre cuáles pueden ser los efectos de estas en la vida política al otro lado del charco y se tratará de analizar si algunos de estos apuntes, pueden ser escalables en todo o en parte a escala nacional.

Blue vote, ¿Pink vote?

Si algo ha quedado claro en estas elecciones, es que el electorado masculino ha apostado muy rotundamente por el binomio Trump-Vance, y lo ha hecho además de forma transversal, independientemente de la raza, nivel educativo o clase social.

La visita de Trump al podcast de Joe Rogan (el espejo donde se mira Jordi Wild), el indisimulado intento de caracterización de Trump por parte de su campaña como un hombre fuerte y duro capaz de gobernar con firmeza frente a la incertidumbre o los constantes ataques de la candidatura a la cultura woke, parecían un intento de afianzar el voto republicano entre los hombres blancos y los condados rurales.

Sin embargo, las cifras de Trump entre hombres negros e hispanos suponen la confirmación oficial de la denominada manosfera (también conocida como política UFC): un universo mediático, económico y político surgido como impugnación a la ola feminista, en el que la exacerbación del individualismo, la misoginia y la masculinidad, forman un caldo de cultivo en el que los hombres rechazados por lo que ellos denominan el “feminismo radical”, encuentran su zona de confort.

En ese contexto, Trump se maneja como nadie, y el intento de Harris de mejorar su popularidad entre ese segmento de la población a través del nombramiento de un hombre blanco del Midwest como compañero en el ticket, parece haber resultado de lo más infructuosa.

Por el otro lado, el margen que los demócratas esperaban obtener entre las mujeres ha sido mucho menor de lo esperado, ajustándose bastante a los porcentajes de otras presidenciales, y dejando en quimera la gran ola demócrata femenina con la que Kamala soñaba. Con las cartas sobre la mesa, parece que las restricciones sobre el aborto o las declaraciones abiertamente misóginas de JD Vance en campaña han surtido un menor efecto del esperado, y en ningún caso se puede hablar de un voto demócrata teñido de rosa.

Queda ahora por saber si, tras la etapa Trump, los hombres dejarán de apostar abrumadoramente a los republicanos, y se producirá un realineamiento en torno al eje ideológico o la clase social, o si este ya es un punto de no retorno.

No deberíamos perder el ojo a esta división del voto en torno al sexo en España, donde los canales y medios de tendencia ultraderechista emergen casi como por generación espontánea, y donde en las últimas elecciones generales ya hubo una enorme brecha de género (en este caso en el comportamiento de las mujeres), con una victoria de la izquierda entre el sexo femenino por más del 13%.

Un apunte más en esa dirección: VOX no para de crecer entre el electorado que votará por primera vez, y ha llegado a situarse, según el CIS, como segunda fuerza entre los votantes varones de entre 25 y 34 años.

Hillarización de Kamala

La campaña de Harris, tras el trauma de la jubilación forzosa de Biden, echó a andar con una indisimulada euforia, marcada por los récords de financiación y (lo que parecía) la unión definitiva del partido demócrata en torno a su figura. Desde ese momento, su candidatura experimentó un primer período de luna de miel, donde, además, parecía que se había dado con la tecla a la hora de combatir con eficacia el discurso de Trump.

Harris, Wallz, y ese famoso “The republicans are weirds”, suponían un soplo de aire fresco, llevando el ritmo de la campaña, y hablando de los temas capitales para la clase trabajadora estadounidense (sanidad, inflación…) mientras los republicanos se perdían en debates un tanto extraños (cultura woke, identidad de género, bulos fantasiosos).

Probablemente el momento culmen de esta fase de la contienda fue el debate presidencial, donde Harris parecía poner frente al espejo a Donald Trump, y casi ridiculizaba al magnate, caricaturizándolo como un personaje obsesivo y desquiciado al que sólo le quedaban hombres de paja que agitar.

Sin embargo, al no despegarse definitivamente de Trump en las encuestas tras los dos momentos clave de su campaña (convención nacional y debate), Harris y su equipo empezaron a mostrarse erráticos y nerviosos, y volvieron a caer en el fracasado marco de 2016, convirtiendo la contienda en un Trump VS democracia, y consumando la transformación de Harris en una Hillary Clinton satinada con un ligero toque de diversidad.

Si todo sigue los cursos normales del sistema, Trump no volverá a presentarse a las elecciones, pero no está tan claro que los demócratas hayan aprendido la lección, y no es descartable que la trampa de la diversidad (que diría Daniel Bernabé) posponga de nuevo lo que lleva años siendo la asignatura pendiente para los demócratas: presentar un plan solvente para la clase trabajadora de Estados Unidos.

