Un tiempo de rupturas: reflexión sobre los conflictos en el siglo XXI

Los conflictos actuales son herederos del corto siglo XX, como el tiempo de grandes contrastes que ha sido. El inicio del nuevo siglo ha estado siendo testigo de cómo las ideas, procesos y hechos han generado un amplio marco contemporáneo, ahora ya globalizado, en el que los ecos de las guerras del ayer generan los sonidos del mañana. La melodía que compone la música de hoy tiene características añejas, por ejemplo, el genocido contra el pueblo palestino recuerda demasiado al holocausto armenio a principios del siglo XX: una política genocida basada en deportaciones forzosas e intento de exterminar una cultura; así como además venideras, otro ejemplo, la redefinición de las fronteras políticas establecidas en el siglo veinte a partir de la invasión rusa en Ucrania, en febrero de 2022, evocando el equilibrio de poder que significó ante la OTAN el hinterland del Pacto de Varsovia (1955) como la excusa que supuso el Tratado de Versalles (1919) para que el nazismo tomase el poder y ejecutase una política expansionista. Este marco contemporáneo supone la inmersión en una reordenación integral de todas las estructuras de la actividad humana, desde las condiciones materiales hasta conceptos abstractos, como el derecho internacional o los derechos humanos, afectan ya a la vida cotidiana de cualquier ciudadano de la aldea global mediante una naturaleza interconectada. Desafortunadamente, la ciudadanía europea no es ajena a ello, el conflicto ucraniano ha despertado la conciencia de lo que supone una herida abierta en un territorio comunitario, así como otros problemas que orbitan las fronteras de la Unión. Sírvase el caso del Sáhara Occidental (1975), en el que hay una descolonización pendiente cuya administración compete a un país europeo pero gestionada por un país árabe ocupante. 

De este modo es posible observar el conflicto palestino-israelí (1948) como la herida abierta más representativa que deja el breve siglo. En principio tuvo su origen en motivos políticos (Theodor Herzl, Der Judenstaat, 1896; Arthur Balfour, la Declaración Balfour, 1917) aunque pronto llevaría a una disputa sobre el territorio: los judíos deseaban una tierra sin población árabe, y éstos se negaban a dividir la tierra para una comunidad que buscaba desarabizarla mediante un modelo colonial occidental. La nakba supuso la movilización de alrededor de 800.000 personas –árabes y cristianas– que se vieron despojadas de su patrimonio personal. Desde entonces ha sido un conflicto intermitente bajo un régimen de dominación que recuerda lo peor del siglo XX, siendo capitalizado por otros actores geopolíticos a favor de sus propios intereses en materia de recursos naturales (gas natural). El espacio cerrado por tierra, mar y aire en la Franja de Gaza continúa constituyendo un drama humanitario que se podría considerar un moderno campo de concentración. Un sombrío legado en el que se tiene por el respeto y ejercicio de los derechos humanos en esta nueva centuria. 

Volviendo la vista al Sáhara Occidental este ha ido presentando problemáticas similares, con Marruecos gestionando la ocupación de un territorio pendiente de descolonización, usando como instrumento de chantaje la migración, mientras se ampara bajo actores geopolíticos como EE.UU. e Israel. El motivo de la ocupación se halla en el aprovechamiento de los recursos naturales (minas de fosfatos, pesca y “tierras raras”) en ese territorio mientras ejerce sistemáticamente violaciones sobre los derechos humanos. Sin embargo la República Saharaui, aunque ha sido reconocida por 84 países, sigue estando dividida entre un Estado, la consideración de un territorio autónomo para España y un territorio ocupado para Marruecos. En este escenario el pueblo saharaui desarrolla la reclamación de su independencia a través del derecho internacional. Por su lado España, como potencia administradora, ha demostrado una falta de importancia estratégica en su política norteafricana, revelando una incoherencia en su política exterior mientras se presiona las fronteras europeas con la migración, el narcotráfico y el terrorismo. 

El contexto de la situación de Ucrania cambió a partir de 2022 pero sus antecedentes más inmediatos se pueden encontrar en 2014. Resulta interesante que Rusia no se considere una guerra sino una Operación Militar Especial mientras intenta explicar la ocupación a través del derecho internacional por medio del artículo 51 de la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En este sentido las Repúblicas de Donetsk (RPD) y Lugansk (RPL) han sido respectivamente consideradas como territorios autónomos no reconocidos por la Unión Europea y Ucrania, pero sí como Estado mediante referendum por Rusia. Sólo tres miembros de la ONU reconocen dichas repúblicas. La anexión ilegal de territorios, como RPD, RPL, Zaproriya o Jersón, supone un problema de derecho internacional: regulación del derecho de ocupación al amparo de unos derechos humanos restringidos. Un problema de carácter político en el que los convenios de La Haya y Ginebra se hayan obsoletos cuya dificultad reside en el enmascaramiento de una guerra proxy. Todo ello mientras los recursos naturales (petróleo) están siendo explotados en la plataforma continental situada entre Odesa y Crimea en el Mar Negro. Un territorio ocupado por Rusia por valor estratégico en mitad de un contexto hostil por parte de la OTAN. 

Pese a todas las problemáticas derivadas de los conflictos existentes, las tecnologías de la comunicación han sido las herramientas que han permitido crear un espacio de conciencia interconectada sobre las guerras de nuestro tiempo debido a la red de información creada por profesionales del periodismo, donde la figura del reportero local en territorio amenazado tiene especial interés al relatar su propia perspectiva, los cuales informan con el objetivo de esquivar la propaganda de los intereses geoestratégicos y generar debate al documentar y humanizar todos los conflictos actuales posibles. Sin embargo, este importante vehículo informativo expone el estado y relación casi a tiempo real de las estructuras militares, económicas, sociales, ambientales y legales que se están produciendo a causa o como consecuencia de determinados procesos. Este rasgo cualitativo de la Era de la Comunicación posee la capacidad de atender a los cambios que se producen en el mundo y que condicionan directa o indirectamente al individuo. En este sentido hace adquirir a la política, en su aspecto geoestratégico, un valor total que posee la potestad de formar a mejores ciudadanos del mundo.  Para terminar, a modo de conclusión, se puede observar que las tendencias de los conflictos actuales en el siglo XXI derivan hacia una ocupación prolongada en territorios tan distantes y, al mismo tiempo, similares como pueden ser Sáhara Occidental, Palestina o Ucrania. Esta herencia de la centuria anterior condiciona tanto el tablero geopolítico actual como las condiciones de vida y la opinión pública mundial. Las consecuencias de sus efectos se sienten como el peso sobre una mina de acción retardada. En el preciso momento que la contemporaneidad avanza hacia un paradigma multipolar resulta inevitable recordar las palabras de Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

Autor: José Martín León de Alda.

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