En medio de las negociaciones de investidura, dos hechos nos deben acercar de nuevo a un debate fundamental de este tiempo político, ya iniciado (y no concluso) tras la II Guerra Mundial: la supervivencia de la ideología en los tiempos de la disolución moral.
Generalmente, la conformación de las posiciones ideológicas se explica a través de los llamados “cleavages” o puntos de fractura (a partir de los postulados teóricos de autores como Lipset o Rokkan). Estos puntos son generalmente: trabajo asalariado/capital, lo que genera la emergencia de los partidos de la izquierda tradicional obrera (SPD, LP); Iglesia/Estado, ruptura que fomenta el nacimiento de la Democracia Cristiana (CSU) y centro/periferia, una ruptura que nos suena muy habitual en España y que viene a ser cristalizada a través de los nacionalismos (EAJ-PNV).
Sin embargo, una entrevista veraniega a Manuela Carmena y un tweet del líder del FDG francés, Jean-Luc Mélenchon, me hacen pensar si la trinchera ideológica tiene sentido práctico en nuestros días y, es más, si la misma es una apuesta equivocada que nos redirige a la categorización y simplificación del mundo o si, por el contrario, tras la superación de las fracturas tradicionales se encuentra una deriva hacia la negación del todo.
Carmena decía que las ideologías intentan etiquetar a la gente. Y es cierto, como todo adjetivo, compartimenta la esencia propia de la persona. Todos hemos vivido las típicas frases “pues para ser de izquierdas bien que tienes…” o “no entiendo cómo puedes ser obrero y de derechas”. Frases que esconden un intento totalitario por convertir la ideología en una adhesión por origen casi “étnico” a una forma de decidir qué hacer con el mundo. Según tu condición de nacimiento, de forma identitaria, debes adherirte a una ideología que la sociedad prepara para ti con dogmatismo decidido. Una vez que te has configurado como un elemento ideológico debes hacer aquello propio de tu tribu: escuchar música típica, vestirte como ellos, utilizar sus símbolos y rezar sus proclamas. Dicho de otra forma, alienarte en una masa acrítica guiada por la deidad de un origen teórico poco estudiado ahora convertido en una religión social al más puro estilo durkheimiano.
La ideología predispone hacia la adopción de posturas prototípicas cuando se le confiere un poder de definición y configuración de los sujetos. Por eso, el cuestionamiento de la ideología no debe suponer un intento de relativización moral o una acción que termine por derivar en la disolución de los valores de análisis de los distintos marcos teóricos. La “contra ideología” precisa, no proclama el “da igual ser de izquierdas que de derechas” porque esa proposición es radicalmente falsa, por suerte para la buena gente de ambas ideologías. Este postulado –la contra ideología-, no tanto postmoderno sino marxiano, invita a la disolución categórica de todas las formas de creación de masa (en la terminología de Ortega) que formen “weltanschauung” (cosmovisión). El mundo, lleno de matices y realidades múltiples, no puede ser interpretado a partir de una única categoría de análisis, máxime cuando en los tiempos de la democracia enlatada, confundimos ideología con partidismo, dejando lo académico enterrado y abrazando banderas de irracionalidad unificadora.
Es preciso, pues, en un momento en el que la ideología se ha convertido en una justificación vacía de contenido o en un adjetivo inconsecuente, resignificar la definición marxiana de la ideología como “falsa conciencia”. La conciencia desnaturalizada de su voluntad analítica es el fin desafortunado de toda estructura de ideas que se suba al altar de guía de comportamiento. Poner a las ideologías (todas) en su contexto dialéctico es tanto como tratarlas desde una perspectiva crítica, es decir, analizarlas en cuanto formaciones que tienen que ver con la verdad y la falsedad, y no meramente, tratarlas desde una perspectiva psicológica, o social-funcional.
