Darth Orbán: la venganza de los sith en Europa

Más lasers y menos charla, George

Los que vimos de chicos las precuelas de Star Wars no queríamos ver las tediosas escenas de debate en el Senado Galáctico. Queríamos ver espadas láser, jedis usando la Fuerza y acción a tope. No percibíamos que George Lucas nos estaba dando una magistral clase de transformación social y estrategia política.

Sin embargo, hacia la mitad de La Venganza de los Sith, tercera entrega de la trilogía, algo me hizo pensar que tenía que volver a verme todas las escenas anteriores referentes al Senado Galáctico y su funcionamiento porque algo fijo que me había perdido.

Progresivamente, desde el final de La Amenaza Fantasma, un personaje secundario había ido progresivamente acumulando más y más poder, y aparentemente de forma legítima y necesaria. Sus posturas contra la burocracia, la lentitud de las decisiones y la corrupción del sistema conforman un telón de fondo (con moción de censura y todo) que lo harán pasar de senador de un pequeño planeta a Canciller Supremo de la República, con aplauso y apoyo del espectador. Y de repente todo giraba en torno a él.

A medida que avanza la trama, los “poderes especiales a lo supremo canciller” eran propuestos por Jar Jar Binks en un pase rapidísimo entre escenas de acción en El Ataque de los Clones y no me había dado ni cuenta.

Pero en la siguiente película, y en una apoteosis de las mejores fake news de la historia cinematográfica (el complot conspiranoico de los jedi contra la República), Palpatine se declaraba emperador galáctico “para mantener el orden y una estabilidad duradera en la galaxia” con la aprobación y el aplauso del Senado. Aunque en su discurso anuncia que renunciará a dichos poderes cuando la crisis se resuelva, lo primero que oímos de él en el Episodio I, años después, es que disolvía el Senado (otra cita que pasa desapercibida totalmente en la peli de 1977), dado que la competencia para establecer que la crisis había pasado era enteramente suya.

Bueno, pues eso es JUSTO lo que acaba de pasar en Hungría.

Una amenaza no tan fantasma

El pasado 30 de marzo, el parlamento húngaro invistió a su presidente, Viktor Orbán, de poderes ejecutivos especiales para luchar contra la amenaza del COVID-19. La deriva autoritaria de Orbán, que va desde los recortes a la libertad de prensa o la independencia judicial, ya venía provocando recelos desde la Unión Europea, hasta el punto que los eurodiputados de su partido, Fidesz, se encontraba suspendidos en el EPP, el partido popular europeo.

Las posiciones políticas internas y externas, que él mismo llama la ¨revolución iliberal¨, comprenden anti-inmigración, persecución de ONGs y presión crítica contra las instituciones multilaterales a favor de un nacionalismo fuerte.

No es sólo que Viktor Orbán  haya recibido “poderes especiales” (léase con voz de Jar Jar Binks), cosa que podría decirse de varios gobiernos europeos que, mediante la declaración de un estado de alarma o emergencia, han concentrado ciertos poderes en el ejecutivo. Es que los ha recibido por tiempo ilimitado, y con la competencia de decretar su fin.  Esta diferencia es clave.

Intentemos hacer un ejercicio más cercano:  imaginad por un momento que Pedro Sánchez, presidente de gobierno de España, hubiera decretado el estado de alarma y, con aprobación del Congreso, este no tuviera fecha definida de fin. Sólo él podría ponerle fin, no podría haber elecciones hasta que él quisiera. ¿Cómo reaccionaría la sociedad española? ¿Y la oposición?

En Hungría han quedado suspendidas las elecciones, la acción del parlamento y el gobierno tiene el poder de legislar por decreto. Todo esto junto a medidas dudosamente proporcionales como penas de hasta 5 años de prisión por difusión de noticias falsas o de hasta 8 años por romper la cuarentena.

Y aún así, como decíamos, la cesión de poderes mencionados se ha producido por una mayoría bastante fuerte (72% de la cámara frente al 28), lo que reviste de legitimidad la formación de este nuevo ¨hombre fuerte¨, llamado a salvar a la nación de los peligros y catástrofes que los procesos democráticos habituales no son capaces de enfrentar, sea un ejército de droides o el coronavirus.

A estas alturas, si os preguntan si esta frase la dijo Palpatine u Orbán, seguramente os haría dudar:

Es con gran renuencia que he aceptado esta petición. Amo la democracia, amo la República. Renunciaré al poder que ahora me otorgan cuando se resuelva esta crisis.

La reacción europea

El tema está siendo tan preocupante que varios partidos pertenecientes al EPP han pedido la expulsión de Fidesz de sus filas. Los conservadores de Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Lituania, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega, Suecia, Eslovaquia, Chequia y Grecia, junto con el líder del partido, Donald Tusk, prefieren posturas tan extremas apartadas de sus posicionamientos más moderados. Es España, ante el silencio de los populares y el apoyo de otro líder político, el debate en medios y redes es total.

¿Es Palpatine (o “el Emperador” como se presentó en las primeras películas) un dictador?

Si nos atenemos a la etimología, la palabra “dictador”, de hecho, no apelaba originalmente al resultado de un golpe de estado violento, sino a un poder especial otorgado institucionalmente y por tiempo limitado (“dictator” en latín), por el senado romano a una persona durante momentos de emergencia, en los tiempos de la Antigua Roma.

Sólo Julio César fue nombrado “dictador perpetuo”, acumulando más poder personal del que supuestamente debería detentar nadie y creando el precedente de lo que luego sería el Imperio Romano. Pero, contrariamente al concepto popular del término, se trata de un proceso pacífico de otorgamiento de poderes.

Tampoco hace falta remontarse a la historia lejana de Europa para encontrar derivas autoritarias desde democracias más o menos funcionales. El mismo George Lucas afirmó haberse inspirado para la figura del Emperador en Julio César, Napoleón Bonaparte y Adolf Hitler.

La Unión Europea y todos sus países miembros deberían preguntarse si, tras casi un siglo, los sistemas que se diseñaron para prevenir estas transformaciones dentro de sus sistemas políticos y sociedades en tiempos de crisis están resultando efectivas o si, por el contrario, debemos temer el ascenso de siths entre nosotros.

Escrito por Gabi Gutiérrez.

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