La edad y el tamaño del hábitat de residencia se convierten en las posiciones sociales más relevantes a la hora de decidir el voto en una España que afronta la renovación de las bases de su sistema de partidos
La posición social de un individuo en la estructura social influye de forma determinante en su visión del mundo y, consecuentemente, en sus razonamientos políticos. Esta relación de influencia ha servido a lo largo de la historia del comportamiento político para explicar, por ejemplo, por qué los obreros votaban a unos partidos mientras que los burgueses lo hacían por otros.
Dentro de la hipótesis que identifica a la posición social como causa de un efecto denominado “voto”, nace el concepto de clivaje o cleavage, entendido como una suerte de división de la sociedad en categorías opuestas que aportan sentido a las relaciones políticas, a las identidades de los individuos y a sus lealtades, configurando los bandos de la contienda política. Un ejemplo prototípico de clivaje sería la denominación religiosa, diferenciación social que ha marcado el devenir político de países como Holanda o el origen lingüístico-nacional, fundamental para entender la tensión entre valones y flamencos en Bélgica.
En España, los principales clivajes que han permitido la emergencia de nuestro sistema de partidos como lo conocimos hasta 2014 fueron el territorial (centro-periferia + sentimiento nacional) y el de clase (capital-obrero). Por el primero asistimos a la creación de partidos como el EAJ-PNV, BNG o ERC, mientras que el segundo permitió la fundación para 1879 del PSOE.
Nuevos clivajes en la política española
La existencia de partidos de “tercera generación” (Podemos y Ciudadanos), por el contrario de lo que pasa con los partidos de “segunda generación” (de IU a UPYD) obedece a un cambio en la configuración del sistema de clivajes en España. Uno de los aspectos que destaca en los partidos de tercera generación es su gran masa de voto joven, lo que pone de manifiesto una brecha generacional en el país, brecha que nos permite explicar ya las orientaciones políticas de buena parte de los electores.
El impacto de la edad en el voto, nunca considerado como un elemento suficientemente importante como para ser elevado a la categoría de clivaje, se ha revelado, desde la crisis económica hasta nuestros días pasando por ejemplos como el Brexit, como una división fundamental de la sociedad. Tu posición social como joven vincula los valores adoptados y la percepción de las ofertas políticas, por encima incluso que tu adscripción a una clase social que si se quiere ahora es la “clase joven”.
A este clivaje –el generacional– más trabajado últimamente en la literatura política se añade con evidencia empírica la tendencia rural/urbano, división ya conocida por los analistas escandinavos en cuyas realidades nacionales el tamaño del hábitat explica la base de apoyo de ciertos partidos. Los postelectorales del CIS vienen apuntando a la probabilidad creciente de apoyar al bipartidismo conforme disminuye el tamaño de tu municipio, relación que se acentúa fuertemente en los asentamientos de menos de 10.000 habitantes, la España rural. En el otro extremo de la relación, las ciudades de más de 500.000 habitantes quedan consagradas como feudos de los partidos de tercera generación.
No podemos descartar, con todo, el nacimiento progresivo de nuevos clivajes determinantes como el de sector de actividad, que relaciona el tipo de actividad económica que desarrollas con tus orientaciones políticas, todavía no consolidado suficientemente debido a la peculiar terciarización que ha vivido España.
Cómo afecta el cambio en la división social a los partidos
Analizada la nueva situación de división social, donde se debilita el clivaje de trabajo/capital, con permanencia y en algunos casos impulso del territorial-nacional, resultaría pertinente apuntar algunas líneas de acción estratégica para los principales partidos.
Resumidamente, el PP tiene el reto del rejuvenecimiento y la urbanización de sus perfiles. En lo relativo al envejecimiento de sus votantes, es una situación en la que el partido se mantiene desde décadas atrás, y a pesar de la cual no desaparece y obtiene victorias.
Esta situación, en un primer momento, nos puede hacer pensar que la amenaza generacional para el PP no es tal, dado que es una situación que hasta ahora no le ha dado problemas reales, no obstante, este punto sí se convierte en un problema desde el momento en que la ampliación de la oferta partidista en el país da entrada al sistema a nuevos partidos que capitalizan preferentemente el voto joven. Es decir, el riesgo para el PP es el envejecimiento de sus votantes, pero combinado con el riesgo de pérdida de cualquier renovación de sus sectores jóvenes a causa de la atracción ejercida desde los partidos nuevos.
Al PSOE, sin embargo, le afecta en menor medida el envejecimiento de su electorado –la base socialista está en el baby boom–, pero tal vez tiene un problema más agudizado en sus dificultades para permeabilizar en las zonas no rurales y en aquellas comunidades más cosmopolitas.
Podemos y Ciudadanos, más que preocuparse por ampliar hacia sectores mayores de la población su base –como intentan los primeros con movimientos como el de los pensionistas– tienen que intentar garantizar una estructura consistente en los municipios más pequeños, que permita reproducir y extender en estos los cohortes generacionales favorables.
Alejandro Soler Contreras
José Miguel Rojo Martínez