Repensar la discapacidad

Ahí lo ven sentado en una silla, ¿Estará profundamente dormido? ¿Estará descansando? ¿Estará sufriendo por estar sentado en esa silla de ruedas? ¿Estará pensando? Podría responderse que sí a cada pregunta planteada antes. Pero me temo que no. No estaba haciendo nada de lo preguntado. Siento deciros que la persona de la imagen estaba haciendo un poco de postureo discapacitado. ¿Existe el postureo discapacitado? Da igual. Porque el valor de la imagen se encuentra en los días después de hacer la fotografía. Después de repensar sobre la imagen, lo que muestra y lo que no muestra.

Muchas personas seguirán viviendo en la creencia y haciendo realidad que el hecho de ser usuario de silla de ruedas es en sí mismo una fatalidad, como la misma patología que subyace en lo que la sociedad aún denomina, por desgracia, minusválido o discapacitado. Cayendo en la confusión también de relacionar discapacidad y silla de ruedas.

Hace un año, en una jornada sobre diversidad funcional, planteaba que Carlos Manuel Reina Rosales era un problema para la sociedad, porque esta aún no había encontrado las soluciones para incluirle en la sociedad. Lamentablemente esta exclusión social no solo la vive el autor de este artículo, sino también alrededor de cuatro millones de personas en España y mil millones en el mundo.

Si observamos la exclusión social desde una persona con discapacidad, vislumbramos que esta se conforma en cinco ámbitos: familiar, educativo, laboral, social y sentimental.

El familiar se establece en un conjunto de sobreprotección familiar, trato infantil en algunos casos y rechazo en otros impidiendo el empoderamiento de su propia vida y llevando a cabo una vida institucionalizada en la circunstancia de que no exista una red familiar extensa.

En el educativo va apareciendo el rechazo, el aislamiento y en ocasiones distintos tipos de agresiones. Dando lugar al fracaso escolar o la agrupación de estos estudiantes en la archiconocida educación especial. Hace poco tiempo, un amigo me envió un video a través de una aplicación de mensajería instantánea sobre la defensa de la existencia de los centros educativos de educación especial. Tras esto, le expuse mi enfoque sobre este asunto tan actual y candente. El cual residía en que el problema de la educación especial no en sí un problema, sino que no existe un modelo alternativo a esa educación segregada, con recursos tangibles e intangibles para que un menor con diversidad funcional y otro sin diversidad funcional aprendan y convivan en la misma aula. Tras esto, me pregunto ¿por qué la llaman educación especial? ¿Son especiales los que estudian en esos centros educativos? ¿Por qué se nos considera especiales?

El rechazo en edad escolar se suele producir por la escasa sensibilización que existe en el seno familiar de cada menor hacia la discapacidad en general y el menor con discapacidad en particular. Es decir, la hipótesis del contacto, planteada por el psicólogo social estadounidense Gordon Allport se hace necesaria en este caso, ya que esta consiste en la necesidad del contacto entre personas de diferentes grupos para la disminución del prejuicio que hace desarrollar la exclusión social en la infancia y adolescencia.

La virtud del ser humano es su diversidad, no el ser especiales. Por otro lado, cuando creamos un ámbito educativo apartado del ordinario, se están creando canales de participación distintos en la sociedad en el que unos suelen ser aceptados y otros excluidos socialmente. Curiosamente, las personas que han sido formadas en la educación especial acaban siendo rechazadas por su condición de persona con discapacidad.

En el ámbito laboral, se caracteriza por la alta tasa de paro que existe en la población con diversidad funcional, suponiendo un 10 % superior a la población sin discapacidad. Esto acontece gracias a un mercado de trabajo que divide a los trabajadores en insiders, aquellos que encadenan largos periodos laborales, y outsiders, aquellos que tienen contratos de corta duración, tienen dificultades para encadenar largos periodos de trabajo y suelen ser dependientes de prestaciones subsidiarias por parte de la administración. En esta última categoría se encuentran en su mayoría, el colectivo de personas con diversidad funcional.

Bajo esta realidad hay grupos que viven una situación muy preocupante pero que es totalmente ignorada por parte de administración y medios de comunicación, como pueden ser la juventud con diversidad funcional o la mujer con diversidad funcional. En el que cuando tratamos la emancipación de la juventud con diversidad funcional esta no se contempla. Con datos de 2016, ofrecidos por el Instituto de la Juventud, el 62,8 % de los jóvenes con diversidad función entre 27 y 30 años aún vivían con sus progenitores. Este dato es significativo, ya que observamos como en muchas ocasiones supone un circulo vicioso que fagocita la frustración personal. Porque, entre otras cosas, la discapacidad aún se sigue observando en nuestra sociedad como un problema familiar que tiene que ser gestionado por la propia familia. Lo cual, redunda en el proceso de exclusión social. Luego, para frenar este proceso, debemos de observar la diversidad funcional como una circunstancia propia de la persona que debe de ser gestionada por ella misma y la sociedad y la administración son las responsables de construir elementos participativos óptimos que coadyuven a ser sujetos de derechos y no sujetos pasivos de servicios subsidiarios.

Por último, en el ámbito sentimental o de pareja, aparece en escena la incredulidad y posterior negación de la existencia de una relación sentimental entre una persona con diversidad funcional y otra sin diversidad funcional, aceptando la creencia de tener una vida menos rica en experiencias, menos plena y más sacrificada por parte de la persona sin diversidad funcional.

Titulé este artículo con “repensar” porque a veces es necesario abandonar un enfoque para tener una mirada limpia de impurezas que impiden relacionarnos con un grupo determinado. Por esto mismo, se hace necesario abandonar el enfoque de la discapacidad para tener una imagen en la que ya no estén presentes el estereotipo, el prejuicio negativo, el trato discriminatorio y, por ende, la exclusión social.

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