Bernie beats Trump

Durante las primarias demócratas de 2020, en la que el aparato del partido azul maniobró, casi por completo, para que Biden (un candidato que no convencía a casi nadie) arrebatase al izquierdista Bernie Sanders la victoria en el siempre trascendente supermartes, una frase sobrevoló la convención demócrata y el resto de la campaña presidencial: Bernie beats Trump.

Con esta idea, las nuevas ramificaciones del partido demócrata, nacidas en torno al senador de Vermont, detacaban que, al contrario de lo expresado siempre, un candidato verdaderamente progresista podría vencer a Trump en unas hipotéticas presidenciales.

Según esta tesis, solamente un candidato con ideas para la clase trabajadora lograría recuperar el voto de los hombres blancos sin estudios asfixiados por la globalización, y las minorías, los votantes progresistas y el electorado más independiente, optarían por la opción de izquierdas al ver la monstruosa opción que tenían en frente.

La campaña de Harris no hizo siquiera el amago de reivindicarse como una opción mínimamente progresista, más allá de las meras soflamas identitarias sobre los orígenes de la candidata; y los progresistas capitaneados por Sanders y Ocasio, se vieron de nuevo en la tesitura de pasarse la campaña haciendo lo que siempre han hecho: tragar sapos.

De nuevo, una campaña demócrata anodinamente centrista y tibia, y de nuevo, un fracaso demócrata entre las clases populares. Con la derrota de Harris, se vuelve a escenificar la percepción de los demócratas como un partido de élites, centrado en los tejemanejes de Washington, y alejado de las vidas y los problemas de la gente común.

Una vez superado el shock, el partido deberá afrontar su enésima reconstrucción, y volverá a cobrar fuerza el debate sobre qué tipo de candidatos pueden volver a llevar a los demócratas a la victoria. Por ahora, es seguro que el bloque progresista se organizará en torno a una figura que haga de puente entre la generación de Sanders y la de Ocasio Cortez, y hay pocas dudas de que la facción más oficialista hará lo propio (quizás Buttigieg, quizás Newsom).

Será entonces cuando veamos si los demócratas han aprendido de sus errores, o si van a volver a optar por un candidato de Wall Street decorado con purpurina y con Beyoncé de fondo.

¿Era la economía, estúpido?

Una vez más se ha experimentado un sesgo perceptivo que parece haber sido clave en que la balanza se inclinase hacia el lado republicano. Los principales datos macroeconómicos reflejaban que la economía de EEUU iba como un tiro, rozando el pleno empleo y con un crecimiento de la economía que supera los dos puntos. Sin embargo, esas buenas cifras no se han trasladado al bolsillo de la gente, y la inflación, pese a estar ahora contenida, ha hecho mucha mella en las economías domésticas.

Nuevamente, los demócratas han pensado que los votantes se guían por las grandes predicciones de los expertos y las cifras globales, cuando el único análisis que le importa a las familias es el empírico, el de sus cuentas bancarias. Otro signo más de que los demócratas están cada vez más desconectados de las realidades de la gente a la que dicen representar.

Tampoco deberíamos dejar de lado este análisis en España, la Taylor Swift de las economías en palabras de nuestro presidente, pero donde decenas de miles de personas viven en condiciones de absoluta miseria, y donde las clases trabajadoras se van pauperizando a un ritmo vertiginoso.

Musk, JD Vance y Succession

Y para el final, la parte más conspiranoica.

Si los resortes de la democracia más antigua del mundo no fallan, esta legislatura que empieza será el final de la era Trump. Todos los grandes liderazgos dejan tras de si un enorme vacío, pero probablemente el de Trump, que ha devorado por completo al Partido Republicano, sea uno de los liderazgos (democráticos) más irremplazables de la historia.

Parece imposible que ningún republicano que no se haya entregado por completo al movimiento MAGA pueda siquiera soñar con la nominación, el otrora Grand Old Party es ahora un nido de fanáticos con gorrito de papel de plata en la cabeza en el que republicanos clásicos como Haley o Christie lo van a tener realmente difícil.

En ese escenario surgen muchas dudas de quién será la persona a la que el dedo del presidente señale: ¿Será Vance, que pese a tener fama de impopular, superó con creces las expectativas en el debate vicepresidencial? ¿Será Musk, que ya ha jugado un papel clave en la victoria de Trump y que sería un sucesor ideal para seguir abanderado la lucha contra la cultura woke y la Agenda 2030? ¿Quizás Ramaswamy? ¿Tendrá éxito por fin una candidatura del nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, consumando una unión defintiva entre hispanos y republicanos? ¿O tendremos una lucha intestina en el seno de la familia Trump entre Ivanka, Eric y Donald Jr., al más puro estilo Succession?

Todo esto y mucho más, lo iremos viendo en los próximos años, que servirán para impugnar o confirmar, las hipótesis expuestas en estos (no tan) breves apuntes post-electorales.

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