Ficción especulativa y aceleracionismo: el futuro es ahora

AVISO SPOILER: El siguiente artículo contiene spoilers del universo Star Trek, así como de las películas Ready Player One, Godzilla: rey de los monstruos y Network: un mundo implacable, y del videojuego Cyberpunk 2077.

Con motivo, quizás, del reboot cinematográfico de la franquicia allá por el 2009, que nos ha dado hasta el momento 3 excelentes películas, se habló mucho durante un tiempo de la increíble capacidad profética del universo Star Trek, al menos en el marco de lo tecnológico. Aparatos y técnicas a veces hasta impensables en la época de emisión de la serie original, que a día de hoy son una realidad de uso cotidiano extendido.

No es la primera vez que pasa, claro, como gustan de señalar quienes recuerdan, por ejemplo, a Verne como el padre ficcional del submarino o la astronave. Sin embargo, la magia tras esto no es en realidad tal: los buenos creadores de ficción especulativa tienen por norma ser individuos de gran e incisiva inteligencia, muy bien informados sobre temas de su interés (abarcando normalmente tanto ciencia y tecnología como historia o filosofía), que vuelcan en sus creaciones todo aquello que bulle en sus mentes, mientras se preguntan muy seriamente cuál será el destino de la humanidad manejando dichos elementos. Estos individuos no distan, por tanto, de quienes hacen eso mismo desde una perspectiva más académica, es decir, los filósofos, historiadores y científicos sociales dedicados a la elucubración del porvenir en base a la información que aporta el presente más vanguardista. Es aquí donde se genera un punto mágico que imbrica literatura y arte con pensamiento influyéndose unos a otros por igual. Un punto que nos dice a dónde podemos llegar en base a lo que hoy somos.

Ciertamente, la Star Trek original tenía un componente pop, casi naíf, que la hacía ampliamente accesible como entretenimiento de masas. También tenía, empero, esa faceta de ciencia ficción dura, centrada en el desarrollo serio de consecuencias posibles de las acciones del presente, como se evidencia por ejemplo en su primera película. Y es que su creador, Gene Roddenberry, era exactamente el tipo de persona que se ha descrito: un creativo capaz de combinar una fértil imaginación con un ingente input de información sobre su tiempo. Y vaya tiempo le tocó vivir, en plena Guerra Fría y con toda una explosión de movimientos sociales en su Estados Unidos natal. Mucho de eso se usó en la génesis del concepto original de la serie, y sin embargo quienes hoy día se maravillan de los aciertos técnicos que se adelantaron en sus capítulos, no mencionan en absoluto la naturaleza del mundo y la sociedad en que la acción toma lugar. Creo que esto no solo es hacer un flaco favor a la serie y al legado de Roddenberry, sino que además resulta muy instructivo darle un buen vistazo.

Claves socioeconómicas del futurismo de Star Trek

El universo roddenberriano presenta una Tierra en que la raza, la nacionalidad, la sexualidad, la religión y las creencias de cualquier tipo han dejado de ser motivo de disputa. En ella no hay libre empresa y el concepto de dinero ha desaparecido, habiendo en su lugar una economía planificada gestionada por una entidad federal, que administra los recursos en base a criterios de necesidad y máximo bien común. A su vez, esta unión federal de pueblos de la Tierra se ha unido a una aún mayor alianza de civilizaciones interplanetaria, regida por unos altos estándares éticos de intercambio cultural y tecnológico, y de igualdad y cooperación entre seres pensantes.

Por supuesto, este gobierno planetario ha tenido sus errores, y sus puntos oscuros, como demuestran sus escarceos con la eugenesia presentes en la nave Botany Bay. Aprendiendo constantemente de sus faltas, esta Federación se enfrenta al Imperio Klingon, una nación belicosa y expansionista que no muestra respeto por los pueblos y culturas que fagocita. La guerra, sin embargo, dejó de ser directa hace tiempo, enfrentándose ambos bloques de formas más subrepticias.

Es evidente que la Federación es la representación del bloque norteamericano, dulcificado por la imaginación de Roddenberry al escoger para él aquellas partes más positivas. Por su parte, los klingon son la representación del bloque soviético, encarnando muchos de sus rasgos negativos (si bien no todo es malo, y tras la capitulación imperial pasarán a ser una raza más de la Federación), en lo peor de la Guerra Fría.

Cuán curioso es, pues, que a partir de la inspiración de un bloque capitalista y plagado de problemas etnoculturales, Roddenberry extrajese esta civilización terrestre desprovista de mercado, en que se han superado las diferencias hasta tal punto que se es capaz de recibir como un igual al antiguo enemigo klingon.

