Feria, de Ana Iris Simón

Descubrí a Ana Iris en la pantalla de mi móvil, por lo que me parece apropiado escribir esta reseña desde el móvil. Acabo de leerme de un tirón Feria (Círculo de Tiza, 2020), su primer libro, y que guarda en su prosa el mismo amor a la clase y al pueblo que los diarios de cuarentena con los que la descubrí en Vice, escribiendo sobre lo raro que es abrazar a tu compañero de piso. En esos días del confinamiento en los que yo apoyaba la frente contra el cristal del balcón deseando salir a la calle. Porque sí, la calle, para mí, para nuestra clase, es un destino en sí mismo.

Escrito por Aida dos Santos.

“Llegar a la universidad como si la Universidad fuera la Luna, y es que durante mucho tiempo, para los que son como nosotros, lo fue.” 

En enero de 2020 Mario Escribano tecleaba para Público que uno de cada diez universitarios vivía bajo el umbral de la pobreza. Podemos imaginarnos que una pandemia mundial después, la cosa no está mejor. Escribir con menos de 30 años sobre la vida de una tiene mérito, y el primer mérito es que Ana Iris se haya sacado de encima la acusación de pretenciosa, porque ni es cantante de rock ni política. Y parece que sólo albergan grandes historias aquellas personas que pasan trimestralmente por un centro de desintoxicación. Una gran historia de buen hacer es que una nieta de feriantes pueda narrar su historia y elevarla a universal. Porque aunque hayas nacido en otro país y a los pies del Atlántico, la historia de Simón en un pueblo manchego es la historia de nuestra clase en el siglo XXI.

Seguimos alcanzado las expectativas familiares siendo la primera generación en pisar una facultad, porque aquel boom de los años ochenta no fue, ni de lejos, un fenómeno que llenó las universidades de hijos e hijas de obreros y limpiadoras. Como a día de hoy, tampoco hay hijos ni hijas de repartidores y teleoperadoras. Para muchas de nosotras llegar a la universidad ha sido cómo llegar a la Luna, y Feria hace bien en reivindicar que la Universidad tampoco ha demostrado ser un fin en sí mismo, porque la precariedad que nos espera después de cuarto de Grado, se parece mucho más al primer empleo que tuvieron nuestros padres y madres con 14 años que al sueldo con el que pudieron pagar una hipoteca a los 22.

Creer que las series que eliges ver y los libros de Blackie que eliges leer forman parte de tu identidad como individuo”.

El concepto de identidad está manido, pero no por ello se ha definido, hace unos días teníamos al diputado del núcleo irradiador hablando de que la clase es una identidad porque se organizan los obreros en sindicatos y leen las mismas revistas en los mismos bares. Ojalá haberlo sabido antes, y en lugar de afiliarme a UGT me hubiese apuntado a la CEOE y sentirme burguesa, ya que estamos frivolizando con que la clase es identidad y no realidad material. 

Y buscando el link del Zoom donde se hablaba de identidad y clase, me he topado con María Hervás hablando de que cierran el Teatro Kamikaze, con la misma rabia que hace unos años me contaba que cerraban Garaje. Y he sentido que estoy muy orgullosa de la actriz María Hervás, quien sabe que es quién es por ser hija de una de las primeras mujeres que conducía un camión en España y de un hombre que manejaba un toro mecánico en los almacenes de correos. Y que sin ello no hubiese podido ser Iphigenia en Vallecas ni hablar del Charlot, que es el bar de la abuela de Iphigenia y el de la tía de María, ni de que los de nuestra clase siguen trabajando más allá de la jubilación porque las pensiones no nos dan para vivir, como tuvo que trabajar Paco el del FM, no porque trabajar sea nuestra identidad.

Qué razón tiene Ana Iris al decir que se pueden llevar pendientes de aro tan grandes como tu cabeza cuando no te han reducido a ello, cuando no te han señalado por la calle y murmurando “pedazo de guarra, quinqui de mierda”. O qué fácil es hablar de patria y de resignificar la bandera y ponérsela en el perfil de Twitter, cuando no te han hecho cantar el Cara el Sol o quién fusilaba a tus abuelos no se enorgullecía de llamarse a sí mismo, los nacionales.

“En el relato siempre es más fácil ser David que Goliat, sobre todo en un mundo que se ha convertido en una competición de plañiderías”

Hubo una generación de hombres a la que le robaron un par de mundiales futbolísticos y alguna Eurocopa. A las niñas de los años noventa nos robaron la calle. El relato paternalista de la brutal desaparición, violación y asesinato de Miriam, Desirée y Toñi nos encerró en nuestras casas y nos demostró que por mucho que se llenará España de libertades, ni la calle, ni la noche fueron ni son nuestro espacio de socialización seguro.

Quienes crecimos a caballo entre la ciudad, los barrios periféricos, las capitales de provincia y los pueblos deshabitados, podemos leer y recordar cómo se vivían esos contrastes de libertad para nosotras, las niñas, que no podíamos salir solas a comprar el pan en la ciudad pero sí pudimos desaparecer durante horas todas las tardes estivales en el pueblo.

