Por Carlos Reyna.
El miércoles me desperté con una noticia inesperada, mientras lo hacía entraba mi madre para bañarme, lo hacía con un comentario difícil de creer por lo ilógico que suponía no solo en el imaginario colectivo, sino también el mensaje que estaba implícito en la opinión pública. Que la señora Hillary Clinton iba a ser la próxima inquilina del Despacho Oval de la Casa Blanca de los Estados Unidos. Esta creencia se destruyó en el momento que mi madre tardó en decirme que Donald Trump había ganado las elecciones. Curiosamente, a la vez, mis pensamientos recordaron una de las famosas frases de la película Casablanca que da título a este artículo.
El miércoles no entraron los alemanes en París, pero ganó las elecciones Trump. Las encuestas, sondeos y demás estudios demoscópicos no vaticinaban este resultado, pero sí la victoria de Hillary Clinton por un estrecho margen. De manera similar, la victoria del Brexit también nos cogió a muchos por sorpresa. El éxito electoral del empresario ha sido, desde el punto de vista de la opinión pública algo ilógico, de la misma forma que hubiera sido ilógico que el senador Bernie Sanders hubiera ganado las primarias en el Partido Demócrata para ser candidato a la Presidencia de los EE.UU.
Durante el proceso de primarias de ambos partidos, Republicano y Demócrata ha seguido una pauta en el que todo parecía muy previsible. Hillary iba a ganar a Sanders, Trump lo iba a tener complicado para ganar las primarias en el Partido Demócrata y si las ganaba, que era harto complicado, perdería las elecciones contra la candidata del Partido Demócrata. Hasta varias personalidades con peso dentro del Partido Republicano le retiraron el apoyo por la carrera hacia la Casa Blanca, como fue el caso del congresista Paul Ryan, por destaparse varios casos de posible abuso sexual por parte de Donald Trump en la década pasada. Los hechos eran de tal magnitud, que parecía la formación conservadora iba a perder de nuevo la posibilidad de que su candidato finalmente no ocupara la Presidencia de los EE.UU.
Las primarias y la campaña electoral se han caracterizado por las declaraciones polémicas de Trump, los insultos hacia sus rivales en las primarias y las distintas promesas electorales de corte nacionalista y demagógico. Tales como la expulsión de musulmanes, derogar el TTIP o el acercamiento a Vladimir Putin. Mientras que la campaña de Hillary Clinton ha estado salpicada por el uso de un servidor privado para la gestión de correos electrónicos con información clasificada cuando era Secretaria de Estado, caso que ha sido investigado hasta haces dos días antes de la celebración de las elecciones por el FBI.
Lo que podemos apreciar que en estos comicios han estado más presente los deslices que han tenido los dos candidatos, más que los eslóganes durante la campaña o la exposición de grandes discursos, con un contenido importante en materia económica, social o de seguridad. Que se diferencia de las campañas de Barack Obama, que eran precisamente todo lo contrario a lo ocurrido estos meses.
La Administración de Donald Trump, tras lo visto en campaña electoral, será una total regresión a gran parte de las medidas tomadas por la Administración Obama. En materia de política exterior, Estados Unidos se volverá a subir a la torre defensiva para gestionar las relaciones con sus vecinos de América Central y del Sur y el Caribe. Una posición que probablemente no ayude a mantener unas relaciones cordiales. Con respecto a la Unión Europea, serán más distantes. Muchos interesados en política exterior, periodistas, sociólogos y politólogos tendremos que releer o hacer memoria de lo leído en el ensayo “Poder y debilidad: Europa y Estados Unidos en el Nuevo Orden Mundial” de Robert Kagan. Porque la victoria de Trump supone esto, una vuelta del realismo frente al idealismo que propugnaba en parte Obama. Es una vuelta al uso del “hard power”.
Finalmente, creo que el mundo no se derrumbará del todo, dentro de dos años hay elecciones legislativas, lo que puede poner un contrapeso importante a la Administración Trump.
Por otro lado, la gente se seguirá enamorando. El nacionalismo europeo ya ha encontrado su pareja de baile. ¿La encontrará la Unión Europea?