Como parte de esa generación que aún experimentó los últimos coletazos de la II Guerra Mundial, Roddenberry confiaba de manera ilusionada en el poder del internacionalismo encarnado en organismos como la ONU, el FMI o el Banco Mundial. A su vez, se fijó en los diferentes movimientos integradores de minorías que comenzaban a gestarse en su país. Con la esperanza del florecimiento de estos puntos que él veía potencialmente transformadores, imaginó su fantasía futurista: una en que esas tendencias, esos valores, aunados con un humanismo refinado que defiende la capacidad del individuo y el colectivo de autoperfeccionarse en la búsqueda del mayor bien común, darían lugar a su Federación.

¿Queda hoy día algo del sueño que Roddenberry y otros autores compartían, en el imaginario especulativo moderno? Muy poco, en honestidad. ¿Cuáles son las causas tras ello?

Futurismo en la ficción popular actual

Tres ejemplos, casi elegidos al azar, resultan suficientemente paradigmáticos para ver hacia dónde escora la tendencia de la ciencia-ficción moderna:

En el Ready Player One de Cline y Spielberg, probablemente el exponente más brillante del postmodernismo pop, se nos presenta una sociedad decadente y dejada de lado por cualquier programa estatal de ayuda. El poder real es ejercido básicamente por dos megacorporaciones, maniqueístamente polares: una, basada en los hermosos sueños y elevada moral de sus adorables frikis fundadores, es benéfica; mientras la otra carece de escrúpulo alguno y basa su éxito en la consecución de beneficios y objetivos, da igual el medio empleado. El Estado, o lo que queda de él, es representado únicamente por las fuerzas policiales movilizadas hacia el final de la historia. Y sí, fueron movilizadas únicamente a petición de la primera empresa.

En Godzilla: rey de los monstruos, de Michael Dougherty, el conglomerado Monarca, una empresa multinacional de financiación desconocida pero elevados estándares morales, se enfrenta en solitario a una comisión formada por los poderes políticos de todos los países de la Tierra, con tal de impedir que su coto de acción (los kaiju o monstruos gigantes repartidos por el globo) acabe bajo jurisdicción militar. Y todo ello por tener la certeza ideológica de que su camino y sus métodos son los únicos viables, y dejar la administración de los kaiju a manos de otros supondría una catástrofe global sin precedentes.

Por último, en el videojuego de reciente creación Cyberpunk 2077 de CD Projekt RED, basado en el juego de rol clásico inspirado en el trabajo de William Gibson, nos encontramos que los antiguos conceptos nacionales han sido borrados y sustituidos por Estados-empresa como el de Arasaka Corporation. Toda investigación científica y todo progreso tecnológico proviene de dichas empresas, que se reservan su uso y mercadeo conforme a su propia deontología interna.

Por su parte, los habitantes de dichos sistemas han de procurarse de forma autónoma la tecnología y los medios que hacen viable un nivel de vida no ya suficiente, sino mínimo, en una sociedad en que el posthumanismo es una realidad y ser simplemente humano ya no basta para nada.

Puede apreciarse con facilidad el patrón común: lo público es prácticamente inexistente, y la esfera de lo privado se ha adueñado de toda la esfera económica y también social, a la vez que al individuo se le hace única y radicalmente responsable de sí mismo. Y no es nada descabellado, viviendo unos tiempos en que el programa espacial americano, uno de los más importantes recursos científicos de la nación, ha tenido que ser auxiliado por empresas privadas como la Tesla de Elon Musk.

Obvio, ni el programa espacial bajo control estatal fue perfecto (usado como arma en la Guerra Fría, sirviendo a intereses militares y de espionaje, etc) ni la participación en él de Tesla sea algo a priori negativo. Algunos dirían, de hecho, que Tesla parte de unos estándares morales marcadamente altos y tiene como meta un desarrollismo progresista deseable. Pero aún así…

Hay más ejemplos, claro, algunos dolorosamente recientes. Cabe recordar que, con el auge del trumpismo en EEUU y su proyecto de dirigir el país como si fuese una gran empresa, ciertas voces se alzaron animando al presidente Trump a cancelar la Constitución, instaurar la ley marcial y reemplazar al gobierno por una organización de la que fuese CEO. Y, por supuesto, vemos venir las diferentes vacunas al coronavirus de manos de empresas privadas que, trasladando su esperanza de éxito en la pura competición y con poca o ninguna cooperación entre sus investigaciones, se nutrieron de importantes cantidades de dinero público para ahora vender a los Estados un medicamento de su exclusiva propiedad. Aún hay que dar gracias a que dichos Estados repartirán el producto gratuitamente por medio de sus sistemas de salud. Eso, claro, en la mayor parte de Europa, pero ¿quién se preocupa, por ejemplo, de África?

