Cuando el economista Stilwell (2006) nos fija como rasgos característicos del sistema capitalista una ideología distintiva y una tendencia expansionista, nos está proporcionando, en realidad, la explicación general de los sucesos que en el marco del sistema de mercado (más o menos acentuado por la intervención del Estado) suceden. Así pues, el conjunto de fenómenos empíricamente observables del sistema son, ineludiblemente, respuestas a los condicionamientos ideológicos del mismo, una especie de materializaciones del «deber ser capitalista».
La economía sumergida, tan en boca de todos, es una connotación implícita de todos los sistemas de mercado y se agudiza, precisamente, en aquellos sistemas donde mayor libertad tiene la autorregulación del mercado y menor papel protagonista tiene el Estado. Al contrario de lo que podríamos pensar, los sistemas con presión fiscal más alta también describen, a su vez, los menores niveles de economía informal o irregular (sistemas político-económicos nórdicos). Por otro lado, aquellos sistemas donde la regulación estatal está culturalmente peor valorada, terminan cayendo en el relativismo de la no supeditación al orden laboral y fiscal.
Entendemos por economía informal a aquel conjunto de actividades que se escapan a la regulación estatal, sobre todo en lo relativo al aspecto tributario (emitir una factura sin IVA, por ejemplo) y laboral (relaciones no contractuales). Estos dos escenarios son, en realidad, paradigmáticamente idílicos para el capitalista de base, el anarcolibertario en probeta. Se supone que la ausencia de regulación agudiza la posibilidad de elección libre, racional y maximizada de las preferencias individuales, lo que supondrá de hecho (Marshall, Stanley), la mejora del sistema social.
Por eso, muy al contrario de lo que podríamos imaginar, la economía sumergida es el estado perfecto de expresión del capitalismo y, de hecho, es el estado de aspiración máxima de la ideología capitalista. Mientras permanezca el sistema capitalista en plena libertad de acción y su lógica de mercado se muestre imperturbable, la economía sumergida será una constante de la vida social y económica.
Porque, en el fondo, el sistema capitalista pretende universalizar el máximo de decisión individualista sin ningún atisbo de intervención estatal, incluso cuando esto perjudique tan claramente al bien común (en su concepción más republicana) de la nación. Por eso, las actividades delictivas asociadas a la economía sumergida, especialmente de las élites evasoras, son simplemente mecanismos primarios de reproducción de una forma de actuar que prima el negocio maximizador del placer, al margen del extractivo papel del agente público.
Las campañas de la Agencia Atributaría tienen el reto de conformar una renovación ideológica de la sociedad para reorientarla hacia la virtud cívica de la corresponsabilidad, en contra de la ideología liberal y neoliberal.
La mayor y más precisa actuación contra la economía sumergida, no pasa tanto por una relajación de las condiciones tributarias (solución basada en la primacía del incentivo económico) sino por la formación de una nueva ideología rectora pública que suceda a la hasta ahora imperante, lógica capitalista.
En el acto, sustantivamente contrarrevolucionario de no declarar impuestos se encuentra impregnado el impacto del egoísmo racional utilitarista. Por eso, contra la imposición de una rebelión (cuasi naturalista) contra la aportación al bien común que el humilde sujeto trabajador acepta como liberación, cabe construir un Estado colectivo que rompa la ideología capitalista como única regla de regulación pública y aporte una vuelta a la aportación colectiva en el sentido del deber cívico como base de la conducta.
Dicho lo cual podemos afirmar, no sin reconocer lo polémico de la afirmación, que la economía sumergida no desaparece esencialmente porque el sistema capitalista no ha desaparecido. Y, por sistema capitalista no nos venimos a referir tanto a la promoción de la libertad individual y la propiedad privada, sino a la ideología impregnada y al utilitarismo que le da forma. Los Estados tienen hoy el reto indudable de resolver los desequilibrios generados por la evasión de impuestos y la economía irregular, a los que se suma la especial situación de desprotección del trabajador irregularmente contratado y salvajemente dejado a su suerte en la selva del mercado de trabajo.
Este reto, propio de la Modernidad y revitalizado en el renacer neoliberal, pasa por una nueva reivindicación del Estado como agente no paternalista sino garantista y redistribuidor, esto es, formador de la cohesión social.
Por ello, el mayor reto de las organizaciones sindicales y de los partidos políticos comprometidos con los derechos sociales debe ser la deconstrucción de la economía sumergida como orden natural de las cosas o regla de juego ineludible del campo económico (en la terminología de Bourdieu). En primer lugar la desaparición de la economía sumergida proporcionará una mejora de las condiciones laborales generales así como la casi total eliminación de las prácticas precarizadoras. En segundo lugar, la emergencia de los activos ocultos solucionaría los problemas de las haciendas públicas de manera efectiva y sin especial sufrimiento social, lo que nos conduciría a la evaluación de esta política pública como «justa y deseable». Sin embargo, los organismos internacionales prescriptores de las acciones a desarrollar por los estados con problemas, muy pocas veces trabajan en la hipótesis de lucha decidida contra la economía sumergida e inclusión en el sistema impositivo de la mayor parte de hechos sociales posibles. Tan solo el FMI en una última etapa, ha reconocido la procedencia de ampliar el impuesto de patrimonio y renta en las naciones desarrolladas.
La economía sumergida viene a colaborar, de igual modo, con la deslegitimación del llamado «Estado del Bienestar» y con la supuesta crisis fiscal del Estado, trasladando al individuo, a la pequeña empresa, al trabajador autónomo, al cooperativista, a la familia, a la mujer, al parado, al joven, al anciano, en definitiva, a los sujetos con menor poder de negociación, los costes sociales de reproducción que hasta ese momento eran asumidos por la colectividad.
Muy pocas veces analizamos el papel de la mayor expresión de capitalismo que día a día podemos empíricamente observar y cuyos costes evaluables son radicalmente enormes.
Tal vez las campañas de la Agencia Tributaria quieran deconstruir la lógica del mercado. Tal vez Cristóbal Montoro sea un atrevido repensador del devenir liberal. O tal vez solo somos políticamente correctos sin reflexionar el sustrato ideológico (y político) que subyace, para desgracia de los ortodoxos, a todo hecho del campo social. Y, recuerden, como diría alguna abogada defensora, «lo de Hacienda somos todos, es un lema publicitario» o ideológico, un dogma a incumplir y cuestionar.
Si queréis saber cómo ser un buen capitalista sumergido, os dejamos esta bibliografía:
Benson, R.: Ragnar’s Guide to the Underground Economy, 1999