Nuestras sociedades son cada vez más complejas y mestizas. La división especializada de la industrialización (propietarios- no propietarios), que quedó reflejada en el análisis marxista, ha dejado paso a unas identidades diluidas donde el “proletario propietario” o el “burgués desposeído” plantean unos retos novedosos para la sociología contemporánea.
Algunas de las causas más evidentes de este proceso de sectorialización social (división en grupos pequeños de características más culturales que económicas) se podían situar en el predominio de la postmodernidad como finalización de los grandes relatos grupales, es decir, como muerte progresiva de las clases, siendo sustituidas por agrupaciones locales de sujetos que comparten rituales ligados a sus afinidades culturales o territoriales, desapareciendo la identificación por estrato económico como algo característico en la formación del sujeto ciudadano y, es más, siendo profundamente rechazada.
Las nuevas formas de organización social apuntalan una fragmentación progresiva que deja sin efectividad a la clase como instrumento analítico
Este eclecticismo social se apuntala por la victoria psicológica del capitalismo tras la caída del Muro, que debilita cualquier intento de discurso de clase y supone una asimilación mundial de las formas de hacer capitalistas que ha venido acompañada de una asimilación también de las luchas por el sistema.
Sociedad sectorial y su efecto en la conciencia de clase
De repente, nos parece que ya nada significa lo de antes, porque la aparente normalización y aceptación de las demandas tradicionales deja sin sentido las pretensiones organizativas de antaño. Esta estrategia de disolución de los grupos sociales industriales, que tuvieron su epílogo en las huelgas de los ochenta, ligadas a los procesos de convergencia europea, ha conseguido eliminar del debate público a los clivajes económicos.
Frente a la lucha contra el economicismo que la postmodernidad, en su variado espectro ideológico, ha emprendido, se alzan como vectores del debate público los asuntos sociales (feminismo, ecologismo, animalismo, pacifismo, LGTBIQ+, altermundismo). Estas temáticas permiten el desplazamiento de la pertenencia hacia realidades de mescolanza económica, desactivando el discurso de clase.
Tal vez el mejor ejemplo del proceso organizado de fragmentación social es la proliferación de los sindicatos profesionales, frente a los sindicatos de clase, o la organización de los segundos de forma cada vez más departamentalizada en sus federaciones de servicios.
El sindicalismo que incluye solo a un sector concreto de la clase trabajadora (Sindicatos de Médicos, CSIF, ANPE, GESTHA, SAE, Unión de Actores) está imponiéndose progresivamente en los centros de trabajo frente a las tradicionales centrales sindicales, a las que los trabajadores consideran incapaces de resolver los habituales conflictos de competencias entre categorías profesionales por permitir la afiliación y, en consecuencia, asumir el compromiso de defensa de todos los grupos profesionales que existan en un mismo lugar (las demandas no son de trabajadores-obreros, sino ya de profesionales).
Los efectos de este proceso, que impregna los discursos políticos de actuaciones concretas mientras se abandona el relato amplio, son resumidamente:
- La pérdida de efectividad política de la conciencia de clase y la apelación a la clase obrera.
- El populismo como “imperativo contextual” que permite la multiplicidad de demandas y la disolución del paraguas obrero.
- El impulso del conservadurismo económico al conseguir desplazar el interés del elector de las condiciones de su estrato económico del que, incluso, se propone renegar (votando con preferencias de clase media siendo proletario).
El capitalismo como punto nodal (como elemento criticado que origina las fallas de diverso tipo del sistema) implica que la clase obrera se convierte en el significante vacío que aglutina las protestas antisistema capitalista y otro tipo de protestas, estas de forma supeditada a la clase obrera, pero acogidas de manera amplia en el paraguas del movimiento obrero.
Con la caída de la URSS, la derrota final del comunismo comunicativo, las transformaciones en la izquierda con la emergencia de nuevas luchas, la mencionada pérdida de importancia del clivaje económico frente al sociocultural (nueva izquierda, neomarxismo, centralización de la socialdemocracia…) se pierde el capitalismo (clivaje económico) como punto nodal, pero no hay un punto nodal «universal» que lo sustituya (como sí lo era el capitalismo).
Este eclecticismo social se apuntala por la victoria psicológica del capitalismo tras la caída del Muro, que debilita cualquier intento de discurso de clase y supone una asimilación mundial de las formas de hacer capitalistas
De este modo, al no haber un enemigo común fijo contra el que aglutinar una serie de demandas y luchas (tanto directas contra ese orden como más indirectas, pero incluidas en el movimiento de forma secundaria, en tanto a la equivalencia en la impugnación de un mismo sistema) estas se dispersan y fragmentan, y no pueden ser incluidas en un mismo movimiento (sea en condiciones de liderazgo de demandas o como demanda subalterna). En el caso de buscar un nuevo modo de articularlas, en vez de apelar a los sujetos económicos (usando el capitalismo como enemigo central), resulta indispensable hacerlo a los sujetos populares-nacionales a través de la focalización de sus demandas particularísimas en un discurso de opresión generalizada de tipo oligárquico-político (es decir, usando como punto nodal conceptos como “la élite” o “la oligarquía”, que son más flexibles y no atan necesariamente a una impugnación del capitalismo).
La nueva estrategia pasa por el populismo
La necesidad de recurrir al populismo, en resumen, encuentra su explicación tras el proceso de sectorialización social. Esta nueva forma de orientar la política, es más adaptable en cada país y situación concreta en cuanto a contra qué enemigo levantar una serie de demandas aglutinadas aunque diferentes (si las luchas las capitanea la clase obrera, el enemigo tiene que ser necesariamente el capital, si se pierde el capitalismo como enemigo, la elección enemigo se flexibiliza, para lo que es más adecuado el populismo, en tanto que no está atado a un enemigo concreto, como el movimiento obrero con el capitalismo).
El populismo puede integrar demandas más distintas entre sí que el movimiento obrero, ya sea por su mayor adaptación a la hora de poder crear un enemigo, o porque el populismo no está atado al enemigo concreto del capitalismo, como la clase obrera. Por eso, IU no consiguió convertir al movimiento 15M en una protesta de clase, dado que sus impulsores, siempre defendieron ese espíritu de mezcla radical.
Cabe concluir, en resumen, que el populismo no deja de ser un “mecanismo de articulación política que permite ser rellenado con contenidos ideológicos muy diversos” (Errejón: 2012, 93), es decir, que es un mero instrumento político al servicio de ser usado por actores tan filosóficamente diversos como Evo Morales o Pedro Sánchez, por lo que parece una buena respuesta a nuestra sociedad de particulares y fragmentados sujetos colectivos.
Por Alejandro Soler Contreras y Jose Miguel Rojo.