Además de la voluntad extremadamente desconfiada que el ser humano debe tener respecto a cualquier contenido que se le muestre, la ideología se encuentra con los problemas del mestizaje social. Si a finales del XIX la reunificación de las clases sociales en base a sentidos de identidad (jugando a ser nacionalistas) era fácil, en este nuevo tiempo postfabril y de terciarización, disueltas las clases en su sentido histórico, es difícil unificar voluntades políticas. Por eso, la nueva voluntad populista apela a la creación de una fractura claramente apreciable: pueblo-oligarquía, reavivando la estrategia burguesa del XVIII que consiguió sumar a las clases más humildes a su marcha contra la aristocracia para construir un Estado liberal que legislara en su beneficio, fomentando así las relaciones comerciales y económicas. Los autores que proponen (desde las posiciones antes ligadas al comunismo europeo y al socialismo latino) superar la trinchera ideológica clásica, quieren unificar frente a lanueva oligarquía a un pueblo mestizo y complejo, de proletarios propietarios y de profesionales liberales precarios.
Es evidente que los sans-culottes y los burgueses tenían intereses políticos enfrentados. No está demasiado claro que la liberalización social les trajera a los primeros un orden de cosas sustantivamente positivo respecto a la estamental sociedad precedente. Sin embargo, el esfuerzo discursivo realizado por identificar un punto de acuerdo (criterio amigo-enemigo de C. Schmitt) triunfó. Los populistas de hoy, no dejan de emprender un camino hacia el 14 de julio.
Las ideologías han derivado en una complejidad extrema: plano económico, plano social, plano práctico. Y son incapaces de levantar las pasiones antiguas porque no está claro que existan grupos sociales cerrados y con acuerdos comunes y mucho menos que la potencia de clase pueda reavivarse en los tiempos de la desafección. Por eso, sin renunciar a los valores y objetivos de los que fueron, con la voluntad crítica de superar toda actitud excluyente por identidad, toda masificación del hecho social, todo totalitarismo de pensamiento y de conseguir reunificar los intereses de la mayoría social en una fuerza política con posibilidades reales de generar políticas públicas de transformación, es pertinente abrir un debate profundo sobre el papel de la ideología en nuestros tiempos.
No es que todos sean iguales, es que precisamente por eso, los justos, deben salir al mundo con una renovación que les predisponga a cumplir las expectativas que de ellos se exigen. No es exceso de pragmatismo ni mucho menos es relajación ética, es la ruptura del nuevo dogmatismo. Para ello, si queremos preservar los valores y análisis que distinguen a la ideología que consideremos justa, es preciso renunciar a su reivindicación específica en nuestros días e intentar organizar movimientos de superación.
Eso sí, la cuestión de la ideología en la sociedad postmoderna no puede recaer en el simplismo populista, que aunque esforzado por presentarse como ilustrado, no termina de dotarse de racionalidad discursiva. Y, por supuesto, no es que lo del bulbo sea malo; ni siquiera estamos en condiciones de decir que la superación del tradicionalismo ideológico sea incorrecto. Simplemente nos debe atemorizar que lasuperación de la ideología venga por el lado de la masificación total de la política, o dicho de otra manera, por el absolutismo popular. La superación ideológica nos ofrece la oportunidad de reivindicar el análisis académico y estructurado, por un lado, y de recuperar valores y opciones programáticas inclusivas, por otro. Dentro del análisis estructurado, por supuesto, cabe el planteamiento de movimientos populares amplios que resignifiquen los centros cohesionadores de grupos sociales en torno a masas políticas.
En tiempos de incertidumbre, la ideología puede ser determinante, pero aceptar que la mutación de las condiciones tradicionales y la propia perversión del término nos lleva hacia un espacio diferente, nos asegura una mayor capacidad de anticiparnos ante fenómenos nada beneficiosos para el progreso general. Y, nunca olviden que como diría El Roto: “la realidad es una alucinación producida por la ausencia de propaganda”.
BIBLIOGRAFÍA:
BOBBIO, Norberto, Las ideologías y el poder en crisis, Ed. Ariel.
COLLETTI, Lucio, La superación de la ideología, Ed. Cátedra.
MOSKVICHOV, L., ¿El “fin de la ideología”?. Teoría de la “desideologización”: ilusiones y realidad, Ed. Cartago.