Mujeres y política: ¿Es la feminización el horizonte?

En primer lugar, dejar claro que la feminización de la política va más allá de la paridad y las listas cremallera, que buscan la equidad a la hora de repartir cargos entre hombres y mujeres. Por supuesto que defiendo la paridad y que las mujeres tengan las mismas oportunidades para acceder a la política que los hombres, precisamente por esto me inicio en la aventura de desmontar el concepto tan controvertido de la feminización de la política.

Es preciso explicar qué es la feminización de la política más allá de la paridad (la cual no voy a rebatir porque como ya he dicho, la comparto). Se viene defendiendo por numerosos colectivos feministas y por partidos políticos, especialmente por Podemos, la feminización de la política, esto es la adaptación de la política a roles típicamente de mujeres porque se entiende que la política está masculinizada.

Esto significaría que la política asume características patriarcalmente de hombres, como son la competencia, el conflicto, la agresividad, así como el liderazgo y la jerarquía. Son estos valores de la política, según la corriente que defiende la feminización los que dejan fuera de la política a las mujeres, que tienen el rol asumido, a causa de la sociedad patriarcal, de ser más pacíficas, más dialogantes y más horizontales.

La feminización de la política y el feminismo de la diferencia

Pero, ¿hasta qué punto hay que aceptar esto? Obviamente las numerosas autoras que defienden esto intentan desmarcarse de esencialismos posibles muy propios del feminismo de la diferencia que en última instancia solo potencia los roles de género y refuerzan al patriarcado.

Sin embargo, no consiguen desmarcarse de este esencialismo, porque, si bien dicen que los roles son patriarcales, en ningún momento se suele defender a la mujer como sujeto activo de su propia identidad, sino como incapacitada para hacer la política tal como es porque se asume que la política está hecha a medida del hombre y por eso la mujer queda excluida.

Grave error considerar que la política actualmente es solo conflicto, también considerar que el horizonte es hacerla más ‘happy flower’, con esto me refiero a que la política no se puede separar de su propia naturaleza: violencia (no física en su mayoría), la disputa del poder, la lucha por el electorado, pero también el diálogo.

Ni es natural el conflicto a los hombres, ni el pacifismo a las mujeres

Tenemos pues, episodios históricos en los que el diálogo fue lo más relevante, el ejemplo más claro puede ser la transición española del 78, un ejemplo en el que hombres dialogaron y consiguieron un pacto para lograr la democracia. Por desgracia, dada la misoginia de la época (que también ocurriría ahora), las mujeres no tomaron parte en las decisiones, pero lo relevante en este tema es que fueron hombres pacíficos dialogando.

Pero, ¿estoy cayendo entonces en el hashtag de #NotAllMen? Por supuesto que no caigo en ese cuñadismo, lo que quiero decir es que ni es natural el conflicto a los hombres, ni el pacifismo a las mujeres, y no hablamos aquí de excepciones, simplemente, el conflicto es mayoritario en la política, y como, por la sociedad patriarcal, los hombres son los que han ocupado todos los espacios políticos, se identifica esta conflictividad a ellos.

Por esto no tiene sentido la feminización de la política, porque la política lleva en su esencia la lucha y que exista menos dialogo, lo que no quiere decir que este no exista. ¿Podría existir más? Ese es otro debate, pero lo que está claro es que esto no tiene que ver con que la política sea hecha por mujeres o con rasgos femeninos.

Thatcher, feminismo de la igualdad y el derecho a la maldad

Frente a esto tenemos ejemplos muy claros de mujeres autoritarias, como Margaret Thatcher, para nada una mujer que asuma el rol dado por el patriarcado; una mujer líder, con carácter y con pocas ganas de dialogar.

Para nada estoy diciendo que Thatcher sea el ejemplo a seguir, ni que sea feminista, me refiero a que es una representación de una mujer política que no sigue los roles asignados, por supuesto que no ayudó en nada a las mujeres británicas y fue machista, pero es la evidencia de que la feminización no tiene sentido porque las mujeres con poder también pueden ser jerárquicas, conflictivas, etc. Otro ejemplo que arroja luz sobre el asunto es el de Merkel, para nada una mujer delicada y dialogante.

Muchos habrán tachado a Thatcher o a Merkel de ser hombres con el cuerpo de mujeres haciendo política porque, desgraciadamente, ha calado esta perspectiva que en realidad es más machista que otra cosa. Liberémonos de actitudes que llevan a la diferencia entre los hombres y las mujeres, porque al final caeremos en pensamientos propios del feminismo de la diferencia, que, sobre la segunda mitad del siglo XX insinuó que «las mujeres no habrían provocado dos guerras mundiales», basándose en los roles patriarcales (que deberían combatir y no hacen) para evidenciarlo.

Angela Merkel y Margaret Thatcher
Angela Merkel y Margaret Thatcher.

Porque las mujeres también pueden ser malas, y no estoy ni defendiendo una naturaleza de maldad en ellas, ni tampoco un deber ser respecto a la maldad. Me limito a apoyar el concepto del derecho a la maldad que propugnó Amelia Valcárcel, feminista de la igualdad, que explicaba con mucho intelecto que las mujeres también son malas, a la vez que algunas son buenas.

Esto es que no se le asuma el buenismo, que por una parte se les atribuye defendiendo la feminización de la política (esto lo digo yo) porque tienen el mismo derecho a elegir la vía malvada, al igual que los hombres. Las mujeres tienen derecho a la maldad en tanto que deben tener la misma baraja de opciones para actuar, esto se le puede atribuir a la política (como el ejemplo de Margaret Thatcher), o en la vida diaria: las mujeres no están obligadas a ser buenas madres, buenas esposas o buenas amas de casa.

La alternativa: Mujeres politizadas

¿Alguna alternativa a la feminización de la política? Sí, la politización de las mujeres, es decir, fomentar el empoderamiento de las mujeres en política, su participación autónoma liberándolas del  rol no-político que se les ha asignado injustamente, y que asuman actuaciones propias de la política, es decir, que las mujeres sean también el zoon politikón (animal político) del que hablaba Aristóteles.

Esto pasa por conseguir también en política una igualdad por arriba, de la que hablaba la filósofa feminista Celia Amorós, esto es que, los individuos plenos (libres, realizados y sujetos activos) son hombres y por tanto, el horizonte es que, al igual que defiende Amelia Valcárcel, las mujeres tenga la misma cantidad de opciones para obrar que ellos, esto es, una vez más el derecho al mal, es decir, a las mujeres sin rol y libres, a las mujeres que consiguen diferenciarse como individuos entre ellas (dejan de ser idénticas entre sí) y que son sujetos en plenitud porque se universaliza el mal del amo, y las mujeres pueden decidir qué ser.

Es ese el horizonte a seguir, que las mujeres puedan tener las actitudes y ambiciones que decidan y que nadie se las imponga, porque son personas y pueden ser buenas, malas y regulares, y, por tanto, en política también pueden provocar conflicto, luchar por el poder, ser autoritarias, así como dialogantes y pacíficas. Porque no se trata de que la política sea feminizada, sino de que las mujeres estén politizadas y entren así en el juego de la democracia en igualdad de condiciones.

Para conseguir un objetivo difícil como es la igualdad, en el análisis, hay que hilar fino y evitar superficialidades.

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Salva Moreno

Ciencia Política y Gestión Pública en la Universidad de Murcia. Politizándolo todo desde el Big Bang. Debate y comunicación política. Hablar bien no es saber mentir, es tener la capacidad de que te escuchen.

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