Por una misión didáctica en la cultura difusa moderna (II): el ahora

Hay, evidentemente, un cambio abismal entre esa España rural casi medieval que todavía pervivía a principios del siglo XX, y la realidad nacional actual. Como se dijo en el anterior artículo, junto a la voluntad sociopolítica de las distintas administraciones para que esta transformación se diese, hay que otorgarle un papel preponderante a las cada vez más sofisticadas tecnologías de telecomunicación que la era de las mismas nos ha dado.

El acceso amplio a la radio, a la televisión y, más recientemente, a una internet cada vez más presente en nuestra realidad cotidiana, han permitido la filtración de ideas y conceptos complejos al grueso de la población. No me parece nada osado afirmar que esto solo ya ha facilitado buena parte de esa transformación sociopolítica, que ha permitido elevar el tono del discurso público a todos los niveles y concienciar a la gente sobre una interpretación cada vez más poliédrica y crítica de la realidad en que estamos inmersos.

Esto, en cierta manera, otorgaría crédito a la intuición de Cossío sobre la cultura difusa. Sin embargo, pese a que los medios de transmisión son cada vez más avanzados, la función de los mismos como motor de cambio y progreso social se hace más limitada. Son justo las herramientas que permitieron la mejora del discurso público las que ahora hacen que se enquiste, se diluya y pierda el rumbo. El caso de internet, y la naturaleza de su encarnación presente, merece un análisis especialmente detenido.

Otros medios más profesionalizados cuentan con la piedra de toque de la deontología que rige su sector, en este caso la periodística. Ese “informar, formar, transformar y entretener” que en nuestro país ha tenido pioneros y defensores de tremenda talla, ha sentado las bases de un modelo tan ambicioso como útil.

Y aunque aún queda mucho de eso, la vulneración contemporánea de dicho modelo, en que se informa parcial y adocenadamente, a penas se forma a nivel ético o estético, y la voluntad transformadora prácticamente ha desaparecido, ha dado alas a internet para postularse a sí misma como medio alternativo de obtención de dichos parabienes.

Sin embargo, no hay aquí deontología alguna que regule, modere y dirija la labor comunicativa del medio, más allá de las normas de los administradores privados de cada portal o red social, más interesados en cuestiones estratégicas de audiencia o mercado que en disquisiciones sobre la idoneidad de su oferta, su valor divulgativo, o tan siquiera su veracidad o confiabilidad.

Esto, paradójicamente, lleva a un descuido flagrante en las labores de información, formación y transformación, precisamente la base de la crítica a los medios anteriores.

Internet no es, pues, la respuesta a la crisis de los medios tradicionales, que éstos habrán de encarar con sus propias herramientas, sino que aún ha de darse a sí misma los límites y canales delimitados que necesita en su proceso madurativo todavía inacabado.

También resulta una paradoja que algunos de los puntos fuertes de internet como canal acaben por ser también algunas de sus más graves taras. Es evidente que la inmediatez y la facilidad en la transmisión de información son toda una ventaja, pero cuando esto tiende a aplicarse a la información misma, el resultado no es precisamente positivo. Es posible rastrear hasta aquí la dificultad de grandes sectores de la población a la hora de descifrar (o simplemente de enfrentarse a) textos de cierta extensión y complejidad. Y cabe decir que cualquier tema mínimamente importante requiere de ambas cosas.

La sobreabundancia de información de formato corto y fácilmente digerible predispone a dos errores fatales: por un lado, dificulta el acceso a discursos o ideas de cierta enjundia; y por otro, crea la peligrosa ilusión de conocimiento de un tema en base a retazos, a resúmenes del mismo. Este saber superficial, insuficiente y, en muchas ocasiones, malinterpretado o directamente erróneo, es una causa radical del estancamiento y polarización del debate público.

Vivimos unos tiempos en que, para comprender aunque sea someramente la realidad, se necesita de unas herramientas cada vez más complejas, entre las cuales encontramos principalmente ese conocimiento cuya transmisión por medio de la cultura difusa actual sufre de tanto ruido y tantas dificultades. Sin una filtración suficiente del mismo que permee la forma y fondo del debate público sobre cualquier tema de peso, éste acaba condenado indefectiblemente a su degeneración, por simple y llana incomprensión de las bases mismas del discurso.

Pongamos por caso el terreno científico: la ignorancia sobre las bases que rigen tanto el proceso científico como sus más recientes hallazgos ha supuesto, en internet, el reflorecimiento de explicaciones pseudocientíficas espurias y bastante absurdas (terraplanismo, chamanismo, homeopatía, antivacunación, etc) dejando la labor de grandes divulgadores como Carl Sagan en su libro El mundo y sus demonios a la altura del betún.

La sociopolítica tampoco escapa de esta mecánica simplificadora. La falta de conceptualización suficiente lleva a la creación de bloques antitéticos irreconciliables, véase por ejemplo: por un lado, la defensa de una libertad tan ilimitada como imposible, rallana en el “todo vale”, que llega incluso a proponer el absurdo de limitar la elección de otros como forma de preservar la perfecta libre volición individual; y por otro, una caterva mojigata que trata de dictar máximos morales como absolutos y obligatorios en un intento miope, absolutista, de “rectificar” las cosas de maneras que ni los más locos utopismos concibieron.

