La crisis del coronavirus ha puesto en tela de juicio la sostenibilidad y la eficacia del Estado del Bienestar en todo el mundo. No le faltaba razón a Bill Gates cuando, hace un par de años, aseguraba en una charla TED que la Tercera Guerra Mundial sería biológica, y que las economías avanzadas no estaban preparadas para afrontar una pandemia de tal calibre.
Lejos de que este artículo tenga tal carácter fatalista, no se puede soslayar que los efectos del Coronavirus (Covid-19), lejos de ser devastadores en términos sociales, políticos y económicos, están poniendo en jaque a todas las estructuras del sistema de bienestar creado en el siglo XX, del cual pensábamos que tendría vocación de eternidad.
Ante este hecho, como no podía ser de otra manera, nuestros líderes políticos, en vez de buscar grandes consensos (no solo en la arena nacional, sino también, internacional), se tiran los trastos a la cabeza. Todos llevan su discurso escrito, pero ninguno parece que sepa demasiado bien lo que se debería hacer en este caso.
De todo esto, solo puedo asegurar que no están siendo útiles. En política, no hay consenso sobre qué es grotesco y qué aceptable. El mensaje cala según el trasfondo de cada individuo; según su forma de vivir lo que es ético, justo o bueno.
Uno de los impactos más importantes que tendrá la pandemia de la Covid-19 es sobre nuestro mercado de trabajo. Tras la crisis, España no ha sido capaz de realizar una lectura correcta de las necesidades de reformulación de nuestro sistema laboral, maltrecho por una gran dualidad, una alta temporalidad, histéresis, una rígida negociación colectiva (tanto de entrada como de salida), desigualdad y precariedad, un sistema que expulsa cerebros afuera y unas políticas de empleo ineficientes y ancladas en el pasado.
Y ahora con la Covid, ¿qué? Pues, lo dicho, ¡a teletrabajar, señores!
3 elementos clave sobre el teletrabajo
El teletrabajo se ha presentado como una solución a corto plazo para intentar paliar los efectos negativos de la pandemia global, pero la realidad es que este sistema, articulado de forma improvisada, puede profundizar en algunos de los males endógenos de nuestro país.
La cuestión material
En primer lugar, no teletrabaja quien quiere, sino quien puede: no todos los trabajos pueden desarrollarse de forma telemática y no todas las personas tienen los medios para poder desarrollar su tarea profesional en casa.
Ante la falta de una hoja de ruta clara por parte de las autoridades políticas, muchas empresas han encomendado a sus trabajadores la provisión de los recursos que necesiten para desempeñar su actividad laboral en casa.
Esta decisión es absolutamente regresiva, ya que se presupone que los empleados cuentan con los medios necesarios (como mínimo, un ordenador y acceso a internet en casa) para trabajar, o que, si no lo tienen, cuentan con los medios económicos para obtenerlos.
En el mejor de los casos, los servicios de atención al cliente de las compañías se están sustentando en los números de teléfono privados de los operadores y operadoras, y Skype está dando cobertura a las reuniones más importantes.
No obstante, no sólo las necesidades materiales son el elemento a cuestionar: el teletrabajo sobreentiende la disposición de un espacio garantista (al menos, cómodo y silencioso) para poder desempeñar sendas labores. ¿Qué ocurre para aquellas personas que tengan una familia numerosa?, ¿podrán desempeñar su trabajo eficientemente? Tal y como comprobamos, el teletrabajo sin hoja de ruta puede llegar a ser un verdadero caos.
La cuestión de género
Otra dimensión del teletrabajo que no debe soslayarse es que este ahonda en las desigualdades de género: aunque durante la última década numerosos estudios demuestren que la responsabilidad de las tareas del hogar y el cuidado de los hijos se van ejerciendo paulatinamente de forma colaborativa, lo cierto es que la mujer sigue asumiendo un papel más proactivo en casa.
El freno del curso escolar y la paralización de todas las actividades de ocio derivadas de la pandemia tendrán un efecto más duro a nivel profesional en las mujeres que en los hombres. Por tanto, ahora que es imprudente manifestarse físicamente, quiero que estas líneas sean de apoyo a todas las mujeres que conviven con esta realidad dual: responsabilidad laboral y en casa plenas.
La pérdida de eficiencia económica
El impacto de este teletrabajo desarticulado, de andar por casa (nunca mejor dicho) y de autoprovisión, no sólo tiene consecuencias sociales y distributivas, también lastra a medio y largo plazo la eficiencia económica.
En primer lugar, como ya hemos señalado, el teletrabajo es incapaz de hacer un match perfecto con las necesidades logísticas de cada función productiva, por lo que si las empresas no poseen estructuras flexibles y son miopes a la hora de adelantarse a escenarios límite como el actual, estamos perdiendo valor añadido exponencialmente, incluso en aquellas tareas que han conseguido mantenerse con las restricciones.
Política y estrategia empresarial tienen mucho margen de mejora y de entendimiento en el futuro.
Pero existen más consecuencias relacionadas con la pérdida de eficiencia: el teletrabajo improvisado dificulta la comprobación del rendimiento de las personas, generando, lo que llamamos los economistas, “problemas de información asimétrica en la relación entre el principal (la empresa) y el agente (el trabajador)”.
En este contexto, si los criterios de supervisión no han sido debidamente estudiados, puede que los trabajadores tengan incentivos a ser menos productivos, sobre todo si van a recibir una renta cierta.
En definitiva, cuando acabe esta situación, el análisis expost debe ser maduro y transversal a todos los sectores de la sociedad. Catástrofes como la de la Covid-19 son difíciles de contemplar en un escenario económico cortoplacista, pero es que, precisamente, la mirada de una sociedad avanzada no puede ser cortoplacista.
Por tanto, cuando acabe todo esto, será tiempo de los grandes Pactos de Estado, de las grandes reformas pendientes de nuestro mercado de trabajo y del replanteamiento de qué tipo de sistema del bienestar queremos.
Pongamos nuestros esfuerzos en construir la sociedad que queremos. Y abracémonos mucho cuando termine todo esto.
Escrito por Gonzalo Romero.