Introducción.
El pasado 10 de julio de 2024 tuve la oportunidad de asistir a la última de las sesiones del curso de verano de la UCA dedicado a los conflictos armados en este primer cuarto del siglo XXI, coordinado por Jesús García García, Manuel Rodríguez Morillo y José Marchena Domínguez.
Reflexionaremos sobre la conferencia Cómo contar la “guerra de los vivos”: experiencias desde Ucrania, desarrollada por Ebbaba Hameida. Ebbada, como reportera de RTVE en la zona nos trasladó su enfoque y su trabajo en relación a la vida de los habitantes de las zonas azotadas por la guerra entre Rusia y Ucrania. Es decir, al hilo del relato de Ebbaba, de su experiencia y por ende de su perspectiva, trataré de exponer el rol que desempeña –a mi juicio- la información veraz en la sociedad actual y muy especialmente en el contexto de la gestión política de los conflictos armados.
Empecemos diciendo una obviedad necesaria, importante: La guerra es uno de los tres principales negocios en el mundo actual. Favorece además otros que también son negocios principales, como son la trata de blancas y el narcotráfico. Estos tres áreas de negocio comparten varios rasgos: tienen una visión muy negativa por parte de la población civil, tienden a escapar del control de las leyes internacionales y de los estados, la democracia y la información veraz les resultan inconvenientes y, en conclusión de lo anterior, necesitan intervenir en la información para generar un discurso favorable a sus operaciones. Suele atribuirse a Esquilo esta máxima: La Verdad, primera víctima de la guerra.
Durante su intervención la periodista Ebbaba Hameida planteó los que a su juicio son los horizontes posibles para el suministro de una información veraz en la sociedad actual. En dicha reflexión señaló que quizás en un futuro próximo el acceso a una información veraz estaría vinculado a la suscripción bajo pago a pequeños medios alternativos de información.
A mi juicio esta disyuntiva es ya en sí misma contraria a la pervivencia de las sociedades abiertas y democráticas. No ya las sociedades democráticas, sino cualquier comunidad política requiere de un bien básico para un funcionamiento coherente y para que exista la posibilidad de que el ciudadano pueda comprender y operar en un estado de derechos y deberes.
Hameida se refirió a que en ese modelo habría que pagar la información. Se hace necesario aquí recordar que los ciudadanos ya pagamos por ella. De hecho los medios públicos como RTVE, RTVA, RNE, etc. cuenta con una gran financiación desde los Presupuestos Generales del Estado. Esta financiación se justifica en el objetivo de que dichos medios garanticen funciones públicas necesarias en un estado democrático.
La Verdad en un mundo virtual.
La gestión de la información se ha convertido en los últimos años en un controvertido eje central para las sociedades tecnológicamente desarrolladas. Gracias al espectacular despliegue de las nuevas tecnologías se ha producido la constatación de un salto exponencial en la capacidad de comunicar –con el consiguiente aumento del número de impactos percibidos diariamente-, incluyéndose una nueva dimensión en la capacidad de divulgar bulos, crear y difundir “postverdad” (el “mentir” de nuestros abuelos) y crear percepciones de la realidad que se fundan en un relato, no ya parcial o de parte, sino manifiestamente falso.
En Telépolis, como Javier Echeverría denominaba a la sociedad actual, la realidad se construye por la suma de informaciones que recogemos de diferentes medios que intermedian entre nosotros y la realidad. Estamos por tanto en una nueva dimensión del mito platónico de La Caverna, que magistralmente ilustraron las hermanas Wachowski en su trilogía The Matrix. Previamente fue ya anticipado por Orwell en su célebre 1984.
En síntesis podríamos señalar la facilidad, en un mundo virtual, para general una percepción virtual del mundo, y por ello parcial o totalmente desvinculada de la realidad, que condicione –o controle- nuestro comportamiento y nuestras decisiones más trascendentes.
La información veraz, bien público y premisa de libertad.
La información para quien la pague. La sanidad para el que la pague. El agua para el que la pague. Los bancos del parque para el que lo pague. El aire para el que lo pague. ¿Hasta cuando es necesario seguir ejemplificando una lógica insostenible en cualquier comunidad política?
Decía Montanari en La pietre e il popolo (2013), que si el patrimonio no genera futuro en términos de ciudadanía, integración e igualdad constitucional y en la vida social, no sirve de nada y no merece la pena conservarlo. En el mismo sentido debemos sostener la importancia de la conservación de lo público, no ya en referencia con el espacio público o social, sino con elementos quizás menos visibles –como el aire- pero vitales para poder respirar y ejercer una vida democrática.
En el contexto político postsoviético, la doctrina del capitalismo salvaje neoliberal ha impuesto como dogma la reducción a la mínima expresión o la desaparición de lo público. Observamos e identificamos con facilidad la destrucción de los sistemas públicos de Salud, Educación, Transportes, etc. Sin embargo nos resulta más difícil identificar otros procesos menos evidentes.