Ambos tratando de vencer sin convencer, imponerse por el grito o por la repetición cansina, condenando al debate a la infructificación, al yermo más absoluto. Y por señalar alguna aburdez de tantas dentro de esa dinámica, ni los unos, que critican, ni los otros, que abrazan, conocen bien el pensamiento de gente como puedan ser Adorno o Habermas, por más que usen elementos de la teoría crítica en forma de escudo argumental.

Frente a esta esterilidad discursiva, muchas veces alentada por sectores que buscan la poca altura del debate como forma de hacer medrar su agenda, se hace necesario un contrapoder, uno de naturaleza didáctica, con la voluntad de usar un medio como internet de forma que sea posible la realización de su mejor potencia: la transmisión, de forma amena y efectiva, de todas esas herramientas sapienciales tan necesarias en la actualidad.

Filtrar, en el caso de la esfera social, los distintos frentes abiertos en el terreno académico de disciplinas como filosofía, psicología, sociología, antropología o ciencias políticas, como forma de elevar el tono del discurso y favorecer interpretaciones más informadas y ajustadas a realidad.

Expandir, como ambicionaban los profesores misioneros hace ya tanto mediante la compartición generosa de bienes culturales, la consciencia de cada individuo sobre sí mismo y su entorno, y abrirlo a una interpretación cada vez más exhaustiva de todo aquello que concierna a su legítimo interés. Y este contrapoder, claro, debe estar compuesto de personas: gente formada, desinteresada, con voluntad divulgativa y fe firme en que el aprendizaje es el medio primero y primordial de cambiar, de hacer progresar, todo aquello que concierna al ser humano.

No faltarían, claro, las acusaciones de adoctrinamiento, como no faltaron a las propias misiones pedagógicas republicanas durante el bienio radical-cedista, o incluso antes desde sectores de la izquierda revolucionaria. Para muchos, al parecer, es casi un anatema tratar de educar al pueblo, pues hasta la acción didáctica hecha desde la mejor fe les parece peligrosamente subversiva. Al menos, siempre y cuando no se tenga el control sobre la misma.

Efectivamente, el riesgo de adoctrinamiento existe, y lo hace en todos y cada uno de los procesos educativos imaginables, hasta en la más noble de las voluntades, pues recordemos que el camino al infierno suele estar empedrado de buenas intenciones.

Sin embargo, muchas veces es un riesgo que debe asumirse, pues la educación es siempre preferible a la falta de ella, y siendo lo suficientemente variada y fuerte, logra por sí misma encontrar el virtuoso camino del medio entre la rigidez de la ideología pura y la vacuidad total de la ignorancia, y aún más, logra individuos no sólo capaces de recibir saberes, sino también de cuestionarlos inteligentemente. Y, huelga decir, este peligro disminuye cuanto más preparado y más vocacional es el docente encarcado de transmitir dicho saber.

En palabras de Cossío, antes de ver desmantelado su proyecto dorado: “No comprendo por qué odian de esa manera a las Misiones. Las Misiones no hacen más que educar. Y a España la salvación ha de venirle por la educación.”

Hablando ya a título personal, es aquí (y en un blog de literatura en el que recomiendo libros ) donde pongo mi granito de arena misionero. En cuanto me hablaron del proyecto que es Cámara Cívica, me enamoré de inmediato: Un portal que usa la cultura pop como medio de transmisión de ideas complejas para que éstas permeen en el tejido social, favoreciendo una ciudadanía más informada y autoconsciente, se me antojó de una potencialidad didáctica brutal. Sentí que, a parte de mi propio trabajo, podía ejercer desde ahí un cierto activismo divulgativo.

Enseguida tuve en mente la imagen de las misiones pedagógicas, y he querido plasmar en estos artículos el paralelismo que me impulsó a tomar la iniciativa en el medio. Para alguien como yo, un loco eremita virtual que ha renunciado a las grandes redes sociales por desidia y desencanto, fue un gran paso. Pero he obtenido mucha esperanza de ello: esperanza radicada sobre todo en los maravillosos textos que he podido encontrar aquí, y en las no menos grandes personas que hay tras ellos, con una marcada vocación difusora.

También me ha hecho conocedor, desde mis sombras particulares y mi espía desvergonzada, de otros proyectos con los que no puedo sino simpatizar, como los de Filosofers, o el colectivo Mentes Inquietas; o las amables personas de Beers&Politics que me permitieron colaborar en una de sus publicaciones, en la que me topé entre otros con el nombre de Enric Fernández Gel y supe así de la gran labor que lleva a cabo en youtube con su canal Adictos a la filosofía.

Y sé que me dejo a muchos en el tintero, pues no están solos, cada vez más personas se lanzan a la pedagogía y la divulgación en internet con notable acierto. Casos así me llenan de confianza en que cada vez hay más gente formada, capaz y genuinamente generosa que se entrega a esta misión didáctica en pos de enriquecer la cultura difusa moderna, llenándola de contenidos de calidad.

Mi aportación tal vez sea nimia y de altura discutible, pero el conjunto del cuadro que puedo observar desde la tribuna que tan amablemente se me ha ofrecido es sin duda hermoso. La cultura y el conocimiento, como la vida, se abren paso.

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Ernesto Gimeno

Lector compulsivo. Cinéfilo recalcitrante. Otaku de la vieja escuela. Siete veces más friki que tú. Ah, y filósofo

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