Hemos entrado de lleno en el tiempo de la hipermodernidad, dominado por las lógicas de lo efímero y de lo inmediato, así como por la moda y el diseño. La hipermodernidad trae consigo la hipervigilancia, muy lejos ya de la disciplina-castigo que en tiempos pasados uniformaba los comportamientos; y la hiperestética, un fenómeno que se observa en la estilización constante de las herramientas primitivas. Pero, ¿existen los ingredientes suficientes para suponer el paso de la posmodernidad a la hipermodernidad? Es decir, ¿las características definitorias de la hipermodernidad son sustancialmente diferentes a las de la posmodernidad o componen, más bien, una diferencia de grado? Para responder a estas preguntas hay que hacer un recorrido histórico a través de los estadios de la modernidad.
Las revoluciones liberales con su énfasis en el inividuo y en su autonomía abrieron el periodo de la modernidad. El ciudadano se situó en el centro del debate político, utilizando las ideologías para proyectar el futuro querido y, por lo tanto, considerando el cambio un hecho posible. La creencia ciega en el progreso legitimó la Utopía: el individuo racionalista maximizaría sus preferencias en un contexto de información accesible. Más tarde, las revoluciones industriales modificaron por completo las relaciones personales. La máquina de vapor y la imprenta en la Primera Revolución Industrial; y el petróleo y la electricidad en la Segunda Revolución Industrial propiciaron un cambio de paradigma: la posmodernidad.
Posmodernidad según Lipovetski
¿Qué es la posmodernidad? Según Lipovetski, la posmodernidad sugiere que las estructuras ideologizantes del pasado (partidos políticos, asociaciones, sindicatos, etc.) quiebran, las trabas institucionales a la libertad del individuo se transforman –sin dejar de existir-, y los grandes proyectos de futuro pierden su atractivo. La posmodernidad es la época del consumo, de la mercantilización progresiva de las cosas y valores, bajo formas de taylorismo industrial. Asimismo es la época de la revolución de los transportes y de las comunicaciones. Repito: es una mercantilización progresiva, que primero afecta a las clases sociales altas y, posteriormente, infecta el entero cuerpo social. ¿La paradoja? Aún no se puede enunciar. Avancemos.
A partir de 1950 empezamos a hablar de sociedad de consumo. El consumo se multiplica y la propiedad deja de significar reconocimiento o estatus. Lo que se pretende es el consumo experiencial. Las grandes superficies sustituyen la utilidad por la emotividad. Las psicologías conductuales conocen bien este fenómeno. Las falsas necesidades se confunden en un océano inmenso de necesidades fabricadas; y del consumo se obtiene una satisfacción, asimismo, falsa y, por ende, insatisfecha. El bucle se expande, y con él la lógica de la economía hipermoderna. Pero, ¿dónde radican las causas de esta situación? Lipovetski responde –como he comentado en el primer párrafo- que en lo efímero y lo inmediato, ambos productos de la supremacía del presente frente al pasado y al futuro. El individuo que mira al pasado se encuentra con el horror del siglo XX y el que mira hacia adelante se encuentra con el fracaso de las teorías emancipadoras. Queda el presente, y en el presente la salvación es imposible de atrapar: todo aparece y desaparece; y tan pronto como está, se ha ido. Lo efímero se alimenta de la moda, de las pasarelas, de la belleza. Nada perdura, todo lleva en su seno la muerte. Lo inmediato es producto de la revolución en las comunicaciones. Nadie quiere esperar. La multiplicación de ambas lógicas es terrible. El universo de la economía hipermoderna es autoexpansivo.
El concepto de «era transestética»
Gilles Lipovetski y Jean Serroy tanto en El imperio de lo efímero como en La pantalla global prestaron especial atención al concepto de «era transestética». El Arte es, según la opinión de ambos autores, la disciplina en la que mejor se observa la evolución del consumo, acercándolo cada vez más a la masa. El arte rendido a la lógica mercantilista se degrada, pierde su intención epifánica y pasa a ser un objeto de apropiación mercadotécnica. Todo se promociona como si fuese arte y las estrategas del márquetin veden los productos como «auténticas joyas» o «verdaderas obras de arte». Es un proceso retroalimentado que se fortalece a medida que pasa el tiempo.
El Arte es una bella y original analogía. La era transestética es la hipermodernidad. ¿Por qué? El Arte ha llegado a las clases populares, pudiendo cualquiera entrar en una boutique y consumir diseño y moda. El Arte deja de ser un objeto de lujo, se expanden sus propietarios y, por tanto, se pierde la capacidad de que roce si quiera el Absoluto. Todo se consume, todo se deglute. ¿Cómo no vamos a despreciar la Utopía si prometido el Cielo en la Tierra seguimos hozando en fango?
Escrito por Alejandro Menéndez.