“Caí prisionero el 15 de agosto. Esto todavía estaba por liberar, que decían ellos. De allí hacia Deusto, los campos de concentración. Me ponen en un batallón de presos de guerra… De allí me llevaron a la cárcel, donde quizá había dos o trescientos condenados a pena de muerte, toda la sala de abajo. Cada día camiones a matar, a matar. ¡Nos matarán a todos! ¡Aquello era el terror más grande del mundo, lo de las cárceles!” Esta es la historia de Pelai, una de las miles de personas que sufrieron en sus propias carnes la represión y el terror desarrollado por el franquismo tras la sublevación militar el 18 de julio de 1936.
Crónica de una muerte anunciada
Cuando nos hablan de atrocidades o momentos de la historia que nunca más se deberían repetir, a todo el mundo le viene a la mente la estela dejada por los campos de concentración alemanes, en especial el de Auschwitz. Más de un millón de judíos fueron asesinados en los campos de exterminio que formaban parte de este complejo y que estaban repartidos por el sur de Alemania. En una de las puertas de entrada de estos campos se podía leer “El trabajo libera” y unos años atrás, y bajo la máxima de que el trabajo “expiaba” la pena, el régimen franquista encarceló a unas 200.000 personas en prisiones y campos de concentración a lo largo de nuestro país.
Alrededor de 500.000 personas cruzaron la frontera con Francia huyendo de la propia Guerra Civil española y la gran mayoría de ellas acabaron también internadas en centros de recogida o campos franceses. A los republicanos que decidieron quedarse en territorio español, la suerte no estuvo de su parte. Los que decidieron esconderse en las sierras y montes (“maquis”) estuvieron continuamente perseguidos por las fuerzas franquistas, mientras que el grueso de estos republicanos acabaron en cárceles tras detenciones arbitrarias o de carácter político, en la mayoría de los casos. Son muchos los testimonios que relatan las palizas, humillaciones, disciplina, miedo, la falta de condiciones higiénicas, la escasez de comida o la censura a la que tenían sometido a los prisioneros. A lo largo de los años, y bajo la excusa de aliviar las cárceles, el régimen franquista decidió utilizar a estos presos como mano de obra en los proyectos de reconstrucción de las infraestructuras nacionales.
Se buscó “utilizar las aptitudes de los penados, con el fin de aprovecharlas en el propio beneficio moral y material o en el del Estado”, pero en unas condiciones muy cercanas a la esclavitud.
La maquinaria ideológica del franquismo no sólo se desplegó dentro de estos centros sino que también alcanzó la esfera social. La memoria republicana, además de ser demonizada, fue sustituida mediante la difusión de unos valores y unos símbolos que se correspondían con la ideología franquista. En términos generales hablamos de la imposición de una memoria concreta, donde ser “hijo de rojo” o “viuda de republicano” era suficiente para que las autoridades actuaran y pudieran “extirpar la pus del cuerpo enfermo de España”. Fue una fórmula utilizada por el franquismo para llevar a cabo esa “limpieza ideológica” y que tuvo como principal escenario el control de la población.
Condenados al olvido
Nuestro país tiene un problema bastante gordo con su memoria y con su propia historia, una historia que se encuentra navegando entre la amnesia selectiva y el silencio institucional. Los campos de concentración españoles no aparecen en los libros de texto, ni la vida de todas estas personas se estudia en las aulas, ni la historia de republicanos que se dejaron la vida en estas cárceles y que fueron víctimas de un régimen que atentó contra ellos. Uno de los problemas a los que se han tenido que enfrentar los investigadores e historiadores ha sido al “secuestro” de toda la documentación referida a los campos de concentración y las trabas administrativas para acceder a los Archivos Militares. Nuestra misión es la de contar estos hechos, porque “el riesgo para los muertos no honrados está en morir una segunda vez”.
En el mes de marzo de 1939 alrededor de 367.000 personas se encontraban encarceladas en alguno de los 104 campos de concentración que estaban repartidos por toda España. Como dijo el poeta comunista Marcos Ana, uno de los presos políticos que mayor tiempo estuvo en las cárceles franquistas, más de 22 años y 7 meses: “España es una inmensa prisión”.
Escrito por Daniel Velasco García.
BIBLIOGRAFÍA
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