¿Qué es la política? ¿Qué debe ser? ¿Cómo debe llevarse a cabo?… Son preguntas que han intentado responder diversos pensadores desde posturas de todo tipo.
Hoy día, en un mundo marcado por el individualismo y por la desconfianza hacia la política, parece que la persona de a pie la tiene lejana, pero ésta, aunque sea en un modelo representativo, nos afecta: las formas de la política nos influyen, bebemos de ella y algunos políticos se convierten, casi, en influencers; y la ciudadanía, con nuestra forma de ser, rápidamente captada por los maestros del márquetin que diseñan las campañas electorales, y con nuestros premios y castigos mediante el voto, vamos determinando cómo queremos que sea la política que triunfe.
La política ligada al bien y a la justicia
Personalmente, veo muy interesantes las visiones que muestran una política moral, que no puede ser usada en favor de la injusticia, de la generación del odio u de la opresión. Me llama la atención ese enfoque que entiende la política y su debate como un medio para buscar en conjunto el bien y lo justo. Algunos pensadores de la Antigua Grecia expusieron esta perspectiva.
Aristóteles entendía que toda polis —el lugar donde tenía lugar la política— digna de serlo «debe dedicarse al fin de fomentar lo bueno» y que la ley debe ser «una norma de vida tal que haga que los miembros de las polis sean buenos y justos». Luego, la política es un pequeño mundo, oasis si queremos, donde las personas buscan en común, por medio del intercambio de ideas, la justicia y el bien.
Si miramos al orador, figura primordial en la política y que podríamos identificar con el político de hoy, Sócrates también habla de un carácter puramente ético para su buen hacer. Platón nos dijo lo siguiente sobre el «orador instruido»: «Conociendo la justicia y la verdad, él mismo es justo, incapaz de hacer nada contra su carácter, es decir, de inculcar nunca la injusticia, la falsedad, la fealdad, y ejerce un arte profundamente moral, del que es imposible hacer mal uso. Esta es la Retórica según Sócrates […]».
Acudiendo a palabras de Sócrates, transcritas por su mencionado discípulo, leemos algunos párrafos: «un buen orador, el que se conduce según las reglas del arte, aspirará siempre á este objeto [la justicia y la templanza] en los discursos que dirija á las almas y en todas sus acciones […]»; «para ser un buen orador es preciso ser justo y estar versado en la ciencia de las cosas justas»; «jamás se debe hacer uso de la Retórica, ni de ninguna otra profesión, sino en obsequio á la justicia».
Esta visión limita y concreta el papel de la política, así como la legitimidad de la acción del orador, la cual solo será moralmente aceptable si contribuye a construir una sociedad más buena —basada en la justicia— y más orientada a la búsqueda del bien.
La política de hoy
Parece que lo que entendían pensadores como los mencionados no es algo que podamos encontrar en los distintos sistemas políticos de la historia, más bien podría tratarse de una forma de concebir la política de manera personal que, solo cuando una mayoría social la compartiéramos, podría materializarse en realidad.
Un par de milenios, y algo más, nos separan de aquella época y ese sueño nos parece demasiado lejano. Hoy, algunos ilusos, utópicos soñadores, nos acordamos de esa idea de un grupo de personas que, desde distintas posiciones políticas, buscan en conjunto el bien y la justicia, y lo hacemos mientras vemos cómo buena parte de la sociedad española se escandaliza porque en el órgano supremo del poder legislativo una diputada ha dicho a la ministra de igualdad que su único mérito «es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias». Malos tiempos para el ideal socrático.
Ante este comentario, podemos hablar de tres grandes posturas en el ámbito político y parlamentario y, ¿por qué no? social: la de aquellas personas que condenan sin ambages este ataque y que lo consideran un paso más en la degradación del discurso político; la de aquellas personas que lo defienden y lo ensalzan; y la de aquellas personas que lo critican pero aprovechan para argumentar que desde la parte atacada se han hecho declaraciones del mismo signo.
No es nuestro objetivo analizar estas reacciones pero sí es cierto que las declaraciones de Toscano parecen un paso más de la mayoría de lo visto en general hasta ahora, por el desprecio personal, por la negación de la realidad —casos de enchufismo sin méritos conocemos de sobra en la política, pero de ahí a cuestionar la preparación académica de Montero suena más a derribo que a un análisis racional—, por lo soez del ataque —estudiar «en profundidad»—… Al menos, esta categoría se le ha otorgado con la relevancia que ha tenido el comentario.
Del grupo de idealistas e inocentes creyentes en la racionalidad humana, estoy convencido de que no solo yo me he hecho la pregunta de ¿qué ha pasado? ¿Qué ha ocurrido en este camino que nos ha llevado de Sócrates a Toscano; del «yo no hablo como un hombre que está seguro de lo que dice, sino que busco con vosotros y en común la verdad» al «su único mérito es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias»? ¿Qué ha ocurrido?…
El camino al abismo
Spoiler: No seré capaz de responder, ni de lejos y torpemente, a la pregunta arriba mencionada. Pero podemos pasar un buen rato lanzando algunas reflexiones sobre la materia.
