¿Quién mató a Goliat? Spoiler: no fue David

Dice la Biblia que David metió la mano en su bolsa, sacó una piedra y con ayuda de su
honda se la lanzó, hiriéndolo en la frente. Con la piedra incrustada entre ceja y ceja, el
filisteo cayó de bruces al suelo.

Hace pocos meses en México cambiaron las cosas. El PRI (Partido Revolucionario Institucional) perdió las elecciones. Setenta y un años llevaba Goliat invencible, riéndose de los siervos de Saúl tratando de luchar (sin éxito) contra la pobreza, la desigualdad, la violencia, la impunidad y la corrupción. Goliat decidió colocar a un soldado débil y sin carisma en la primera línea de fuego: José Antonio Meade. De cara a las elecciones de julio de 2018, el candidato priista tenía el cometido de lavar la imagen roñosa del viejo partido, aglutinar a la juventud conservadora y volver a ganar las elecciones.

Si Enrique Peña Nieto había conseguido ganar -y mantenerse en el poder después de todo-, Meade tenía serias posibilidades de hacerse con la presidencia. Aunque ni siquiera militase en el partido.

A veces en política dos más dos nunca son cuatro. Hace pocos meses en México cambiaron las cosas: se llamó a las urnas a 87 millones de ciudadanos (de un total de 120). No se conoce, por el momento, evento político de mayor calibre en el país. Y la participación fue positiva, dentro de la media de los últimos años: 6 de cada 10 mexicanos votaron. Y el escenario esperanzador para Goliat. Meade no era el favorito en las encuestas, ni estaba en una posición de poder en la oposición que le permitiese establecer agenda o estrategia alguna: le adelantaban por la derecha (Ricardo Anaya) y por la izquierda (la coalición de Andrés Manuel López Obrador). El candidato se encontraba aturdido, incapaz de pronunciarse sobre la corrupción (la lacra de su partido) y sin medios ni posibilidades de cumplir con lo que había prometido: la renovación política. A todo ello se le suma una incapacidad supina de llevarse a su terreno a los empresarios, que poco a poco iban rindiéndose ante los encantos de Anaya. El PRI, que siempre se ha caracterizado por una por una no- ideología (más bien por un deseo irrefrenable de poder) estaba viendo como su arma más efectiva se estaba volviendo en su contra.

Pero Goliat no iba a dejar morir a su soldado sin luchar antes, aunque su lucha fuera silenciosa: el PRI se centró en conservar las alcaldías y gobernaciones. La presidencia llegaría sola. Pero Goliat murió -más bien se suicidó-. No en vano, hay quienes se lanzaron a hablar de retroceso democrático, del fin de las instituciones, del caos político y social (en un país donde 9 millones de personas se sitúan bajo la condición de pobreza extrema), de una violación de la democracia liberal en manos del populismo.

Sin embargo, en México no cambiaron las cosas: quien ganó las elecciones fue Andrés Manuel López Obrador. AMLO militó durante siete años en el PRI hasta que él mismo renunció diciendo que “el partido no tenía remedio”. Según un informe de la Dirección Federal de Seguridad de esa década: “unos dicen que es totalmente contrario al Partido Socialista Unificado de México, otros que se trata de hacer más progresista y revolucionario al PRI”. En 1988 se hizo un hueco en la Corriente Democrática, una escisión del PRI. Un político tachado de “comunista” por su propio (ahora ex) partido tratando de implementar políticas agrarias favorables a los campesinos y que dejaron a los empresarios de Pemex (una de las principales empresa del país) con cara de haber mordido un limón.

Poco después fundó el PRD y ganó las elecciones en su estado natal, Tabasco. En 2006 se presentó a la presidencia de la República. Y perdió. Volvió a presentarse en 2012. Y volvió a perder. El PRI solo tuvo que cambiar de collar a su perro. En diciembre AMLO tomará posesión del cargo y el PRI, tal y como se conoce hoy día, habrá muerto. Y MORENA, un partido que en 2012 era sólo una idea, tendrá mayoría en ambas cámaras.

Mientras tanto, el reparto de carteras ministeriales es un totum revolutum. Antiguos miembros del PRI (como Marcelo Ebrard o Alfonso Durazo), del PRD (Porfirio Muñoz Ledo, Alejandro Encina, Pablo Gómez o Ifigenia Martínez) y del PAN (Gabriela Cuevas o Germán Martínez) han sido importados a las nuevas filas del gobierno.

Al contrario que Goliat, el PRI no murió de un golpe seco en la frente. Fue agonizando poco a poco hasta acabar él mismo con su vida porque confiaba a David, su enemigo, un país donde poder perpetuar su vida. A fin de cuentas, el partido hegemónico de la historia de México no podía morir así, sin más.

Escrito por Leire Ordoyo.

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