La trampa del determinismo: Juicio al crimen de Pioz

Si hay algo que nunca dejará de fascinarnos como especie, eso sería la peculiar percepción del yo que tiene el género humano. Esta aparente capacidad de gobierno sobre pensamientos, sentimientos, pulsiones y acciones nos lleva a dos de las más grandes preguntas de todos los tiempos: ¿es la voluntad algo real, o ilusorio?, ¿es la libertad posible, o un constructo inviable no acorde a la realidad?

Ante este campo de conocimiento caben, claro, diferentes interpretaciones. Una de ellas ha tenido últimamente un tirón mediático importante, al ser parte capital en la defensa de Patrick Nogueira Gouveia, el ya condenado asesino de Pioz. Acusado de matar y descuartizar a sus tíos Marcos Campos y Janaina Santos, así como a los hijos de éstos, Carolina y Davi, en su defensa durante el juicio hemos visto cómo salían a relucir datos sobre su psique de todo tipo. Traumas infantiles, pasiones y sentimientos aparentemente incontrolables, e incluso un cerebro anormal; cosas todas que trataban de eximir, total o parcialmente, al acusado de su responsabilidad en los hechos.

Toda esta sarta de datos está fuertemente relacionada con una de las posiciones filosóficas básicas acerca del problema de la libertad: el determinismo. Esta posición aboga que la voluntad es un engaño perceptivo de la mente, que racionaliza una decisión que ha sido tomada a priori y de manera involuntaria. La libertad, por tanto, sería una invención falaz, que oculta el hecho de que todo individuo está programado de antemano a llevar un y solo un curso de acción prefijado, en función de los estímulos a que es sometido y las circunstancias que le rodean.

Las morbosas y truculentas acciones de las que Patrick fue protagonista, sobre las que no me detendré más de lo debido, no harían recaer, según tanto esta posición como su propia defensa, ningún tipo de responsabilidad sobre él mismo. Patrick es presentado aquí como un mero vehículo de la fatalidad: un individuo cuyas vivencias y psique enferma convirtieron en una especie de arma cargada, esperando a que las adecuadas circunstancias exteriores la detonaran.

He de reconocer que, más allá de las circunstancias del caso, me sorprendió mucho tanto el uso como la difusión periodística de esta defensa. Afortunadamente, parece que la misma no ha calado ni en la judicatura ni en el jurado encargados del caso, quienes han reconocido la voluntad efectiva de Patrick en los hechos. Desde mi personal punto de vista, la defensa del determinismo no sólo me parece difícil y carente de base factual firme, sino también simple y llanamente peligrosa. Un concepto que, de tener un uso sociopolítico amplio, sería potencialmente devastador.

El poco tino de la defensa

Antes de continuar, detengámonos un poco más en el caso mismo. Quien lo haya seguido de cerca seguramente convendrá, coincidiendo con el criterio del veredicto, en que hay una plétora de circunstancias que dificultan la explicación determinista. La búsqueda en internet de formas rápidas de matar meses antes de los propios asesinatos, los largos lapsos de espera entre los mismos, la premeditación y meticulosidad que se desprenden de ello, los mensajes e imágenes enviados por Patrick a un amigo suyo durante todo el proceso…

Ignoremos por un instante, sin embargo, todas estas pruebas. Démosle un voto de fe a la defensa, y convengamos junto a ella en que las acciones de Patrick no fueron realmente de su autoría, sino fruto de una combinación de factores internos y externos sobre los que no tuvo control alguno. En base a ello se pide para él un tratamiento psicológico y psiquiátrico que ayude a sobrellevar sus circunstancias, sí; pero que se le administre como hombre libre de condena.

Incluso si damos las premisas por buenas, ¿debería ser ésa la conclusión? La justicia moderna se fundamenta sobre tres pilares básicos: punición, o castigo al culpable; compensación, o resarcimiento de los hechos a los afectados; y rehabilitación, o recuperación del reo para la sociedad. La última ya debería asegurar el tratamiento demandado por la defensa, como condición sine qua non por la que Patrick habría de pasar antes de su vuelta a las calles, así que la petición de la defensa es redundante. Es el hecho de demandarla como hombre libre lo que ofende, si no a la primera (pues hemos convenido que Patrick es no responsable), sí a la segunda.

Y es que, en compensación a los hechos acaecidos, y siendo, si no autor, sí vehículo de los mismos, Patrick debería ser hecho responsable por parte de la judicatura como forma de compensación tanto a las víctimas colaterales de las sangrientas pérdidas que supusieron los asesinatos, como a la sociedad misma, horrorizada por la carnicería. Esta doble demanda me parece cabal, ya que no es sólo un medio de sublimar los hechos y reparar a los afectados por ellos; desde una perspectiva utilitarista, también aseguraría que el tratamiento de reinserción se produjese sin riesgos potenciales de recaída, minimizando el peligro que incluso la defensa ha admitido que Patrick supone para otros.

Pequeño y simple ser humano

– ¿Sabe alguien la causa original del fracaso de nuestro proyecto empresarial?
– Soy determinista, así que diría que el problema se remonta al origen del universo.
-¿Por qué eres así?
– Mi cubículo de trabajo destruyó mi ilusión de libre albedrío.

Pasando ya a mayores, hablemos del determinismo como tal. Como concepto, no es nuevo, de hecho podemos encontrarlo ya en muchos pensadores de la Grecia clásica. A lo largo de la historia ha tomado multitud de formas entre el teísmo y el cientificismo.