¿Qué ha pasado con el sueño humanista y unionista de Roddenberry? ¿De dónde viene esta influencia atomizadora del individuo y destructora del concepto de Estado del Bienestar que aparenta tal hegemonía en la ficción especulativa actual? Del punto mágico del cual hablábamos al principio, y de quienes hoy día lo tienen en sus manos.

Aceleracionismos e Ilustración Oscura

En el corpus de la filosofía y las ciencias sociales, dos son las futurologías más marcadas contemporaneamente. Por un lado, los transhumanistas buscan la permanente mejora de las capacidades físicas y mentales de la humanidad por medio del uso de la tecnología, desarrollando para ello una tecnoética suficiente que potencie al ser humano sin perder por el camino aquello que lo hace precisamente humano. Un ejemplo en la cultura popular podría ser El hombre bicentenario de Isaac Asimov. Esto, en cierta manera, es algo inevitable: muchas voces señalan que la humanidad presente es de hecho ya transhumana, gracias a los avances en medicina y nutrición implementados en las sociedades avanzadas. El camino a la posthumanidad, a la fusión de biología y tecnología en un todo indistinguible, es para ellos algo necesario e inevitable: queda en debate, por supuesto, cómo y por qué medios exactamente ha de llegarse a ello.

Por otro lado, el aceleracionismo se dedica a aventurar la posible organización socieoconómica futura que tendría lugar de potenciarse (acelerarse) algunos de los rasgos ya existentes en la sociedad presente, a la vez que es influído por las ideas seminales de autores como el ya mentado Gibson o J. G. Ballard. Fundada por el filósofo inglés Nick Land, en su seno se han ido dando diferentes tendencias que han acabado cristalizando en dos vertientes mutuamente contradictorias.

Land y otros pensadores, en base a especular sobre qué pasaría de darse una expansión general del sistema capitalista y una radicalización del fenómeno globalizador del libre mercado, acaban concluyendo que en la etapa final del capitalismo, el cibercapitalismo tecnológico, tan solo existe capital puro, y el ser humano ha dejado de contar para nada más que como masa consumidora; masa a la que las corporaciones han de adiestrar en base a mercadotecnia para generar necesidades ficticias y así permitir que el flujo monetario continue. El progreso, por tanto, se daría como forma de incrementar y acelerar dicho flujo de capital, y sucedería completamente a parte de las necesidades humanas reales.

En base a estas conclusiones han acabado por fundar el movimiento neorreaccionario, también llamado Ilustración Oscura por considerarse del todo opuesto al espíritu ilustrado. Parte de la llamada derecha alternativa, su ideario es cuanto menos curioso: de raíz desacomplejadamente antidemocrática, establece que el ideal de igualdad es una ficción, y que la deriva histórica y la competencia entre individuos lleva a aquellos más inteligentes y más fuertes a mayores cotas de libertad y conocimiento, aunque sea en base a relegar a otros a la servidumbre y la ignorancia. Abogan por el desmoronamiento inevitable de los Estados modernos, y su sustitución por conglomerados empresariales que ejercerían como monarquías del Antiguo Régimen, ahora con CEOs en vez de reyes.

Viendo la naturaleza de las ficciones especulativas contemporaneas, creo que es clara la influencia que han recibido por parte de esta línea de pensamiento, al igual que veo evidente cómo ha empezado a influír en la propia realidad presente.

El elevado sueño de Roddenberry ha muerto sepultado bajo la filtración a la cultura popular de todos estos conceptos académicos. Suele darse, claro, que la cultura refleje con hasta décadas de diferencia lo que el pensamiento académico va pergueñando, y esta Ilustración Oscura lleva extendiendo sus ideas desde mediados de los 90. Por supuesto, ella misma se nutre de precedentes anteriores, como el discurso de Ned Beatty en Network (1976). Claro que entonces esos discursos eran una negra profecía y hoy día quienes los venden los dan como inevitables, deseables incluso.

Frente a ella, la otra rama del aceleracionismo, el llamado aceleracionismo de izquierda o progresista, formado patentemente en el no tan distante 2015, contempla la aceleración del capitalismo como una forma avanzar a su crisis terminal y alcanzar el postcapitalismo, al igual que sucedió con el sistema feudalista y el Antiguo Régimen.

Al contrario que su variante de derecha, abraza los ideales ilustrados y centra su especulación entorno a un humanismo inclusivo, no aristocrático, que abraza el sistema democrático y el reparto de poder y riqueza. Habrá que ver cuándo y cómo se filtra esto a la cultura popular, y que harán de ello las inquietas mentes de los escritores de ficción especulativa del mañana.

Pero, lo que es hoy, yo al menos me pregunto: de entre estas dos tendencias existentes, ¿cuál haría posible un futuro en que se pudiesen oír declaraciones como la de Spock durante su muerte al final de La ira de Khan? Creo que el lector sabrá responder por sí mismo.

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Ernesto Gimeno

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