Asistimos con “naturalidad” a un proceso en el que los bienes básicos para la vida han sido privatizados, convertidos en mercancía y alienados de sus comunidades naturales y aún antes de su biotopo original. En este proceso perverso –en términos de la lógica del funcionamiento de la Naturaleza, del espacio vital del que dependemos- el primer paso fue patentar remedios naturales y tradicionales como principios activos propiedad de una marca farmacéutica. De este modo se convirtió en propiedad privada la medicina natural y con ello todo uso comercial de los parabienes de las plantas. Un siguiente paso reseñable ha sido la patrimonialización de los acuíferos, es decir, la conversión del agua –un recurso crucial para la vida- en una propiedad privada. Así encontramos acuíferos, que son fundamentales para el funcionamiento de un gran ecosistema, gestionados al socaire del interés de corporaciones transnacionales. Asistimos pues a la conversión de los derechos en una mercancía para el beneficio de las grandes corporaciones.
Uno de los grandes triunfos del discurso neoliberal ha sido la asunción por parte de la población de la idea de que todo es una mercancía en un sistema de mercado. Y este “todo” ha llegado a las más insospechadas latitudes mentales.
Un ejemplo muy gráfico en nuestra Andalucía es como se producen quejas de vecinas y vecinos por el uso de fuentes públicas cuando acuden familias en riesgo de exclusión (de pobreza miserable, que dirían nuestros abuelos) a proveerse de agua, para poder vivir, lavarse, beber, cocinar, etc. El argumento de las quejas es “si quieren agua que la paguen”. Tan crudo y duro argumento, que condenaría a estas familias a una desesperación insospechable, se basa en la falsa idea de que el agua es un producto, ya que confunden en la factura el coste del transporte y suministro con el coste del agua. El agua en sí no es un producto y no tiene precio, sino que se factura su abastecimiento. Es decir, se cobra por llevarla a tu casa para que no tengas que acudir a la fuente a recogerla, donde siempre, desde el principio de los tiempos, en cualquier comunidad humana, fue gratis, libre y de todos.
En esta lógica, la información no es sino el siguiente y necesario paso en el proceso. Sin embargo no podemos entender este interés comercial por la información como algo nuevo, ni tampoco vinculado principalmente al negocio. El primer interés del control de la información es el control de la opinión pública: la labor intensiva de hacer coincidir la opinión pública con la opinión publicada, atendiendo esta última, antes que a criterios de profesionalidad o interés público, a los intereses comerciales de las corporaciones propietarias de los medios de masas, a los que hay que añadir recientemente a las redes sociales, dotadas de un mayor potencial alienador.
Históricamente este interés por el control del relato –algo que se nos dice moderno- hunde sus raíces ya en el Mundo Antiguo, en la Grecia clásica y en la propia Roma republicana. En el siglo I a.C. tanto Mario como César hicieron campaña al consulado in absentia mediante la publicación de cartas o escritos en los que narraban sus logros militares y sus planteamientos políticos. De esta acción nace la celebérrima Guerra de las Galias. Pero sin duda vivió un auge insospechado durante el siglo XIX con el despliegue de la prensa como herramienta de difusión de las ideas liberales.
¿Qué fue de Anita Pastor?
No es que consideremos que en la profesión periodística no haya personas dedicadas y comprometidas con facilitar una información veraz como servicio público fundamental para las sociedades plurales y conectadas con la realidad. En España podemos relatar un rosario de ceses de profesionales cuya única falta fue tener éxito comunicando una información de interés público y con un enfoque plural. Resulta evidente que existe una resistencia, minoritaria, que intenta ejercer un periodismo al servicio del público. La cuestión es que este no está al servicio del juego que domina y controla los medios y la profesión, y por ello acaban, tarde o temprano siendo purgados. Como dijo Napoleón en el incendio de Moscú: “Lo que no contribuye al incendio, no está en su sitio”.
Como defendía Orwell, “Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se sepa. Lo demás es Relaciones Públicas”. Y es en esencia lo que tenemos, relaciones públicas. Periodismo, según esta definición fue lo que hizo Julian Assange y ha pagado por ello un alto precio.
Por tanto, el relato de Hameida es desde su perspectiva un discurso coherente y honesto. De sus palabras se evidencia que vive y cree aquello que nos relata en relación con su labor. Sin embargo, su voz, su “verdad” en el relato de las víctimas de un terrible conflicto, queda insertado en un marco mayor en el que, lejos de su intención, acaba por complementar un discurso totalizante. En él, por ejemplo, su labor sirve de base para justificar la participación de la UE en la guerra, el auge de discursos de la extrema derecha, el militarismo, etc.
