Por una misión didáctica en la cultura difusa moderna (I): el entonces

Si hay algo que, como docente, me emociona de nuestra historia nacional, eso serían las misiones pedagógicas republicanas.

Todos esos maestros misioneros (entre los que encontramos nombres de la talla de María Zambrano, Luis Cernuda, María Moliner o Antonio Oliver), embarcados en una auténtica odisea de pueblo en pueblo, con el propósito de acercar a las clases olvidadas todo el conocimiento, la cultura y el arte que su lugar de origen y su pobreza les habían negado.

No sólo ofrecían apoyo, medios y material a los pedagogos que ya trabajaban en esos sitios, sino que también exploraban las relaciones de poder de cada pueblo y trataban de fomentar la inclusión social y política de sus gentes. Y no se quedaban ahí.

Más aún, y principalmente, les ofrecían libros de todo tipo cargados en sus bibliotecas móviles; obras de teatro y canciones interpretadas por el Coro y Teatro del Pueblo; la oportunidad de experimentar las grandes obras pictóricas nacionales con las reproducciones del Museo Ambulante; o ver por primera vez el arte cinematográfico gracias a sus proyecciones itinerantes. Todo, al grito de:

“Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas como en otro tiempo. Porque el gobierno de la República que nos envía, nos ha dicho que vengamos, ante todo, a las aldeas, a las más pobres, a las más escondidas y abandonadas, y que vengamos a enseñaros algo, algo que no sabéis por estar siempre tan solos y tan lejos de donde otros lo aprenden, y porque nadie hasta ahora ha venido a enseñároslo; pero que vengamos también, y lo primero, a divertiros”.

Esta clase de proyecto no era novedoso en el ideario político español anterior a la Segunda República; otros proyectos ilustrados de similar envergadura se habían concebido ya en el siglo anterior, desde Jovellanos o antes incluso. Sin embargo, ninguna administración se animó a aportar recursos concretos y realizar verdaderamente esta labor hasta la llegada del gobierno republicano.

Y aunque esta acción no habla tanto de la voluntad política de entonces, con miserias y conflictos internos cuyo análisis dejo a historiadores más doctos que yo, sí habla de un cierto espíritu modernista de progreso e igualdad que impregnó a la intelectualidad de ese tiempo, y que movió a las grandes cabezas del saber y la cultura a intentar hacer avanzar al país mediante la instrucción de todas sus gentes, sin excepción. Esto se hizo patente también en otras iniciativas, como las Casas del Pueblo.

Las misiones pedagógicas, el sueño cumplido de Manuel Bartolomé Cossío

El padre e impulsor de estas misiones fue Manuel Bartolomé Cossío, probablemente la figura más eminente de la pedagogía de su tiempo.

Formado en la legendaria Institución Libre de Enseñanza que tantos grandes nombres dió a nuestra intelectualidad, y heredero espiritual del fundador del Museo Pedagógico Nacional, Franciso Giner de los Ríos, fue responsable directo de las más ambiciosas transformaciones sociopolíticas en el campo de la educación española desde finales del siglo XIX hasta el estallido de la guerra civil. La culminación de todo ello fueron precisamente las misiones, su sueño dorado: un proyecto capaz de educar la mente, el corazón y el alma de aquellos que, de otro modo, jamás habrían recibido esa oportunidad.

Ricardo Rubio, Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío
Ricardo Rubio, Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío.

La cultura difusa de Cossío

El motor ideológico tras todo ello fue la teoría de Cossío sobre la “cultura difusa”. Aquí hay un juego de palabras intencional y muy elegante: la palabra “difusa” hace referencia a algo que se extiende y propaga por varios medios; y también a algo que “flota en el ambiente”, algo tenue e informe que impregna la superficie de todo y es absorbido pasivamente por el individuo a medida que éste experimenta la realidad.

Cossío llegó a la conclusión de que un habitante de una gran ciudad tenía más oportunidades de aprender y formarse que alguien de un pueblo aislado aunque ambos tuviesen la misma altura socioeconómica, porque el primero podía acceder a una cantidad mayor de estímulos e información únicamente por vivir donde vivía. Así, aunque ambos se viesen impedidos (uno por imposibilidad factual, el otro por imposibilidad económica) a acceder a una buena educación formal y a los grandes centros de cultura como museos o teatros, el urbanita recibía, sólo con pasear por la calle, conocimientos provenientes de los escaparates de las tiendas que se cruzaba, la cartelería que veía por las calles, o fragmentos de alguna retransmisión radiofónica que pudiera escuchar, por poner unos pocos ejemplos.

Este saber pasivo que recibe de su entorno ya es suficiente, según Cossío, para agrandar el conocimiento del mundo y sus cosas, permitiéndole tanto hacerse mejores y más concretas preguntas sobre su idiosincrasia como la oportunidad de contestarlas.

La razón, por ende, de que las misiones pedagógicas pusiesen tanto énfasis en el acercamiento de producción cultural de todo tipo era precisamente para expandir los horizontes sapienciales de aquellos que tenían la oportunidad de experimentarlos. Ofreciéndoles algo que, al fin y al cabo, era también de ellos, como puedan ser los tesoros artísticos del patrimonio nacional, los misioneros esperaban mostrarles el mundo que su condición geográfica y de clase les impedía experimentar, y que ese conocimiento les abriese las puertas a cuestionar su realidad y a querer saber cada vez más cosas de aquello que había más allá de su pueblo, de sus costumbres y de la vida que hasta entonces habían llevado.La enseñanza estéticocultural, en definitiva, como catalizador de cambio en lo vital, social, económico y político.

