En el verano de 1989, un desconocido Francis Fukuyama publicaba en la revista conservadora The National Interest un artículo que contenía una tesis revolucionaria: la Historia había llegado a su fin. Pese a sus raíces kantianas y hegelianas, el mérito de Fukuyama fue saber expresar el estado de ánimo en el mundo occidental: habíamos ganado. Los buenos, se atreverían a decir algunos, habían ganado a la hidra totalitaria y colectivista del absolutismo, el fascismo y el socialismo y las ideas liberales y de democracia representativa se extendían como una mancha de aceite por el mundo.
Hay que aclarar que la Historia, para Fukuyama, no es un discurrir temporal, sino un concepto hegeliano repasado por Kojève donde el estado universal y homogéneo había resuelto todas las contradicciones históricas.
Por supuesto, la tesis es más que osada y constantemente ha sido atacada y rebatida desde múltiples frentes. Fukuyama ha remendado su tesis constantemente, garantizando que el fin de la Historia es real, y que no se puede criticar en base a un aumento o disminución del número de democracias representativas en un momento concreto de la historia, sino el fin de los grandes conflictos sociales y el fin de la búsqueda de una utopía. En sus palabras, el fin de la Historia es el fin de la puesta en duda del sistema político liberal económicamente capitalista.
De hecho, para Fukuyama los ejemplos de historia que quedan a día de hoy son residuales y anecdóticos, la excepción que confirma la regla. Conflictos como el de las dos Coreas, Cuba o las guerras olvidadas africanas son ejemplos de regiones empantanadas en la Historia.
Y nadie podía negar, fácticamente, esto: las dictaduras han ido desapareciendo lentamente del mundo, en América Latina o África, con ejemplos de éxito como Sudáfrica o Ruanda. Prácticamente ningún país, salvo Corea del Norte o Cuba (este último con grandes reformas desde la llegada de Raúl Castro al poder) mantiene el socialismo. El propio Fukuyama mantenía su tesis hace dos años en El Mundo[1].
Sin embargo, 2016 puede significar el reinicio de la Historia. Una nueva forma de gobierno, alejada y contrapuesta a los usos de la democracia liberal, parece surgir en Rusia o Turquía, con un hiperpresidencialismo populista que hace de conductor con las clases oprimidas. Los perdedores de la globalización, las clases medias empobrecidas de los países occidentales, parecen rebelarse: un partido con solo dos escaños (aún con la fragmentación de los tories) fue capaz de sacar a Reino Unido de la UE. Donald Trump acaba de ganar la Casa Blanca, metrópoli de Occidente, con un programa que diverge mucho de sus antecesores, tanto en política interior, como en política exterior, donde no parece ser un gran entusiasta de la OTAN y sí un gran amigo de Putin, además de estar en contra del TTIP, el canto del cisne que permitiría el comercio transatlántico entre EEUU y la UE, los dos mayores bloques económicos del mundo.
La victoria de Marine Le Pen en Francia, de producirse, podría terminar de despertar a la Historia completamente: supondría volver a 1992, al mundo sin tratado de Maastricht (que crea la UE tal y como la conocemos) y a la pax americana donde la única superpotencia regía los destinos económicos y políticos internacionales. [2]
[1] http://www.elmundo.es/cultura/2014/11/20/546cf67be2704ef4168b457b.html
[2] FUKUYAMA, FRANCIS ¿El fin de la Historia? Y otros ensayos. Alianza Editorial, 2015, Madrid