En 1996 durante una entrevista en la BBC Noam Chomsky realizó una sintética explicación de por qué los medios de comunicación son una farsa. Para ello acudió al trabajo de Orwell sobre la censura en la literatura británica, encontrando dos factores fundamentales: La propiedad privada de la mayoría de los medios y la producción y selección de los perfiles adecuados para ser utilizados como profesionales en dichos medios. Ante esto el periodista se defendió: “¿Cómo puedes saber que me estoy autocensurando?”. La respuesta resulta demoledora: “No digo que te autocensures. Estoy seguro de que crees todo lo que dices. Lo que estoy diciendo es que no si creyeras algo diferente no estarías ahí sentado”.
Durante la visita de Rafael Correa –presidente de Ecuador- a España fue entrevistado por Ana Pastor, en una de sus habituales incisivas actuaciones. La periodista señaló una supuesta campaña de acoso del gobierno ecuatoriano. El presidente Correa refutó este planteamiento refiriendo como los medios de comunicación eran los grandes electores, como difundían bulos, hacían campañas y como habían apoyado a dictaduras. Aclaró que las sanciones contra medios estaban relacionadas con la emisión de noticias falsas, actuando en contra de su código deontológico. Correa comentaba como el interés del propietario –línea editorial- se impone por encima del criterio del periodista. Pastor defiende que la profesionalidad se impone. Correa regresó poco después a España, tras la llegada a la Moncloa de Rajoy. En la entrevista en RTVE preguntó a la nueva periodista dónde estaba Pastor. La respuesta fue lacónica: “Ya no está”.
La necesidad de respirar… democracia.
En la comedia de Spaceballs (1987) de Mel Brooks, el dictador del imperio galáctico negaba la falta de oxígeno mientras consumía Perri-air, aire fresco embotellado. Tan básico como el derecho a respirar –a vivir- es el derecho a conocer la realidad que nos rodea y en la que debemos desenvolvernos como ciudadanos.
Dejar un bien de interés público en manos de la gestión privada –de intereses privados- conlleva una contradicción de base –un conflicto de intereses evidente- que pone en manifiesto riesgo la seguridad de la comunidad.
Por tanto, como bien de necesidad pública la información veraz, puede ser teóricamente proveída complementariamente por corporaciones, pero debe ser garantizada por las instituciones públicas que son propias de la comunidad y que la salvaguardan.
Debemos en consecuencia evitar entregarnos a la dinámica de una lógica neoliberal en la que los derechos se convierten en mercancía y se pervierten su sentido y su contenido, transmutando la medicina en veneno, y la información en desinformación.
Los conflictos armados requieren de una fase previa generadora del clima que los hace posibles y tolerables. Para ello es crucial la hegemonía en el relato mediático de los argumentos que favorecen el belicismo y conducen a aceptar la renuncias en bien de conseguir el objetivo militar. Así se desencadena una amplia e intensa campaña de contaminación comunicacional con el objetivo de conducir al pueblo a tomar la decisión más tendente a los intereses belicistas.
El más célebre de estos procesos de adulteración del libre pensamiento en las sociedades llamadas democráticas es el caso de la campaña previa a la intervención estadounidense en Cuba, con aquel célebre “Yo pondré la guerra” de Randolf Hearst. Pero quizás uno de los casos más paradigmáticos fue la sumisión y alienación de la propia prensa estadounidense en el marco de la Primera Guerra de Irak, como se denuncia en el documental producido por Channel Four y dirigido por la periodista Maggie O’Kane, Cabalgando sobre la tormenta: como contar mentiras y ganar guerras.
Lo que se evidencia en estos procesos, y queda desnudado en el citado documental, es como la generalidad de periodistas y los medios se pliegan e incluso colaboran abiertamente con la difusión del discurso belicista, hasta el punto que la información se convierte en intoxicación del debate público, cuando no en su secuestro. En este proceso rápidamente se pasa a una ofensiva de acoso y derribo contra las voces críticas, favorecido por un ambiente de caza de bruzas (Assange o Snowden) que ya evidencia una carga de violencia verbal hacia la disidencia contra la causa bélica.
El resultado de esta terrorífica deriva es una radicalización de la autocensura, la consiguiente intoxicación informativa y la imposición desde los medios de comunicación de un discurso falso, interesado y de rasgos autoritarios, que lleva al ridículo de ondear banderas ucranias –pero no palestinas- en gasolineras e instituciones de España. El clima social en el que deriva es más propio de las dictaduras fascistas que de un estado democrático, y por consiguiente las mecánicas que se reproducen, no sólo nos conducen a la participación en un conflicto armado, sino que además erosionan profundamente a las instituciones democráticas y la fe del pueblo en la democracia. Todo ello resulta en la reproducción de una cultura belicista y autoritaria que nos acerca a revivir periodos oscuros como el vivido en Europa con el ascenso del nazismo.
Todo ello sería imposible si una prensa de libre y plural, de corte democrático, ejerciera las funciones sociales que descansan en el correcto ejercicio de su profesión. Por esto nos preguntamos, siguiendo con la definición de Orwell sobre el Periodismo, ¿existe el Periodismo o es todo Relaciones Públicas?
Autor: Vicente Terenti Cordero.