Lees su prosa y suena Volver, y sus páginas huelen a puchero, a pimientos asados listos para embotellar, a la plancha de hamburguesas de las fiestas del pueblo, huele a polvo en los zapatos de punteras reforzadas, y melenas vírgenes peinadas sin tirones y con colonia recogidas en coletas altas, huele a ropa tendida de los primos pequeños, lees y recuerdas que la vida es eso y poco más.

Después de leer Feria una se acuerda de su familia, del relato familiar que nos han robado a los pobres que no tenemos testigos de nuestra historia, más que nosotros mismos. De la Ana Mari, la madre de Ana Iris, se dijo que era un cliché, un personaje propio del cine de Almodóvar y alejado de la realidad. Cuando personalmente conozco a más mujeres con el perfil de Penélope Cruz en Volver y Dolor y Gloria que en Vicky, Cristina, Barcelona.

Lo que me ha llevado a recordar a María Sánchez y su Tierra de Mujeres, dónde lamenta que conozcamos más detalles de las mujeres allende nuestros ríos que de nuestras propias abuelas, menuda suerte tuvo Ana Iris pudiendo conocer a las suyas, menuda suerte tenemos ahora que podemos leer su historia, que nos lleva a pensar en la propia.

“Por eso rara vez nos ponemos escote y los labios rojos para estar solas en casa, de la misma forma que el pavo real no desplegaría su cola si no hubiera una pava a la vista”

Así comienza el final del repaso de Ana Iris a lo masculino, a la definición del hombre blandengue del Fary contrapuesta al concepto de metrosexual que nos arrojó el fútbol a la cara de la mano de David Beckham. Cada párrafo de Feria es la prueba de que todas y cada una de nosotras llevamos una historia dentro vertebrada por las dinámicas neoliberales. Entendamos o no lo que significa el neoliberalismo, el anarcocapitalismo y el mercado de derivados.

Nos han vendido el cuento, a la mujeres, de que nos vestimos cómo y cuándo nos vestimos de determinada manera porque eso nos empodera, que actualizamos nuestro perfil continuamente en las redes porque nos gusta a nosotras y no porque nos gustan los likes y sabernos vistas, no por la masa, no nos engañemos, sabemos porqué y para quién las subimos. Y que además, machete al machote, debemos recriminar al hombre que hace zoom, al que hace captura de pantalla, al que responde con lascivia. Porque nos vestimos por y para nosotras, nos fotografiamos por y para nosotras mismas, no para despertar sentimientos en nadie, y que si los siente ese señor y hace zoom, es un fascista.

“Tendré que explicarte lo que es un pueblo”

Casi al final del libro encontramos una declaración, prácticamente epistolar, hacia un hijo, un por qué se tienen hijos. Una muestra, un botón, de la necesidad que tenemos de narrar nuestra historia y como esa narración es oralidad cuando compartimos, una sobremesa tras otra, nuestra historia familiar con nuestra propia familia. Cómo nos sentimos aquellas que por una razón u otra perdemos el derecho a narrar nuestra historia a un público fiel los domingos por la tarde porque no tenemos hijos. Quizá por ello hay más mujeres que hombres que escriben su propio Blog (Encuesta de prácticas y hábitos culturales en España, 2018-2019).

Tenga un hijo al que llevar a Campo de Criptana o no lo tenga, Ana Iris nos ha hecho el gran regalo de contarnos su historia, de hacer universal las tardes de pegarle toques a los chicos e intercambiar SMS, de señalar porque dejamos de ir a las ferias de los pueblos cuando la vida en las ciudades se convirtió en una.

Referencias

IRIS SIMÓN, Ana. “Diario de cuarentena en un piso compartido en Madrid: semana 4” en Vice (10 de abril de 2020)

ESCRIBANO, Mario “Titulados pobres: la crisis diluye el blindaje de la universidad” en Público (25 de enero 2020)

ERREJÓN, Iñigo “Sobre la clase y las “políticas de la identidad” en Twitter (30 de diciembre de 2020)

HERVÁS, María “2021_ Kamikaze RIP” en Instagram

VALDÉS, Isabel “Pedazo de guarra, quinqui de mierda” en El País (30 de julio de 2019)

MORALEDA, Alba “De Alcàsser a La Manada: ellos violan, matan, o ambas, y ellas tienen la culpa” en El País (17 de abril de 2018)

SERRATO, Mercedes “El Fary y el hombre blandengue: 4 Claves de una masculinidad para repensar” en Cámara Cívica 

Encuesta de prácticas y hábitos culturales en España, 2018-2019

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Aida Dos Santos

Politóloga e Investigadora Social: hace encuestas y escribe en Twitter. Podría ser de Madrí pero nació en una República. Pasó por el CIS antes de Tezanos. Ejkea y pronuncia las uves. Apuesta siempre al rojo y duerme poco. No tiene ni puta idea de cultura pop, pero lo intenta.
She wants to knit free.

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