Imagínate que eres un ciudadano cualquiera que durante toda su vida laboral ha estado ahorrando parte de su sueldo. Tienes dos hijos pequeños, y con ese dinero quieres asegurarles la estancia en una buena Universidad. Pero no son suficientes, por lo que, tras pensarlo mucho, decides invertirlos para que generen rendimientos y crezcan.
Tras consultarlo con tu asesor financiero, este te muestra la amplia gama de posibilidades que te ofrece el mercado para invertir: desde participar en el capital de una empresa hasta algún producto financiero. Todos ellos te van a reportar un interés a lo largo de unos cuantos años, suficientes para poder pagar la Universidad de los niños.
Ahora vamos a añadir un poco más de información. Imagínate que eres un ciudadano cualquiera y que vives y trabajas en Cataluña. Y que además, tienes todos tus ahorros guardados en un banco con sede social en Cataluña. De hecho, tu asesor financiero también es catalán, y te aconseja invertir en una empresa radicada también en Cataluña. En 2017. En pleno proceso rupturista con España. Ya empiezan a surgir las dudas.
El precipicio financiero al que se enfrenta Cataluña
Si yo fuera ese ciudadano, lo primero que haría es sacar el dinero del banco y llevarlo a otro con sede fuera de Cataluña. La razón es muy simple: en caso de hipotética Cataluña independiente, todos los bancos que tengan allí su sede quedaría fuera del Eurosistema, por lo que quedarían al margen del régimen de control, supervisión y privilegios financieros que le aporta el BCE a todos los bancos. En otras palabras, una ruina total para la entidad y para sus depositantes.
Tristemente, a medida que se han ido precipitando los acontecimientos esto ha sido lo que ha ido ocurriendo: ciudadanos abriendo cuentas corrientes en la frontera con Aragón, caídas en bolsa de los bancos catalanes e inseguridad económica generalizada.
Cualquier proceso de secesión es perjudicial para una economía. Preguntadles a los británicos, que tras el Brexit han visto como su moneda se depreciaba, las inversiones se iban y la inseguridad crecía. Y todo esto bajo los procedimientos legales que establecen los tratados de la UE, con una moneda propia (la libra) y sin existir una fractura social tan fuerte. Imaginaos que puede pasar en Cataluña después de conseguir una independencia contra legem, sin el más mínimo amparo legal y constitucional. ¿Qué inversor querría poner su dinero en un lugar donde no se sabe qué ley aplicar, o a quién se tienen que pagar los impuestos?
Es natural entonces que las empresas estén desfilando una a una hacia Madrid, Valencia, Baleares, etc. Los bancos no pueden permitirse el lujo de estar fuera de la zona euro. La vida de un banco depende directamente de la confianza que tengan sus depositantes en él, porque de no tenerla todos pretendería sacarlos a la vez, y esto sería imposible porque los bancos no tienen dinero suficiente para cubrir apenas el 1% de todos los depósitos. Se repetirían escenas como las de Argentina de principios de los 2000 o como las más recientes de Grecia: la gente queriendo ir a por su dinero y el cajero respondiéndoles que no hay.
Pero no solo los bancos son los que tienen esta necesidad. Empresas de todo tipo de sectores también huyen hacia zonas de España con mayor seguridad jurídica. De momento solo están cambiando sus sedes sociales, con el correspondiente impacto en las arcas públicas catalanas y el golpe psicológico que esto supone al procès. Pero si esto de verdad tuviera visos de consumarse, empezarían a desmantelarse fábricas completas para llevarlas fuera de Cataluña, porque de otro modo no se podría comerciar en el mercado único de la UE. Y esto significa ni más ni menos que miles de trabajadores irían directamente a la cola del paro.
El dinero no tiene patria, solo busca estabilidad. Una región sin gobierno pero con unas condiciones legales estables y duraderas es mucho más atractiva que otra con un gobierno que no hace más que saltarse las normas y precipitar al vacío a toda una población. Quizás es hora de replantearnos las cosas y asumir de una vez por todas que las bravuconadas de los políticos nos cuestan mucho dinero. Es tiempo de quitarles poder y de exigir que se cumplan las leyes a rajatabla, aunque a veces no nos gusten. Porque en ello nos va nuestro sustento.