Para Aristóteles, la política es algo necesario para desarrollar nuestra naturaleza humana. Es algo que nos concierne no por lo que nos sirve, sino por lo que es. Y la política es algo para que, en conjunto, busquemos el bien y la justicia; no para que cada cual decida qué es lo bueno y lo justo.
Un gran punto de inflexión pudo llegar con Thomas Hobbes, con cuyas ideas, la política, el Estado, se convirtió en algo que las personas creaban por necesidad o por conveniencia, adquiriendo un carácter instrumental y perdiendo su dimensión moral. Hobbes pretendía que la política nos garantizase seguridad.
A él, le siguió John Locke, iniciando el liberalismo político, para quien el poder público debía limitarse a garantizar nuestra libertad individual y nuestras posesiones, sin entrar en valorar qué es lo bueno.
Pero no caigamos en la tentación de culpar a Hobbes y a Locke de los improperios que se puedan escuchar en el Congreso de los Diputados de España en 2022. Simplemente estamos en la legitimación filosófica de la idea de que la política es instrumento, no ética. Estamos aún muy lejos de lo que ha ocurrido y han sido muchos los ingredientes que han ido condimentando la amarga sopa que estamos consumiendo hoy día.
Asistimos en distintos puntos del mundo occidental a un aumento de la agresividad política llevada a cabo por ciertos grupos, a menudo conectados entre sí. El historiador Sebastian Balfour habló de una contraofensiva global de las derechas «a partir de finales de los años noventa» y, más especialmente, «desde el 11 de septiembre 2001».
No es descabellado hablar de algo similar en los últimos años, pues Trump, Bolsonaro, Orbán, Meloni o, aquí en España, Abascal o Ayuso, comparten su retórica de provocación, ataque personal y eliminación del decoro en el debate político. No podemos entender las declaraciones de Toscano aisladas de la política internacional.
Estos líderes se mueven, además, en una dinámica que choca radicalmente con el pensamiento socrático de la búsqueda del bien en común, escuchando y aliándonos con pensamientos contrarios a los nuestros: la dinámica de amigo-enemigo, ya planteada por el filósofo Carl Schmitt, según la cual, la política se presenta en términos de enfrentamiento con un «otro» irreconciliable, eliminando la categoría de adversario —la cual, posiblemente, tampoco agradaría al pensador ateniense— y asignando la de enemigo.
El politólogo Fernando Vallespín habla de la importancia de obtener el favor de los propios, más allá de que convenzamos o no a los otros; es cierto que él se refiere a la mentira en el lenguaje político, pero creemos que esta idea también es aplicable a la dinámica de «incendiar» el debate, provocando una radicalización a nuestro favor de aquellas personas susceptibles a aceptar nuestro discurso. Más aún si tenemos en cuenta que en los tiempos de la posverdad somos mucho más susceptibles a creer aquello que queramos creer, con independencia de que tenga sentido o no, o de que, en condiciones normales, sus formas nos pareciesen más o menos adecuadas.
Más allá de estas reflexiones, muchísimos aspectos contribuyen a crear los puntos que estamos viendo en el debate político, algo que daría para mucho pensamiento y debate. Pero de entre todos ellos, considero que hay uno central que vuelve a llevarnos a los clásicos mencionados: la política se ha convertido en competición. La democracia competitiva, o la competitividad en la democracia, ha inundado el panorama político; no interesa que el público —que es casi en lo que nos hemos convertido— vea que un político está de acuerdo con otro, porque a la postura ajena hay que derrotarla para garantizar que los votos caigan en nuestro lado.
Como la política ya no es moral, no hay que buscar en común el bien; como la política ya no es algo que nos concierna a todos, no hay que entenderse con el contrario; como la política es competición, hay que ganar, y solo se gana si el otro pierde. Todo lo comentado arriba ha contribuido, pero pienso que esta concepción de la política es nuclear en el proceso de alejamiento del ideal socrático. A esto, sumamos lo ya dicho de que algunos entienden la competición, directamente, como guerra.
En cualquier caso, parece claro que la degeneración ha sido absoluta y que, en un supuesto ágora atemporal y utópico, en el que se enfrentaran las radicalmente opuestas posturas de Aristóteles y Hobbes, éstos nunca llegarían a acusarse con según qué calificativos.
Fuentes
Balfour, S. (2006). El revisionismo histórico y la Guerra Civil. Pasajes: Revista de pensamiento contemporáneo, 19.
Congreso de los Diputados – Canal Parlamento (23 de noviembre de 2022). Sesión Plenaria (23/11/2022) [Archivo de Vídeo]. YouTube. Recuperado el 28/11/2022.
De Azcárate, P. (Ed.). (1871) Platón, Obras completas (tomo 5), pp. 127-282
Mesa Mejía, J. P. (2011). La aproximación Schimittiana al concepto de lo político. Consideraciones sobre el criterio definitorio: la oposición amigo-enemigo. Cuaderno de Ciencias Políticas, 3.
Sandel, M. (2014). Justicia. ¿Hacemos lo que debemos? Ed. Debolsillo.
Vallespín Oña, F. (2012). La mentira os hará libres. Realidad y ficción en la democracia. Galaxia Gutenberg, S.L.