Para este menester se escogía, obviamente, lo mejor de entre lo mejor: puestos a invitar al pueblo a experimentar el arte y cultura, qué menos que seleccionar aquello más sublime y elevado con tal de hacer de su entrada a ese nuevo mundo de vivencias y saberes la experiencia más deliciosa posible.

Hoy día podríamos decir que esta teoría y esta visión han quedado desfasadas… al menos, sobre el papel. Ya no hay el atraso y la miseria de entonces, y el Estado actual se esfuerza para que la educación a cualquier nivel sea accesible y de altura, y garantiza el acceso igualitario a la cultura con iniciativas como el Día Internacional de los Museos o la Fiesta del Cine.

Y sin embargo, enfrentamos retos graves en ambas áreas: una tasa inaceptable de fracaso escolar y una pauperidad de contenidos y medios en lo educativo que arrojan grandes dudas sobre la idoneidad del modelo o el nivel de compromiso y sacrificio de los docentes encargados del mismo; y unos bienes culturales francamente mediocres y con poca altura de miras copando la mayor parte de su mercado.

Ambos temas son lo suficientemente interesantes como para dedicarles honda atención, aunque esto habrá de ser en otra ocasión. Es, sin embargo, en la raíz de la cultura difusa moderna donde se dan, a mi ver, las mayores paradojas.

La paradoja de Internet en la cultura difusa

Y es que, siguiendo lo propuesto por Cossío, se englobaría en la actualidad como cultura difusa todo estímulo e información dado por los medios de telecomunicación de masas, y viviendo en la era de los mismos, su cantidad es ingente. El vasto mundo virtual que es internet, con sus redes sociales y sus infinitas potencialidades para proveer contenido de cualquier tipo, sin duda habrían fascinado al pedagogo republicano. Es, de hecho, el sueño ilustrado hecho realidad: un medio fácil y accesible de transmitir información con inmediatez en formatos amenos y de fácil comprensión.

Y, al igual que estos ilustrados pretendían disipar las sombras de la realidad humana con la luz de la razón mediante actos como la creación de la primera enciclopedia (¡si hubiesen visto la wikipedia y su maravilloso uso del hipertexto!), o el propio Cossío trataba de hacer progresar al país con el esclarecimiento proporcionado por la cultura compartida con generosidad, no parece muy osado aseverar que, contando con semejante herramienta, la humanidad por entero se habría embarcado ya en un viaje en pos de un mayor progreso, todo por obra y gracia de esa vasta cultura difusa que muestra el mundo entero y los tesoros de todo tipo que en él se contiene a quien accede a ella. Literalmente, hoy tenemos el orbe de la Tierra y la sabiduría completa de la humanidad en la palma de la mano.

No obstante, afirmar esto sería un error, pues no se ajusta a realidad. No basta con poder acceder al conocimiento, hay que examinar la manera en que ese conocimiento se da, y la forma en que es tomado.

Evidentemente, la creación de internet y la normalización de su uso ha supuesto un incremento en la cantidad y nivel de conocimientos usados por el grueso de la población muchas magnitudes superior al de cualquier otra tecnología de transmisión de la información, como pudiera ser la imprenta de Gutenberg. Y sin embargo, al igual que sucede con la imprenta, casi asusta pensar cuál habría sido su efecto de haberse usado desde un primer momento con una intención didáctica bien clara y delimitada, diseñada ex profeso para formar individuos inteligentes, informados y críticos.

Paradójicamente, esta cultura difusa moderna consigue en más ocasiones de las que serían tolerables invertir el efecto que Cossío le otorgaba: en vez de elevar el listón del debate público en cualquier esfera o ámbito, muchas veces contribuye en buena medida a lo opuesto. Desinformando, usando equívocamente nociones y conceptos, permitiendo la irrupción de opinadores casuales y sin una formación suficiente sobre el tema a debate, banalizando el sujeto por entero y, en última instancia, relegándolo al “todo vale”, al “es mi opinión”, al “¿a quién le importa?”.

Como se ha dicho antes, la red de redes es en sí misma un mundo, un universo entero si se quiere, pero aún joven, inmaduro, consciente tal vez de sus potencialidades pero derrochador y disoluto en su forma de hacerlas efectivas. Ha dejado atrás su infancia como medio, pero todavía no ha alcanzado la adultez.

Acción pedagógica en tiempos de Internet

Es precisamente este mundo, el de la cultura difusa actual, el que necesita de una acción pedagógica concreta, con tal de elevar el tono de su discurso y ofrecer, así, un contenido verdaderamente capaz de ampliar y esclarecer la visión de la realidad de aquellos afectados por su influjo. Son, por tanto, necesarias también personas que, muy como los profesores itinerantes de las misiones pedagógicas republicanas, transiten su vasta geografía virtual compartiendo sus medios y ofreciendo sus conocimientos allí donde sean necesarios, en una suerte de cibervoluntariado para, siguiendo el espíritu de aquel proyecto, crear una senda de progreso desde la acción educativa y la persecución de la excelencia en el fondo y la forma de la cultura generada por dicho canal.

Dejo, pues, para el siguiente y último artículo de esta serie la explicación a los porqués que veo de la necesidad de esta labor misionera virtual, y las formas en que, en cierta manera, ya se está llevando a cabo desde algunos frentes.

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Ernesto Gimeno

Lector compulsivo. Cinéfilo recalcitrante. Otaku de la vieja escuela. Siete veces más friki que tú. Ah, y filósofo

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