Al comienzo de la película ‘Yo soy Sam’ (2001) vemos a Sam Dawson (Sean Penn) el cual ha sido recientemente padre, lo cual le llena de alegría, tanto a él como a sus amigos. Trabaja en Starbucks, le gustan The Beatles y no comparte la tarea de ser padre con la madre de Lucy (llamada así por la canción Lucy in the sky with diamonds) pues esta los ha abandonado al poco de nacer la niña.
Además, como ya sabrán quienes han visto la película, Sam tiene una discapacidad intelectual, que si bien le permite llevar una vida bastante normalizada, hay ciertos razonamientos que no lleva a cabo de forma común.
Capacidad para ser o no ser padre
La película nos enfrenta, mediante diversas situaciones, a ciertos debates en torno a la paternidad, la capacidad de las personas con discapacidad para criar y cuidar, y los apoyos que posibilitarían que estas situaciones fueran viables en lugar de suprimibles.
Sam pertenece a un selecto club, ya que en las familias monoparentales suele ser más frecuente la maternidad en solitario que la paternidad, y si añadimos la variable de la discapacidad nos ubicamos en casos contados en la sociedad. Esto en gran medida está propiciado por la tradicional negación que se ha impuesto a las personas con discapacidades para reproducirse y criar a su descendencia, sobre todo si entramos en casos de discapacidad intelectual, donde son incluso comunes prácticas de esterilización forzada.
Justo es admitir, que en casos de discapacidad sensorial esta negación de la libertad reproductiva es más infrecuente, y hay cierta elasticidad en cuanto a los casos de limitaciones físicas, jugando ahí un papel importante la variable patológica en cuanto a la viabilidad de la reproducción.
Tampoco podemos obviar cierta variable económica o de clase. Una persona con discapacidad, que por el motivo que sea, pueda tener poder adquisitivo como para subcontratar labores de cuidado, se verá menos juzgada que quien no tenga dicha posibilidad.
Tampoco la discapacidad es un punto muy favorable en cuanto a la obtención de la idoneidad en procesos de adopción, lo cual reafirma que el discurso se encuentra enraizado en la sociedad y las administraciones.
Incluso, dejando por un momento la discapacidad a un lado y centrándonos en las lógicas capitalistas, resulta casi una paradoja cruel pensar cuantos esfuerzos médicos, legales y económicos existen hoy en día para paliar la dificultad de concebir descendencia. De hecho, es desmesurada la diferencia que existe entre la “oferta reproductiva”, por ponerle algún nombre, y la escasez de recursos y servicios una vez que la criatura está en el mundo.
Un padre inexperto sin apoyo de los poderes públicos
Pero retomando la película, Sam, como cualquiera que coge por primera vez a un bebé en brazos sin mucha experiencia previa, no tiene ni idea de cómo actuar o comportarse con su niña.
Las funciones de cuidado no sólo han sido tradicionalmente atribuidas a las mujeres, sino que se las dotó de un carácter natural e innato. Cualquier sujeto con útero debía saber como sacar adelante a una criatura, del mismo modo que los pájaros vuelan o los peces nadan.
Este axioma ha cristalizado culturalmente en una falta de apoyos en cuanto a la crianza y los cuidados. Los poderes públicos (con excepciones nórdicas) no detectan la necesidad de ayudar en una cuestión que tradicionalmente se ha percibido como individual, familiar, doméstica, natural, alejada de las esferas públicas.
Pero en el momento en que una vecina da a Sam las pautas adecuadas, es perfectamente capaz, no sólo de no matar a su hija, sino de que crezca sana y feliz. Aparece así un interesante cuestionamiento en que se advierte que tal vez el problema no sea tanto la capacidad de la persona, sino la falta de ayudas que esta recibe.
¿Un padre con discapacidad es un buen padre?
La película, en su periplo por la crianza, atraviesa el punto dramático de la cuestión, cuando entran en juego los poderes públicos.
Se genera la paradoja de que el sistema que no ha estado presente para apoyar a Sam, le cuestiona, examina y censura como padre.
Lucy (Dakota Fanning) ha cumplido los siete años y es muy inteligente, tanto que según los tradicionales baremos de “edad mental” aplicados a personas con discapacidad, ya supera en intelecto a su padre.
Este argumento resulta ser incontestable para retirarle a Sam la custodia de su hija, aunque él no está dispuesto a verlo así.
La que podría ser una típica historia de batalla legal por recuperar la custodia de una niña, se ve atravesada por la interseccionalidad de la situación.
Capacitismo y cuidados
El protagonista debe enfrentarse, y también someterse, al cuestionamiento capacitista de su paternidad, a la dificultad de los procesos de defensa legal en el sistema estadounidense, a la valoración recurrente de infantilización y agresividad a partes iguales, al hecho de que su círculo no sea fiable a la hora de testificar, puesto que sus amigos también son personas con discapacidad intelectual y su vecina tiene algunos problemas relacionados con su salud mental.
Rita Harrison (Michelle Pheiffer) su abogada, al principio desinteresada, y luego implicada hasta el tuétano como la historia requiere, ejemplifica en cierto momento la dificultad que la crianza supone, se tenga o no discapacidad, añadiendo en su caso el “estigma del abandono” que aún se percibe en nuestra sociedad cuando una madre tiene carrera profesional.
Finalmente, Lucy es llevada a vivir con un matrimonio ideal, perfectamente capaz de cuidarla y criarla a todos los niveles; pero, como saben quienes han visto la cinta, hasta una pareja heteronormativa es capaz de ver los sentimientos que no explican las leyes.
Yo soy Sam, además de ofrecer un relato entrañable made in Hollywood, plantea cuestiones y debates poco frecuentes que trazan la distancia que aún hoy persiste entre los derechos de las personas con discapacidad y la limitación de estos que desde los mismos poderes públicos se les realiza.
Por supuesto, como imponen las nuevas tendencias, se trata de una película con el consabido trasfondo épico de lucha y superación, que más allá de la mitificación debería hacernos pensar ¿qué ocurre si por el motivo que sea no se tienen las herramientas o los recursos de Sam? ¿en algún momento se realizará una reivindicación real de la implicación que las entidades públicas deben tener para con la ciudadanía?
Cuestiones, que como tantas veces, darían para otro artículo, o para una serie de ellos.
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