La cercanía de las elecciones presidenciales estadounidenses y el regreso de El Ala Oeste de la Casa Blanca nos han recordado la lejanía entre el presidente real y aquel descrito en aquella ficción política tan celebrada y recordada. La mediatización de la política ha hecho que la actualidad informativa se parezca cada vez más a una serie, y que la ficción esté más cerca de la realidad que nunca. ¿Dónde está el límite entre el show y la política, y viceversa? En ocasiones, es difícil encontrarlo. Es muy normal ver parecidos entre los actuales líderes de la esfera nacional e internacional con los personajes más reconocidos de las sagas políticas del cine y las series.
En unos momentos tan candentes por los inminentes comicios estadounidenses y el incansable hype por entregas como Baron Noir, El Ala Oeste de la Casa Blanca, Borgen, House of Cards, Sucesor Designado o Marseille; tocaba cruzar a los perfiles de liderazgos norteamericanos con las principales características de los protagonistas de nuestras series favoritas.
Liderazgo liberal
En primer lugar, vamos a desgranar el modelo de liderazgo liberal, un tipo ideal que podríamos denominar “sorkiniano”, debido al papel preponderante que han tenido las obras de Sorkin dentro de la ficción política estadounidense.
Si preguntamos a una audiencia seriéfila progresista por su presidente de los Estados Unidos favorito en la ficción, no cabe lugar a duda en torno a la figura preferida por el público. Hablamos aquí del presidente demócrata Josiah Bartlet, interpretado de forma magnífica por Martin Sheen. Un líder capaz de ejercer un liderazgo de manera carismática -apelando a tipología weberiana- debido a su inteligencia, su ejemplaridad y sus habilidades políticas.
Además, recordando los dos tipos morales de Lakoff -padre estricto y progenitor atento-, Bartlet es representado en la serie siguiendo al pie de la letra el segundo modelo, destacando por su empatía, cariño y cercanía con sus hijos. Esta manera de ejercer la paternidad nos muestra los valores que, a su vez, rigen la presidencia de Bartlet durante el desarrollo de la serie.
El liderazgo de Bartlet recuerda -en cierta forma- al ejercido por el antiguo presidente Barack Obama escasos años después del fin de la serie. El carisma y la capacidad de hablar en público llevaron a altas cotas la popularidad del ex presidente, fenómeno que iba acompañado del rápido crecimiento de la “tradicional” polarización estadounidense.
El señorío mostrado por Obama frente a los ataques personales – sobre todo raciales- dirigidos hacia él por parte de los medios conservadores era reflejo de la primacía de los valores liberales que -como en el caso de Bartlet- modulaban la acción del ex presidente.
¿Se acerca Biden al tipo ideal encarnado por Bartlet? Parece complicado responder con un rotundo sí a esta cuestión; sin embargo, no resulta descabellado sostener que su oponente, Donald Trump, posee un perfil demasiado similar a la némesis del tipo ideal “sorkiniano”.
El outsider y el conservador profesional
Por otro lado, encontramos a la némesis de este perfil idealista, liberal, con charm y al que la cámara adora. Lo opuesto al candidato “yerno perfecto” es el “novio fatal”. Aquí vemos que se bifurcan dos caminos, el outsider y el conservador profesional.
Este primer modelo nos recuerda en parte al fanfarrón de Donald Trump. El actual presidente estadounidense es el anti establishment y la indignación de los de “arriba”, la escenificación pura del lema gatopardista de que cambie todo para que nada cambie. Trump representa al outsider hecho presidente, todo lo contrario a nuestros personajes seriéfilos que son políticos de toda la vida y para toda la vida.
Con el impredecible mandatario norteamericano, vemos en práctica aquella premisa fundamental del Maquiavelo de El Príncipe, un líder debe ser amado aunque también respetado porque solo con el odio se gana el poder pero no se gobierna. Consecuencia actual y prueba de ello son las movilizaciones de #BlackLivesMatter.
Este tipo de líderes no solo no cree en el check and balance, el juego de pesos y contrapesos entre las instituciones del Estado, sino que refuerza un modelo de rendición de cuentas basados en el show y en lo puramente mediático. Es increíble la diplomacia a golpe de tuit de Trump con la que se abren miles de informativos en todo el mundo. Un líder de realities, no de debates políticos.
Mientras, el conservador profesional responde a un estilo más parecido al de Frank Underwood en House of Cards o el de Robert Taro en Marseille. Estos protagonistas comparten una visión descarnada y pragmática de la política, el poder es poder. Se caracterizan por vivir una carrera dirigida a alcanzar las cotas más altas del escalafón político, con un auto concepción de superioridad sobre el bien y el mal. Harán lo que haga falta para llegar al poder o mantenerse en él, demostrando una voluntad de perpetuidad en el poder y una patrimonialización de la Administración y la razón última.
Frank Underwood canaliza a la perfección este arquetipo en el que su día a día está basado en la pura realización personal, sin ningún proyecto moral o político más allá de mantener su culo en la silla. Un absolutismo cuasi autoritario dentro del encaje democrático, pero con unas tramas paralelas a cada cual más sucia. Sin duda, recuerda a algún candidato actual a la Casa Blanca.
Parecido aunque no iguales, Robert Taro encarna a un comodón y fanfarrón líder. Le mueve la ambición personal pero baja los brazos y cree que ya lo ha conseguido todo, sus compañeros ficticios sin embargo están en competición constante.
El político profesional y el líder idealista
En esta categoría también encontramos al político profesional en el personaje de Philippe Rickwaert. El Alcalde de Dunkerque en la aclamada Baron Noir –el último fetichismo del hype seriéfilo progresista- comienza siendo un perfil diferente a Underwood y Taro porque es un fontanero político de primer nivel. El representante socialista se lo guisa y se lo come él mismo en casi toda la serie y escenifica las dos caras de la moneda en la política: la amable y cercana delante del público, cámara y votantes; y la despiadada y sucia acción política entre bambalinas.
Pese a que la presentación de ambos modelos de liderazgo en base a la ficción tenga un marcado carácter dicotómico, la historia de la democracia estadounidense nos ha demostrado que esta dicotomía es más propia de la ficción que de la realidad. Los líderes políticos de carne y hueso suelen mostrar características de liderazgo propias de los dos tipos ideales presentados a lo largo de este artículo.
En los últimos, con el auge de las estrategias populistas de comunicación y la polarización reinante en la política estadounidense, la valoración del liderazgo de un presidente depende en mayor medida de nuestra propia concepción de la política que de la actitud y los valores manifestados por el presidente. En el caso que nos ocupa el estadounidense este fenómeno es aún más palpable, destacando la manera en que Barack Obama -liderazgo idealista- era señalado desde el bando republicano como la viva encarnación de todos los males que acechaban al país.
Para concluir, centrando nuestra atención en las elecciones presidenciales de noviembre, podemos percibir en base a encuestas como la mejor característica de Joe Biden es no ser Donald Trump. Con buena parte de la base electoral demócrata desafecta y descontenta con el sistema político de los Estados Unidos, la mejor baza del candidato demócrata no es ninguna virtud atribuida a su persona, sino ser la papeleta opuesta a Trump. Clara campaña de antagonistas, otro caso más.
En cierta medida, estamos un magnífico ejemplo de un fenómeno habitual en la izquierda española, “votar con la nariz tapada”, motivado en buen grado por la ausencia de un líder idealista y liberal que encarne los valores y habilidades con los que -gracias a Aaron Sorkin- podemos imaginar a un presidente demócrata.
Escrito por Daniel Valdivia y Daniel F. Pérez.