La mayor crisis del reinado de Isabel II se cerró con un sometimiento inédito de la Casa Real británica al deseo popular, desnaturalizando para siempre a la institución monárquica y acercando cada vez más sus dinámicas al hacer republicano
Toda institución política tiene una especie de Volkgeist (concepto romántico que atribuye a un sujeto rasgos permanentes en el tiempo). El espíritu de la monarquía es el absoluto alejamiento de la voluntad popular. Para los monárquicos la vox populi es algo reservado, en el mejor de los casos, para los políticos, pero no un mandato a tener en cuenta, ni mucho menos a obedecer. Tiene lógica que la monarquía normalmente niegue el poder de influencia del público ya que un acercamiento implicaría aceptar reglas de juego tremendamente peligrosas para una institución cuya esencia misma es extra-popular y antidemocrática (negación de la política).
Cuando se cumplen 20 años de la muerte de Diana de Gales, para todos Lady Di, resulta interesante repasar la gestión que Buckingham Palace hizo de aquella crisis y cómo la respuesta dada, al ser profundamente política, cambió para siempre el sentido de las monarquías europeas, convirtiéndolas en entidades cada vez más republicanas, lo que les precipita a una desaparición por vaciamiento de sentido propio.
La muerte de Lady Di comienza con su revelación sobre la infidelidad del Príncipe Carlos. Aquella famosa frase, “éramos tres en mi matrimonio”, suponía una ruptura del relato mágico monárquico para acercarlo a algo tan vulgar (popular) como el hombre sometido por las pasiones (mentira y sexualidad). Demostrar una imperfección terrenal abrió las puertas a un interés por conocer ese culebrón que se sentía zafio y atractivo a partes iguales, donde había víctimas y verdugos, y donde sobre todo había una familia enfrentada, como si fueran verdaderos humanos. La princesa mitificada también se refuerza por este aspecto de mujer <mal tratada>, que junto a su inclinación benéfica la convertían en una especia de luchadora olvidada por una élite que ella misma rechaza, pero que no olvidemos, de la que fue parte activa.
El acecho de los paparazis es la consecuencia directa de la apertura que Diana hizo a lo popular. El pueblo es imparable y soberano, es absoluto, y ella misma comprendió que desnaturalizarse como miembro de una familia real inició una etapa conflictiva que terminaría con su misma muerte 16 años después de que antes de casarse un ginecólogo de la familia real constatara su virginidad.
Tras el accidente de tráfico que cambió para siempre a Reino Unido, las primeras furias se desataron contra los medios. El pueblo que veía en una figura femenina abnegada y profundamente patriarcal a una aliada de penas, clamó contra la presión mediática que ellos mismos habían alentado consumiendo masivamente los productos rosas. Los medios supieron reaccionar pronto cambiando el foco del ataque (el pueblo siempre necesita culpables). La figura aparentemente antagónica a la “moderna” Diana era la reina Isabel y ella les dio el marco perfecto para convertirla en la verdadera asesina moral de Lady Di. Ante una crisis evidente, la gestión por la que optó la Casa Real fue la propia de una monarquía, la inmutabilidad, una cualidad cercana a su sentir divino. Isabel II decidió no alterar sus vacaciones en Balmoral (Escocia) , todo ello mientras el pueblo se rompía de dolor por su nueva heroína (algo así como la victoria del papel cuché sobre los mineros). Flores, velas y muchos gritos de “¡vosotros la habéis matado!” a las puertas de palacio –como si el pueblo quisiera entrar dentro–, que recuerdan ciertamente a los judíos arrepentidos tras la muerte de Jesús, contrastaban con la ausencia de posición oficial de la monarquía. Parece que Buckingham quería tratar este tema de forma privada, negando el estatus de asunto público a la muerte de una verdadera no-miembro, aunque princesa de Gales. Por eso, el discurso que se preparó era el de una abuela a la que solo le importaba preservar la privacidad de sus nietos.
¿Fue el deber de abuela el que se impuso sobre el de reina? ¿O tal vez fue el deber de reina tradicional el que le impidió mostrar cualquier sometimiento al clamor popular por una persona que les había “traicionado”? Y justo aquí entra en juego la política: un Tony Blair investido por una reciente mayoría aplastante. Blair recuerda que el estado de la opinión pública durante esos días hizo peligrar realmente la monarquía y así se lo transmitió a la reina. O la monarquía se sometía al pueblo y volvía a Londres o posiblemente jamás esa opinión pública volviera a entonar el “God Save the Queen”.
Y pasó: volvieron a Londres y pusieron a media asta la bandera del palacio, hubo funeral de Estado, se acercaron a la multitud congregada y la reina se dirigió al pueblo por televisión de forma inédita. La monarquía por primera vez se quedó desposeída de cualquier capacidad de autodeterminación e hizo lo que se le pedía, sin duda en contra de lo que Isabel II sentía y sobre todo en contra de lo que Felipe de Edimburgo, el consorte, pensaba. Posiblemente este sometimiento residió en una voluntad posterior de preservar ciertas partes del relato heroico de Diana a favor de la propia monarquía, de forma que se traspasara a sus hijos ese caudal de popularidad y facilitar un linaje imparable.
¿Salió la monarquía británica? Según la mayoría de estudios sí. Su popularidad sigue siendo alta y ha logrado consolidar a Guillermo como heredero práctico, no sin renunciar de nuevo a su esencia, al someter –aparentemente– la sucesión a un criterio propio de la comunicación política (el perfil del “candidato”). Sin embargo, un análisis más distante puede ver en este proceso de sometimiento monárquico a la voluntad popular que se vivió en 1997 no solo un cambio para siempre de las formas reales, sino un inicio de la desaparición misma de la institución, ya que ha demostrado la idoneidad de aceptar los contextos y sus exigencias, además del valor estratégico de la opinión pública, lo que la desprotege totalmente de una embestida republicana.
La ola de republicanismo monárquico tiene sus secuelas en toda Europa. Las abdicaciones en Bélgica, Holanda o España, todas ellas bajo criterios profundamente político-estratégicos y como respuesta a escándalos de diversa magnitud, algo propio de los representantes populares, demuestran que la institución vive un proceso de transformación que terminará por dejarla tan carente de sentido en su desnaturalización que las repúblicas se convertirán en la forma unánime de gobierno. El pueblo vuelve a cometer un “monarquicidio”.
Tres recomendaciones:
Recomendación musical: Lady Di de Poetarras
Recomendación cinematográfica: Diana en primera persona (documental)
Recomendación de lectura para entender lo previo: La monarquía inglesa contemporánea, de Sir Charles Petrie.