Digo cientificismo con total intención. Y es que la propia ciencia admite que su campo de estudio está acotado, y se limita a todo aquello cuantificable y capaz de ser reproducido sin variación. Queda fuera de su interés, por tanto, todo campo en que no pueda darse predicción exacta y necesaria de una consecuencia a partir de sus causas. Y, a día de hoy, no se puede dar razón total acerca de la toma de decisiones complejas que se da en la conciencia: ciertamente sí se pueden predecir actos reflejos, e incluso decisiones simples, pero todavía hay una plétora de mecanismos mentales que no pueden ser predichos, sino sólo explicados a posteriori. Como mucho, podemos establecer modelos estadísticos de comportamiento, pero siempre estarán sujetos a cierto grado de falibilidad al darse individuos que escapan a su predicción. En última instancia, no podemos dar razón posible a la paradoja de que dos individuos razonablemente similares, en ambiente idéntico y bajo estímulos equiparables, puedan actuar de maneras distintas.

Al final, todo este esfuerzo determinista queda, en su incapacidad de establecer un modelo real y útil de predicción apriorística e interindividual de la conducta, en un mero reduccionismo de la realidad humana. En su afán por explicar de forma enteramente mecanicista al ser humano, se aferra a aquellos datos que le son útiles y los magnifica hasta hacer de ellos la totalidad de la realidad humana, olvidando sus otras muchas facetas y factos. Y pasa alegremente por encima del motivo por el que existen las humanidades y las ciencias aplicadas: la paradoja radical del humanismo según la cual un ser jamás podrá conocerse por entero, ya que su propia mente es incapaz de explicarse completamente a sí misma o a otras mentes equiparables por un puro problema de perspectiva.

Hemos de aceptar, en algún punto, que pese a todo el poder predictivo y el dominio del entorno que nos otorgan ciencia y técnica, hay ciertas cosas acerca de nuestro ser sobre las que jamás podremos tener conocimiento cierto, pero sobre las que estamos condenados por nuestra propia naturaleza a reflexionar hasta alcanzar cierto grado de practicidad, de acuerdo amplio. Voluntad, libertad y responsabilidad son, por tanto, conceptos quizá carentes de demostración, pero no por ello carentes de necesidad.

Miedo a la libertad

¿A qué obedece, pues, esa negación reduccionista de los conceptos humanísticos fundamentales? Muchos dirían que el determinismo se alimenta del noble propósito de dar razón de todo, de hallar certeza en las respuestas a las preguntas últimas sobre el ser, la existencia y la naturaleza de lo real. Y puede haber algo de eso, no lo niego, pero a mi ver el principal alimento de esta clase de cosmovisiones es el miedo a la libertad.

Libertad es una palabra que inflama muchos corazones. Sin embargo, cuando se la medita a conciencia, resulta un concepto complejo que, sorprendentemente, es a veces limitante, y que acaba generando cadenas de responsabilidad y deber. Cuesta más de aceptar y amar de lo que parece. Y esto, al parecer, asusta mucho a determinado tipo de personas, ya sea por no poder explicarla en sus propios términos de juego, o directamente por el deseo de escapar a toda atadura y sentirse aliviados de la carga que supone.

De triunfar esta explicación psicofiosológica de la defensa de Patrick a un nivel político amplio, imagino perfectamente el tipo de sociedad que podría construirse sobre ello: una auténtica tiranía distópica en que cada individuo es explicado y categorizado por entero en base a su cerebro, en que el darwinismo social más descarnado generase un sistema de castas prácticamente inamovible, apoyado probablemente en prácticas eugenésicas y respaldado por toda una plétora de tratamientos farmacológicos con tal de fijar conductas. Negar la libertad lleva a construir una sociedad esclava de sí misma. Relacionándolo con la cultura popular, esto sería el Un mundo feliz de Huxley o la GATTACA de Andrew Niccol.

Ésta, tristemente, es sólo una forma más que puede tomar el miedo a la libertad y la responsabilidad. Otras podrían incluir el fascismo, o cualquier clase de totalitarismo en el campo de lo político, como forma de entregar la propia voluntad y someterla a un agente externo (el Líder, el Partido, la Nación, la Deidad, la Causa…), generando así individuos irresponsables de sus propias acciones y banalizando el mal que éstos puedan causar; o el neoliberalismo en lo económico, como forma de ensalzar un constructo humano como el concepto de mercado hasta afirmarlo como natural, preexistente al propio hombre y operado según sus propias reglas independientes, generando una inversión de valores en que la humanidad es tiranizada por su propia invención y se desresponsabiliza de sus frutos al situarla por encima de ella misma. Y mejor no hablemos del determinismo de cariz metafísico-religioso.

Ya hemos experimentado el dolor, el oscurantismo y la tristeza a la que conducen esta clase de ideologías, y sin embargo seguimos empeñados en construir ídolos que se alcen por encima de la existencia humana, la justifiquen y la expliquen por entero. Hacemos eso, en el fondo, para librarnos de la responsabilidad que tenemos sobre nuestra propia libertad, nuestra vida y nuestras acciones, motivándolas en algo alieno a nosotros, algo sobre lo que no tenemos control. Y es que la libertad, para algunos, es al parecer una carga pesada, pues los ata a sí mismos. Quieren lo imposible, la libertad de dejar de ser libres. Hasta que no reconozcamos que el hombre es capaz de dar explicación de muchas cosas, pero solo puede conceptualizar respecto a determinadas facetas de sí mismo, no dejaremos de tropezar con alguna versión de esa piedra particular en nuestro camino. Y, desde luego, no ayuda en nada que la defensa de un criminal use conceptos tan peligrosos para librar a su cliente del castigo que, a todas luces, merece y ha acabado recibiendo.

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Ernesto Gimeno

Lector compulsivo. Cinéfilo recalcitrante. Otaku de la vieja escuela. Siete veces más friki que tú. Ah, y filósofo

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